EL PAíS › OPINION

Debajo de las convulsiones

 Por Eduardo Aliverti

Son días excelentes para preguntarse acerca del verdadero alcance de los escándalos y escandaletes que sacuden a la Casa Rosada. A través de ellos se puede indagar en el comportamiento social. Y más específicamente, en una crisis de representatividad, estallada en 2001, que en su tipo y prolongación jamás se vieron en Argentina.

Según la repercusión mediática, debería empezarse por Córdoba. Pero, medido de acuerdo con la influencia que tiene (o no tiene, justamente) en el funcionamiento de la vida cotidiana de la población, parece mejor citar en primer término la nueva farsa del índice inflacionario del Indek. El 0,6% de agosto resulta mucho más asombroso e indignante que las manipulaciones anteriores. Para el Gobierno, la flauta de pan francés se consigue a poco más de 2 pesos el kilo, cuando en las panaderías varía entre 3,50 y 5 pesos. La batata kirchnerista vale 1,75, contra casi 4 pesos de los supermercados. Y papa, zapallo, pollos, tomates, huevos, zapallitos, limones, manzanas, zanahorias, muestran diferencias pornográficas similares entre la realidad y la canasta kirchnerista. Bajaron los sobretodos y las botas femeninas, eso sí. ¿El interrogante elemental es cómo hacen para andar por la vida sin tener vergüenza de sí mismos? Podría ser, pero sólo desde una interpelación psicológica individual. Si se lo ve en política, la pregunta no es ésa sino qué ocurre en las entrañas sociales como para que este bochorno insultante transcurra sin más que el “denunciarlo” o, peor todavía, que simplemente mueva a risa. La respuesta, quizá, consiste en que el reflejo automático de los argentinos, frente a procesos inflacionarios admitidos como tales por el índice oficial, es más que suficiente para desatar conductas especulativas y convulsiones sociales. Y la sociedad, hoy, permanece en el reposo que siguió a 2001/2002. No quiere malas noticias estampadas oficialmente, cuando además se funciona con estabilidad relativa al margen de lo que mienta el Indek. La admisión, por parte de éste, de que los precios son varias veces más altos de lo reconocido, implicaría descuajeringar muchas variables del andar económico (salarios, alquileres, créditos, etcétera), hasta el punto de transformar el reconocimiento en un suicidio. Que es el punto donde comienza a tallar la política real sobre la economía real: el Gobierno se suicida, o la sociedad lo hiere de muerte, ¿y con qué se lo reemplaza? Suena maximalista, pero es así. La gente, entonces, se banca la canasta K, que por lo tanto sería definible como numéricamente graciosa, pero no como políticamente ridícula.

Mirado el mapa electoral, puede hacerse una asociación similar entre lo que parece y lo que es. Kirchner no supo o no quiso tejer una malla con la que superar la dependencia de las estructuras del PJ, y se agotó en recostarse sobre los andamiajes existentes más, como mucho, inventar candidaturas que el descrédito partidario tampoco está en condiciones de impugnar. Eso es Scioli, sin ir más lejos, e inclusive la propia Cristina. Dejó hacer a Bielsa, en Santa Fe, pero sabiendo que su apuesta es Binner a la búsqueda de que, tal vez, ésa pueda ser una punta de lanza para retomar su olvidado proyecto de transversalidad. Y en Córdoba jugó a dos bandas, permitiendo que su entorno apostase por Schiaretti (beneficiado por encuestadores que volvieron a pasar un papelón) y por Juez. Esta le salió como el diablo, siempre hablando de lo que parece, y ahora no sabe muy bien dónde pararse. En otros lares puso las fichas en radicales conversos, o como quiera llamársele a una identidad ya indescriptible, y así fue y seguirá yendo hasta irse en diciembre. Técnicamente, por decirlo de alguna forma, puede verse tanto que viene perdiendo como ganando. Pero en andar político profundo, que no es lo mismo que suerte electoral, no ocurrió nada que exprese una alternativa contradictoria respecto del modelo económico y la conformidad o pasividad sociales, vigentes desde la salida de la convertibilidad. Lo ideológicamente más cercano a opciones distanciadas fue la contienda entre Macri y Filmus. El resto pasa por aspectos de honestidad personal y experiencia de gestión, no por distancias sustanciales. La situación de Córdoba es convulsiva, la legimitidad del ganador será muy flaca y hasta se auguraron episodios de violencia. Pero no se advierte cuál podría ser la influencia trastornante de ese estado de cosas en el devenir nacional de corto y mediano plazo.

Desde esta columna ya se supo hablar, más de una vez, acerca de que la alta conflictividad social (entendida como un clima de protesta desperdigada, que abarca movilizaciones de vecinos, comunidades escolares, núcleos gremiales, grupos diversos) tiene la contrapartida de una baja intensidad política. Y es muy improbable que pudiera ser de otra manera al haber desaparecido, virtualmente, las referencias partidarias. Por fuera de los esqueletos burocráticos que dominan intendencias, gobernaciones, sindicatos y bancas parlamentarias, al solo efecto del reparto de las tortas estatales sin otro destino que el mantenimiento del orden de riqueza, lo único que queda es cierta memoria histórica de identidad. ¿Qué significa hoy ser peronista, radical, socialista? Pues nada que pueda explicarse claramente. Los liberales, en el diccionario argentino, serían los que más se acercan a un entendimiento rápido de qué simbolizan. Pero como después de la rata se quedaron también sin liderazgo ni partido, tampoco quieren decir nada más allá de que se trata de hombres de negocios.

Triunfante la democracia de mercado, lo que en Argentina permanece solitariamente en disputa es el grado de intervención del Estado un tanto más a favor, o un tanto más en contra, de regular los desequilibrios sociales. No es poco, si se quiere, pero termina ahí. Hay eso y algunas batallas de tipo cultural, generadas por la persistencia –decadente, ya– del pensamiento y poder retrógrados que encarna la Iglesia Católica. La despenalización del aborto es un debate que está asentándose más rápido que despacio y que, puede apostarse con seguridad, ganará un lugar amplio a menos que la economía depare sorpresas.

Bajo esa realidad y perspectivas, preguntémonos si lo escandaloso de lo que sucede en el Indek, en Córdoba, en Río Gallegos, en el baño de Miceli o en las madrugadas del Aeroparque no es, al fin y al cabo, más que un conjunto de anécdotas.

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