EL PAíS › OPINION

Cambio de repertorio

 Por Pablo Semán *

La realidad ocurriría entre dos extremos imposibles si nadie hubiese aprendido nada. Estaremos más cerca de alguno de ellos si los repertorios fijos que emanan de un cierto autismo de las cúspides no cambian.

El primer extremo (repetición) sería un mandato de Cristina Fernández que reprodujera la curva del de Néstor Kirchner: superando los obstáculos de su tiempo, transformándolos en oportunidades de acumular poder o lograr al menos que la inflación y la irritación que causa el afán de supremacía del Gobierno sean compensados por el crecimiento y se mantenga entonces la base electoral del Frente para la Victoria (FPV) permitiéndole designar “tranquilamente” un sucesor.

El otro extremo (explosión) es que la inflación, una forma perversa y desplazada de disputa social, encrespada y montada sobre la inflación mundial, erosione al grupo dirigente y que, concomitantemente, la clase política restante dé un paso al abismo del sálvese quien pueda alentando imágenes de ingobernabilidad y apañando relevos que, por cualquier vía, darían espacio a la coalición revanchista y vengativa de los que han ido acumulando facturas contra el grupo gobernante (desde la agrupación Odio y Rencor Justicialista, hasta la de los defensores de la mano blanda para con los delincuentes que violaron la Constitución, desde los Movimientos de Trabajadores Desocupados de las fuerzas del caos hasta los abogados constitucionalistas). Como todo cambia de lugar (aun en la calma), y nadie se priva de aprender, de acumular reflexivamente efectos de las coyunturas atravesadas, es probable que no se pueda jugar ni a que no pasa nada, ni a que puede pasar cualquier cosa. Tal vez sea así, sobre todo esto último, si algunos elementos del repertorio fijo comienzan a cambiar.

Un ejemplo de ese repertorio fijo es la falsa disyuntiva que desata el voto de las clases medias entre políticos y analistas (todos alineados). La idea de que su sesgo sistemáticamente antigobierno, interpretado como mezcla de gesto casquivano y “gorilismo”, puede encontrar constatación en el hecho de que las clases medias votan interpeladas y movilizadas por motivos que en buena parte son los del antiperonismo clásico: calidad institucional, énfasis en los valores democráticos y en las instituciones republicanas, crítica de la demagogia distribucionista que en los últimos años cobra forma de gran batalla contra el “clientelismo”. Un cuestionamiento de esa lectura no es difícil: las clases medias (que son plurales y diversas) no se sienten necesariamente amenazadas como por el peronismo del ’45, y muchas veces se aprovechan de los gestos de seducción que el kirchnerismo les ha prodigado sin correspondencia (mucho más cuando éste al manejar con culpa sus errores no forzados en el campo político tiende a reproducir su incapacidad de movilizar a estos grupos a su favor oscilando entre la insistencia mecánica en el acoso y el rechazo resentido). Pero este cuestionamiento es tan parcial como la posición que critica: no es casualidad que haya tanta sistematicidad en los blancos y estilos de crítica de una oposición que muchas veces, no siempre, no logra trascender los límites del señoragordismo. Ahí también se halla el problema de la fijeza de los repertorios que por ahora canalizan las ansiedades políticas de la sociedad.

Las dos posturas respecto del supuesto “gorilismo” hallan su parte de verdad en una premisa que no logran abarcar por completo desde sus posiciones: las identidades políticas no son todo pasado ni todo presente. Los ciudadanos de las clases media (como los de todos los grupos sociales) se componen complejamente de capas muy variadas, están hechos de conjugaciones de narraciones muy diversas en las que conviven el viejo relato gorila que machaca con la leyenda negra del peronismo y el efecto combinado de los relatos de los ’80 y los ’90, que interpela a cada ciudadano de las clases medias como sujeto de derecho y de méritos que el Estado, y los gobiernos, casi siempre peronistas, ignoran y burlan. Porque las identidades políticas son combinaciones inestables de distintas temporalidades y porque algunos sujetos pueden encarnar mas fácilmente algunas dimensiones de esa complejidad que otras, puede entenderse que aun cuando este peronismo no sea el que ofendió a una parte de las clases medias de la mano de Apold, reciba las mismas respuestas que aquél y que se le endilgue fraude (!!!) con convicción, ante un simple zafarrancho de boletas. El peronismo no está exento de las mismas probabilidades de reacción parcializante: sólo una composición específica y discutible, contingente y reelaborable de sus posibilidades identitarias lleva a que sus dirigentes se encapsulen en el papel de la bestia negra que habita la pesadilla de sus contrincantes (remember Herminio Iglesias). Lo hace toda vez que confunde las críticas al “estilo” de Guillermo Moreno con confirmaciones de su carácter amenazante del establishment. Que muchos estén atrapados en los fantasmas del ’55, de uno y otro lado, en el análisis y en la práctica política es todo un dato.

Pero la renovación de la matriz debería afectar tanto el análisis de los pasados lejanos y recientes como el repertorio de interacciones que regula las relaciones entre el gobierno y las oposiciones para evitar el extremo de la explosión. El kirchnerismo, su núcleo duro, más ágil y más dinámico, supo percibir la singularidad de los nuevos tiempos con sensibilidad. Por algo Kirchner buscó como buscó, y por donde buscó, la adhesión de la población, incluida la de las clases medias, cuando generó políticas como las de reactivación de la justicia por las violaciones a los derechos humanos, cuando impulsó criterios que otrora hubieran parecido ingenuamente nacionalistas en la renegociación de la deuda externa, o cuando tomó distancia del pejotismo. No sólo es el hecho de que las clases medias son ariscas a la seducción peronista lo que agota el potencial de incorporación de las mismas a la base electoral del Presidente. Tampoco el hecho de que éstas se aprovechan de la nobleza del presidente que los beneficia, tomando ventaja sin comprometerse. La distancia entre estos grupos y el FPV se agiganta y los esfuerzos de seducción encallan toda vez que el kirchnerismo hace movidas en el sentido correcto, pero con los lenguajes indebidos. Atrae dirigentes de otras fuerzas pluralizando su frente, pero los calla o los disciplina porque, tanto como los opositores tienen una dimensión gorila desde la cual no pueden evitar reaccionar, el núcleo del Gobierno descree de las deliberaciones de cualquier tipo y nivel. No le será fácil cambiar de repertorio porque para el kirchnerismo ceder poder e iniciativa, mucho más que un problema, es un pecado. Sienten que si lo hacen pierden una dignidad que les será reclamada por la historia y además aprovechan debidamente los beneficios de semejante acumulación de responsabilidades. Otro mecanicismo político lleva al kirchnerismo a perder el poder que ansía: abandona la Capital a su suerte entre la desesperanza y la condena y con ello renuncia a lo que renuncia más veces de las necesarias: a comprometer alteridades con parte de sus políticas, a generar lealtades más sólidas que las que genera la cooptación y la muchas veces pornográfica exposición de las efectividades conducentes. En fin, resulta preocupante que atrapado en la discusión de los “centros urbanos” versus el “pobrerío” (mal planteada, técnica y políticamente) abandone la porción de la clase media a la que con sólo dejar de amonestar y desconocer podría tener a su lado. Nada de esto es necesario que siga siendo así, pero no sabemos si la elite kirchnerista será capaz de hacerse cargo de inhibir algunos de los impulsos que entorpecen su productividad política.

Por otro lado, pueden esperarse inhibiciones del lado de las oposiciones: la actitud de Roberto Lavagna, la de una parte del ARI que no está dispuesto a cualquier cosa para ganar espacio y no percibe que éste sea un gobierno que debe ser echado a patadas, las necesidades de algunos dirigentes que gobiernan, hacen que pueda ceñirse la rabiosa ceguera que alía en combustión a los excluidos del esquema kirchnerista y su consiguiente imposibilidad de pensar en el largo plazo, con los indignados que le dan volumen a ese fuego. El estímulo de la ganancia posible podría permitir, si no la autocontención del mundo corporativo, la sujeción del mismo a reglas que sólo podrían establecerse con los consensos y las concesiones que las hagan respetables y exigibles. Y este estímulo debe provenir tanto de la renovación de las relaciones entre gobierno y oposición como del hecho de que el cambio de coyuntura, al que los opositores proponen como único factor explicativo de la bonanza, no admitiría traumas políticos graves sin precios. La misma coyuntura que parece alejar la evolución de la Argentina de los ciclos de stop and go que comprometían rápidamente las fases de expansión de la economía, puede ser la plataforma de comportamientos políticos que tal vez puedan cambiar. Sin abandonar la confrontación, sin resignar banderas, el cambio de repertorios podría hacer que, con todo el encono que sea legítimo, las fuerzas políticas dejen de engañarse disfrazando de ética de la responsabilidad (“así no se puede seguir”/“otra cosa no se puede hacer”) sus habituales desbarranques por la ética de los últimos días de Pompeya.

* Sociólogo.

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Imagen: Bernardino Avila
 
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