EL PAíS › LA VIDA POLITICA DEL CANCILLER Y EX VICEPRESIDENTE

Carlos “Teisaire” Ruckauf

 Por Miguel Bonasso

Los apodos persiguen a los hombres como la sombra de su inconsciente. El apodo más frecuente del actual canciller Carlos Federico Ruckauf es “Rucucu” y no le gusta. Menos le gusta todavía el de “Teisaire”, que alude a un paradigma peronista de la traición: el almirante Alberto Teisaire, el obsecuente vicepresidente de Juan Perón en 1954-55, que se dio vuelta en manos de los golpistas de la “Libertadora” y aceptó denunciar públicamente a su jefe y al gobierno del que acababa de formar parte.
El degradante apelativo nació en la intimidad de la carpa menemista, donde la lealtad dista de ser un valor absoluto, a fines de 1998, cuando el vicepresidente de Carlos Menem mordió la mano del amo y se alió con su principal antagonista, Eduardo Duhalde. Lejos quedaban sus hiperbólicas adulaciones de tres años antes, cuando Menem lo llevó de segundo en la fórmula: “Me sobra con ser el número dos de un gigante de nuestro tiempo”. O, mejor aún: “Hay un milagro en la Argentina que se llama Carlos Menem”.
En 1996 y 1997, cuando el “progresismo” parecía en alza y la crítica social comenzaba a manifestarse contra la impunidad de ciertos crímenes perpetrados bajo el manto protector del menemato, “Teisaire” Ruckauf contrarió al “gigante” de corta estatura y se negó a recibir en el Senado a Ramón Saadi.
En 1999 juzgó que había cambiado el aire y salió a vender “mano dura” y “balas para los delincuentes” para ganarle la gobernación de Buenos Aires a la “abortista” Graciela Fernández Meijide. Oportunista, sí, pero nadie podrá decir que no cumplió. Como lo ha revelado el actual secretario de Derechos Humanos de la provincia de Buenos Aires, Jorge Taiana, las cárceles de Rucucu se poblaron de miserables que habían robado una pata de pollo, retornó la tortura a las comisarías y los penales del temible Servicio Penitenciario de la provincia y el gatillo fácil batió records.
Para equilibrar un poco las cargas, “Teisaire” –que no es precisamente de reflejos lentos– promovió la candidatura al Nobel de la Paz de las Abuelas de Plaza de Mayo. También, como heredero de Duhalde, se sacó varias fotos, compungido, con los padres del asesinado José Luis Cabezas. Una forma de hacer olvidar que en los ‘70 propició el terrorismo de Estado que dejó a las Abuelas sin hijos y sin nietos y que en la actualidad, como gobernador, le dio rienda suelta a esa misma Policía Bonaerense que tuvo participación protagónica en el asesinato del fotógrafo.
Un dirigente justicialista que lo conoce muy bien le dijo una vez a este cronista: “Rucucu no tiene ideología. Si mañana estuviera por ganar el PCR se pondría a citar el Libro Rojo de Mao”. Es verdad. Pero también es cierto que suena más sincero cuando el péndulo del oportunismo se desplaza hacia la represión.
En su libro El hombre que ríe, el periodista Hernán López Echagüe traza un elocuente retrato de este político enfundado en un “traje lustroso color gris perla” que en la mañana del 25 de agosto visita al periodista en la sala del hospital, adonde ha sido llevado tras sufrir la agresión de una patota del Mercado Central “financiada por la Liga Federal de Alberto Pierri y Eduardo Duhalde”. Ruckauf ha regresado de su embajada en Roma para hacerse cargo del Ministerio del Interior y le jura a López Echagüe que va a renunciar si no logra descubrir a sus agresores. Es una de sus tantas promesas incumplidas. Como la de investigar de verdad el terrible atentado de la AMIA que también se produce bajo su gestión en Interior.
Alguna otra promesa incumplida engendrará la ira contra “Teisaire” de quien fuera su amigo, el empresario postal Alfredo Yabrán. Al que según Carlos Galaor “Coco” Mouriño, “Ruckauf le debía favores”. Como los 200 mil dólares que le habría aportado para su campaña como diputado nacional en 1987 (de acuerdo a lo manifestado por el ex vocero y amigo personal de Yabrán, Wenceslao Bunge, a la revista Veintitrés). Y, tal vez, cosas másgordas, como las que refirió un pariente de Yabrán a este cronista sin aportar las pruebas correspondientes.
Carlos Ruckauf saltó a la fama política en agosto de 1975, cuando apenas contaba 31 años, al ser nombrado ministro de Trabajo en el desastroso gobierno de María Estela (“Isabelita”) Martínez de Perón. El joven abogado laboralista llegaba a la poltrona ministerial, tras un rápido tránsito por la secretaría adjunta del sindicato del Seguro y la dirección nacional de delegaciones regionales. Pero llegaba, sobre todo, como amanuense del sindicalista más poderoso de aquel momento: el capo de la UOM, Lorenzo Miguel.
Su ingreso al gabinete isabelino coincidió con el retorno de la revista El Caudillo, el órgano oficioso de la Triple A que proclamaba “el mejor enemigo es el enemigo muerto”. Por esos días también se había producido el “chupe” de Jorge Hugo “El Polaco” Dubchak, un custodio de Lorenzo Miguel que había integrado las escuadras de la AAA y había osado desafiar al “Loro” públicamente. Según relatan Ricardo Cárpena y Claudio Jacquelín en su biografía de Miguel, El Intocable, el Polaco Dubchak habría sido asesinado en el propio edificio de la UOM por otros dos custodios del “Loro”: Juan Carlos Acosta y Eduardo Fromigué, que a su turno serían acribillados en una parrilla por amigos del Polaco.
Durante su breve paso por la cartera, Ruckauf benefició a los trabajadores con una ley que prohibía el derecho de huelga y firmó el famoso decreto de Italo Luder ordenando “el aniquilamiento” de la guerrilla. Aniquilamiento que ya había comenzado en Tucumán con el Operativo Independencia.
Cuando se hizo evidente que se acercaba el golpe militar, “Teisaire” se apartó rápidamente de “la compañera Isabel” y de su propio padrino Lorenzo Miguel, para acercarse al entonces almirante Emilio Eduardo Massera, al que escribió un conmovido telegrama en diciembre de 1975, con motivo del frustrado ataque del ERP a Monte Chingolo: “Hágole llegar, señor Comandante General, mi profundo pesar por los caídos en los sucesos acaecidos el día 23 del corriente, contra elementos extremistas y mis felicitaciones por la activa y heroica participación del arma mancomunada con Ejército y Fuerza Aérea en la batalla que se está librando contra la subversión apátrida con el supremo sacrificio de sus vidas”.
Massera, miembro activo de la Logia P2, protegió al futuro embajador en Italia y Ruckauf no fue secuestrado ni preso durante la dictadura más feroz de la historia argentina. Entre 1996 y 1999, en su interregno “progresista”, juraba y perjuraba que había sido perseguido por los militares y hablaba de “los mártires”. En 1999, recuperando la línea dura, se “enorgulleció” de haber firmado el decreto 2772/75, ordenando “aniquilar el accionar de los elementos subversivos”. Ahora vuelve a hacerlo. Ante jóvenes oficiales de la Fuerza Aérea que tienen más fe democrática que él. En un momento muy peligroso para el país: cuando el ministro de Defensa Horacio Jaunarena, quiere meter de nuevo a las Fuerzas Armadas en el control y represión del conflicto social.
Si todavía hay Congreso, debería intervenir.

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Ruckauf, a los 31, flamante ministro de Trabajo de Isabelita.
 
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