EL PAíS

A propósito de los reclamos rurales...

 Por Raúl Cerdeiras *

Quiero dirigirme a todos aquellos que de alguna manera piensan y sienten en carne propia que una etapa de las luchas emancipativas ha concluido y que es necesario abrir un nuevo presente político-emancipativo, convencido de que cualquiera puede serlo y hacerlo.

Ya es hora de rebelarnos y dejar de estar siempre esperando a ver qué grupos o nuevos “actores”, salen a la palestra a luchar por sus intereses para que nos den de comer. Sí, para que nos den de comer, porque nos sirven el plato que alimenta la impotencia. Porque en ese plato luce un menú que en letras muy grandes nos dice: esta es la realidad: ¡elijan!

El conflicto entre los productores rurales y el Gobierno es revelador de cómo se activa ese mecanismo. Advertimos en el marco de lo que llamaríamos “la izquierda renovada” una puja en los argumentos destinados a justificar a quien se elige en esta disputa. Vemos a compañeros apoyar al Gobierno sabiendo que nada se puede esperar de él. Los populistas se entusiasman pensando que están en la lógica de 1945. Hay otros que dicen que hasta que el proletariado guiado por su auténtico partido (cada organización dice que él es el auténtico) no tome el poder y haga la revolución agraria y socialista, no habrá solución verdadera, lo que no impide que tomen partido por el sector más débil y explotado en vista a una alianza de clases por venir.

También el pensamiento que reina en la academia ha dicho lo suyo. Eduardo Grüner –sociólogo y profesor de Teoría Política de la UBA–, en un trabajo publicado en Página/12 el 16 de abril pasado, ha dejado sentada su posición. Y realmente ha dado en el clavo. Veamos la idea clave: “Pero, pero: un gobierno legítimamente electo por la mayoría no es directamente miembro de aquellas ‘clases dominantes’, aunque inevitablemente tienda a ‘actuar’ sus intereses. Y, en un contexto en el que no está a la vista ni es razonable prever en lo inmediato una alternativa consistente y radicalmente diferente para la sociedad, no queda más remedio que enfrentar la desagradable responsabilidad de tomar posición, no ‘a favor’ de tal o cual gobierno, pero sí, decididamente, en contra del avance también muy decidido de lo que sería mucho peor; y si alguien nos chicanea con que terminamos optando por el ‘mal menor’, no quedará más remedio que recontrachicanearlo exigiéndole que nos muestre dónde queda, aquí y ahora, el ‘bien’ y su posible realización inmediata. Porque el peligro del ‘mayor’ sí es inmediato”.

Da en el clavo, pero no para sacarlo, sino para amarrarnos más. ¿A dónde? Al plato mismo, porque el dispositivo de ese plato (plato cuyo nombre es: lo que está funcionando y se repite) es condenarnos a lo que hay y opera; desactivar nuestra capacidad de decidir e inventar Otra cosa; enterrarnos en el funesto “no hay más remedio”; promover una especie de goce masoquista que hace que nuestra opción sea “desagradable” y, sin embargo, no nos rebelemos; que nos obliga a “tomar” una posición que es siempre la de otros, en vez de declarar y producir la de uno; que pone como decisivo el argumento de la realidad inmediata del aquí y ahora para decidir acerca de cambiar las cosas, sin percibir que ese argumento es el que nos condena de por vida a aceptar lo que realmente existe: el capitalismo y su “democracia” política; que nos aprisiona con la idea de que el único proyecto realista es el de evitar el mal y, si es posible, evitar entre todos los males, el peor. Este es el plato: ¡pura impotencia!

También se afirma “que no está a la vista ni es razonable prever en lo inmediato” una alternativa “radicalmente diferente”. ¿Para qué tipo de mirada? ¿De qué razonabilidad se trata? Digámoslo claramente: desde la mirada dirigida por las anteojeras del sistema no se ve nada. Nosotros queremos afirmar otra mirada. Lo radicalmente diferente lo nombramos como Otra política emancipativa y no hay que verla hay que proclamarla, decidirla, hacerla y ver sus efectos reales. La razón que la sostiene está en ella misma, ninguna rebelión se justifica en otra cosa que no sea su propia irrupción. No vamos a deducir lo nuevo de lo viejo, por lo tanto debemos estar a la espera de un encuentro, atentos a esas diferencias llenas de matices que nos dicen día a día de una multiplicidad de circunstancias que se resisten a ser tragadas y decodificadas por la manera hegemónica de pensar y actuar que nos dispensa el plato.

Menos mal que Espartaco no se puso a meditar si “estaba a la vista y era razonable” algo así como una rebelión de los esclavos. Y si Marx, en vez de declarar afirmativamente el comunismo se hubiera dedicado a analizar si eso era “previsible en lo inmediato”, es seguro que se hubiera dedicado a cualquier cosa menos a luchar por la emancipación de la humanidad. Las políticas de emancipación son una apuesta sin garantías.

Además, es mentira que no hay nada para ver. El zapatismo en México perdió la adhesión de una inmensa clase media “progresista” cuando decidió no apoyar a López Obrador y en su lugar propuso la Otra campaña. Los zapatistas, que con todas las dificultades imaginables intentan inventar otra forma de hacer política, desmontaron expresamente el argumento que invitaba a evitar lo peor votando al menos malo. También es indudable que desde hace mucho tiempo en nuestro país se han producido hechos (piqueteros, asambleas, tomas de fábrica, etc.) y pensamientos nuevos, experiencias de lucha, movimientos, publicaciones, en busca de abrir alternativas diferentes a la establecida. Hay algo más bien que nada, y ese algo está porque alguien lo hizo. Está allí para que cada uno sume su voluntad y deseo de inventar y sostener aquello que el futuro dirá acerca de la capacidad que tuvo para abrir otro pensar-hacer político emancipativo.

Compañeros, compañeras, ya es hora que abandonemos el enunciado fascista que nos impone el imperialismo contemporáneo: la única verdad es la realidad; y seamos realistas de verdad: apuntemos a lo imposible de este sistema.

* Filósofo, docente, director de la revista Acontecimiento.

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