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La confianza

 Por Alfredo Zaiat

La controvertida cancelación total de la deuda con el Club de París provoca la particular coincidencia en la crítica de representantes del conservadurismo y de la denominada centroizquierda. Los primeros apuntan a cuestiones de forma y los otros a ciertos aspectos de fondo. La ortodoxia reunida en la oposición se resiste a aplaudir ese pago millonario a las potencias económicas del mundo en crisis porque, en realidad, le incomoda como herida en el alma narcisista que semejante iniciativa sea instrumentada por la administración kirchnerista, de la que abominan. Con cualquier otro gobierno, como podría haber sido el de Fernando de la Rúa o el de Carlos Menem, cuando la hegemonía política estaba en esa otra vereda, habría provocado expresiones de júbilo de economistas del establishment y de los mercados financiero y bursátil. Pero si se trata de peronistas “populistas” aliados de Hugo Chávez quienes realizaron el giro al exterior de 6700 millones de dólares, expresa “debilidad política y un uso arbitrario de recursos”. Ese grupo de analistas debería estar buscando algún disfraz para ocultar sus recientes pronósticos de un próximo default de la Argentina, economía que estaba y está tan lejos de la cesación de pagos que puede permitirse destinar el 14 por ciento de las reservas para saldar el pasivo con el Club de París.

Las observaciones de un sector del progresismo que se siente cómodo en la oposición señalan la crítica obvia acerca de que ese dinero podría haber tenido otro destino más justo que pagar deuda externa. Así dicho parece razonable, pero la cuestión es un poco más compleja que la demagogia. Un programa de reindustrialización o mejorar la distribución de la riqueza fue rápidamente planteado como alternativas, aunque con pocas precisiones, en una singular posición puesto que la expresaron los mismos referentes que votaron en contra de los Derechos de Exportación móviles para cuatro cultivos clave, medida que era una herramienta –no un plan– para trabajar en el sentido de esos objetivos. El superávit fiscal tiene entre otros destinos el pago de la deuda –salvo que se la quiera repudiar–, y ese excedente podría haberse aumentado con las retenciones móviles que intervenían en rentas extraordinarias. No mencionan, además, que no existen normas legales que permitan la utilización de reservas para financiar planes productivos o de inclusión social. La actual titular del Banco Nación, Mercedes Marcó del Pont, había propuesto como diputada modificaciones a la Carta Orgánica del Banco Central para ampliar el marco de utilización de reservas, sin reunir apoyo ni del gobierno ni de gran parte de la oposición. Además no evalúan, por ejemplo, el impacto negativo en el frente monetario y en el de precios que tendría si se inyectara semejantes cantidad de recursos en el mercado doméstico de una vez, como se ha instrumentado el pago al Club de París. O sea, uno y otro destino a las reservas puede ser más o menos simpático a conciencias sensibles, pero esto no significa que ese dinero pueda ser utilizado indistintamente sin generar costos en el funcionamiento de la economía.

Ahora bien, el Gobierno presentó la cancelación de ese pasivo, menor dentro de la deuda pública global (equivale apenas al 4,6 por ciento del total), como parte de su política de desendeudamiento, iniciada con el canje de los bonos en default y seguida por el pago de la factura completa al FMI, en diciembre de 2005. Sin embargo, cada uno de esos pasos se concretó en un contexto local e internacional diferente del actual y con objetivos también distintos. El plan de quita de capital de los títulos en cesación de pagos vino a normalizar la relación con el mercado de deuda y aliviar el horizonte de pagos futuros. Se concretó en un sendero de recuperación de la economía luego del estallido de la convertibilidad y con una fuerte caída de la tasa de interés internacional en una plaza con abundante liquidez. En tanto, el pago del FMI se efectivizó con una economía que ya había ingresado en un período de crecimiento, proceso que estaba siendo bombardeado por la tecnocracia de ese organismo. Esa medida permitió ganar indudables grados de autonomía para el manejo de la política económica con un panorama externo favorable. Ahora, el pago al Club de París se realiza en el marco de un programa económico que está en una encrucijada por el ciclo de alza de precios internos, un tipo de cambio que pierde competitividad y el avance de la restauración conservadora de la mano del sector del campo privilegiado. El contexto externo sigue siendo positivo con las materias primas, pero en el financiero los países desarrollados están enfrentando la peor crisis bancaria desde el crac del ’29. Ese escenario global ha derivado en un reflujo de capitales que se observa en la dificultad que tiene el Banco Central para recuperar los casi 3400 millones de reservas perdidos desde el comienzo del lockout agropecuario.

Ese panorama más complejo abonó el terreno para la embestida de la ortodoxia y de bancos de Wall Street junto a calificadoras de riesgo. El pago al Club de París intenta aflojar la presión en el frente financiero, con el silencioso aval de los miembros de esa cofradía de países poderosos a través del BID y el Banco Mundial. Estos dos organismos internacionales han amenazado con obstruir el financiamiento al país, situación que se estaba verificando en estas semanas. Para sortear ese obstáculo el Gobierno ha traducido que el pago al Club de París va tras la meta de “ganar confianza”. Pero como la lógica de buscar la aprobación de esa abstracción denominada “mercado” es previsible, la evaluación inmediata de la city será que ha sido un paso importante aunque insuficiente para conquistar la voluntad de los inversores. El escalón siguiente para limitar la actual gestión se expresará en el pedido de la reapertura del canje para los bonista que quedaron fuera de la reestructuración. Y el anterior ha sido el reclamo de eliminar el control al ingreso de capitales –que hoy está suspendido–, como ya lo ha exigido la Bolsa de Comercio. En ese gaseoso concepto “la confianza” se encuentra la trampa de esa medida porque esa zanahoria la city siempre la ubicará en un lugar inalcanzable. Aunque si ese deseo de recuperar el favor del capital financiero es solamente retórica discursiva para frenar el embate de organismos, consultoras y bancos internacionales y ganar así espacio para retomar el control de la política económica, puede ser que entonces el pago al Club de París sea un primer paso en ese objetivo y no una estrategia de avanzar a los panzazos.

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