EL PAíS

Desendeudar hasta que aclare

Por M. W.

La expresión “desendeudar”, recurrente en el vocabulario de Néstor Kirchner, no es habitual en boca de Roberto Lavagna. Igualmente, el ministro de Economía comparte con el Presidente, entre otras, una idea básica: reducir la deuda con los organismos internacionales es menos gravoso para la Argentina que aceptar sus condicionalidades. Con ese concepto afincado entre ceja y ceja, Economía y la Rosada comparten una total falta de apuro en cerrar trato con el Fondo Monetario Internacional (FMI). La intención compartida es llevar parsimoniosamente las tratativas y seguir cancelando las cuotas que vayan venciendo.
Cubrir los vencimientos con reservas no le parece a Lavagna una abdicación, sino una elección henchida de lógica. ¿No es una imposición del Fondo? Lavagna, en la intimidad de su equipo, ve más bien que el FMI ha hocicado. Y describe el accionar de las contrapartes con un slogan clásico del pragmatismo político. Según el ministro, el FMI ha puesto en acto la máxima “si no puedes vencerlos, únete a ellos”. Y redondea “fuimos nosotros (contra sus consejos) los que elegimos nuestro rumbo e ir pagando. De ese modo crecimos y acumulamos reservas. Ahora quieren ‘imponernos’ lo que venimos realizando desde hace años”.
Tocar las reservas del Banco Central no le parece un sacrilegio, ni aun un riesgo. “Las reservas son del Estado nacional. Se consiguieron exportando y recaudando impuestos. ¿Qué mejor destino podrían tener que disminuir la deuda?”, pregunta ante su equipo. Los signos de interrogación son pura retórica, la respuesta afirmativa se da por hecha.
Por decirlo con un eufemismo, el ministro no revista entre los adalides de la autonomía a ultranza de la actividad financiera. El Banco Central, redondea Lavagna, es custodio de los dineros de Argentina. De hecho, no tan custodio, pues coloca buena parte de los fondos en el Banco de Basilea. “A un interés irrisorio, el uno por ciento o sea nada”, apostrofa el ministro cuya tirria con el sector financiero es proverbial. “Ese banco la presta a otros banqueros que vienen acá y compran títulos que dan una renta del ocho por ciento”, simplifica, fulmina.
En el imaginario del ministro, que en esto es idéntico al presidencial, pagar es un modo certero de conservar soberanía. ¿Tomará alguna vez crédito internacional la Argentina? Quizá vuelva a hacerlo, comenta Lavagna ante sus pares de gabinete, sí que en dosis muy módicas y a condición de haber aminorado su deuda en mayor número. “Si debemos 500 menos, podremos tomar crédito por 400.” No da la impresión de estar muy urgido por hacerlo, más allá de los rezongos de la derecha económica.
Las generosas reservas del Banco Central, todo lo sugiere, han de ser sisadas en el correr del segundo semestre. ¿Se podrá pagar acudiendo a otras cajas oficiales, por caso los fondos que tiene el Tesoro en el Banco Nación? Para Lavagna no es lo más lógico, pues las reservas son generosas. Pero tampoco hace un dogma de la cuestión. “La plata es fungible –incursiona al desgaire en la jerga jurídica–, lo que se paga en un sitio se libera en otro, y puede afectarse a otros destinos.”
A desendeudar, a desendeudar, parecen corear en Balcarce 50 y en el Palacio de Hacienda, que no avizora ese frente externo como el de más inminente riesgo.
Más les preocupa el socio favorito, a fuer de indispensable.

Determinismo

Si no marxista, materialista, Lavagna lee la crisis política de Brasil como determinada por los tropiezos de su economía. El ministro nada dirá en público, pero a su ver la decisión de Lula de pagar una tajada ciclópea de su PBI a los organismos internacionales puede serle letal.
Lavagna, que conoce al dedillo los meandros de la política brasileña, suele tener línea directa con alguno de los funcionarios más afines a Argentina del gobierno de Lula. Ellos le cuentan que las tensiones internas del PT, que le costaron su cargo ejecutivo a José Dirceu, están ahora en situación de empate. En despachos muy tangentes al del ministro, se comparte una sensación de derrota por uno o dos goles, pero se escucha con atención a los hermanos brasileños.
Un parate en la economía brasileña tendría obvia repercusión en Argentina. Lavagna incluso barrunta que el ingreso aluvional de los (para él) aborrecidos capitales golondrina tiene algo que ver con la inestabilidad del gigante del barrio. “Los inversores institucionales tienen predeterminadas sus canastas de inversiones por regiones. Si Brasil deja de ser confiable, algo más lloverá para acá”, supone o sabe.
Como lo cortés no quita lo competitivo, Lavagna disfrutó cuando la banca Morgan modificó el guarismo de riesgo país argentino, ahora ínfimamente superior al brasileño. Sin extrovertirlo, da por hecho que pronto se ubicará por abajo, lo que da la sensación de resultarle agridulce. Por un lado, masajea el ego entender que los manejos argentinos han sido más acertados. Por otro, las asimetrías hacen predecibles fuertes dolores de cabeza.

Coda

Vista desde Hipólito Yrigoyen y el Bajo, la realidad parece promisoria. Las mayores preocupaciones fincan en Brasil y en las secuelas de la interna peronista bonaerense. En Economía se hacen cruces pensando que los más confiables operadores en Diputados (José María Díaz Bancalari, Eduardo Camaño, Graciela Camaño) quedarán desactivados por la contienda. Hoy día, comenta un allegado fiel de Lavagna, se demoran en el Congreso leyes esenciales: antievasión, Cuota Hilton, regularización del personal de servicio doméstico son apenas las principales.
Pero esas rémoras no se menean en público pues Lavagna, hábil político al fin, sabe que cuando el PJ está de tiroteo interno lo suyo es callar.
De todos modos, son estas horas (estos meses, en verdad) tiempos de cauto optimismo ministerial.
La recaudación es record. El crecimiento sigue y, explican en Hacienda, arraiga en los sectores productivos y no en los financieros. Hasta las reincidentes rencillas con Julio De Vido parecen transitar una impasse más allá de que Economía y Planificación tienen lecturas muy dispares acerca de cuánto ha avanzado la obra pública.
La distribución del ingreso, ay, sigue siendo regresiva. Y el corte social entre (por ser generoso) dos mitades de la sociedad argentina brutal. Pero esto no escuece al ministro, que porfía en que el crecimiento, el discurrir de su “modelo”, es el modo posible de reparar esos flagelos.
En su magín no es prioritario (ni deseable) impulsar políticas públicas activas contra el desempleo y la pobreza estructural. Innovar respecto de la escueta productividad en políticas sociales de la actual gestión le suena a interferencia o a una vacua variable de la retórica de izquierda. En eso –en desdeñar un abordaje menos inercial, menos economicista de lucha contra el desempleo, el mal trabajo, los bajos salarios, el empleo informal, la desigualdad– su pensamiento también está en línea con el del Presidente.
Desdichada coincidencia, dirá este cronista.

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