Jueves, 8 de abril de 2010 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Irina Hauser y Raúl Kollmann
Cuando Página/12 reveló por primera vez la existencia de una operación de escucha ilegal contra Sergio Burstein, la repercusión fue escasa. Y eso que el caso era gravísimo:
- La víctima del espionaje era familiar de un fallecido en el atentado contra la AMIA.
- El principal involucrado era el jefe de la Policía Metropolitana, Jorge Palacios.
- Para pincharle el teléfono, habían acusado a Burstein de estar ligado con un asesinato en Misiones.
- Intervinieron jueces de esa provincia armando causas falsas.
- El ladero de Palacios, Ciro James, retiraba las cintas personalmente de la SIDE.
Las revelaciones de este diario no llevaron a Mauricio Macri ni siquiera a deslizar una crítica de Palacios. Aún hoy, con Palacios preso y cuando el caso fue finalmente adoptado por los demás medios, Macri sigue sin hablar de El Fino. Su único arrepentimiento es asombroso: “Fue un error designarlo al frente de la Metropolitana porque tenía demasiada gente en contra”. No dice que fue un error poner como jefe policial a quien ya estaba sospechado de cometer delitos antes –terminó procesado en el caso AMIA–, se le detectó una llamada con un reducidor de autos y terminó encabezando una operación de espionaje contra el familiar de una víctima del atentado.
La defensa actual del jefe de Gobierno es aún peor. Su discurso público es que está siendo víctima de la persecución de un juez, supuestamente oficialista, a quien acusa de armar una telenovela mediática. Pasa por encima de un hecho categórico: las decisiones de Norberto Oyarbide fueron refrendadas por la Cámara Federal e incluso la prisión preventiva de Palacios y James tuvo el visto bueno de ese tribunal primero, y hasta de la Cámara de Casación después. El supuesto complot del que habla tiene demasiados adherentes para ser creíble. La montaña de pruebas, la cantidad de jueces que se pronunciaron, siguen sin motivar en Macri una opinión crítica de Palacios. La explicación es obvia: lo considera un colaborador fiel.
Y en ese punto entra en juego la escucha a Daniel Leonardo, el cuñado de Macri. Las demás operaciones de espionaje, a empresarios, abogados y mujeres de empresarios, tal vez fueron un negocio sucio de Palacios-James. La escucha de Burstein seguro que fue ordenada por Palacios para saber qué estaba ocurriendo en la causa AMIA, aunque también debía interesarle al jefe de Gobierno, que acababa de poner al frente de su policía a un imputado de encubrir el atentado. Pero la pinchadura a Leonardo tiene una sola interpretación posible: un asunto de la familia Macri. Mauricio puede argumentar que el choque era con su padre, Franco, más que con él y que el espionaje se hizo a pedido de quien fuera el líder del clan. Tal vez eso ameritaría ya mismo una convocatoria a declarar a Franco Macri. Pero la realidad es que el aparato de espionaje estaba en la cancha de Mauricio, empezando por su jefe, Palacios. Este no hubiera permitido a su segundo, James, el espionaje a un Macri sin la aprobación de quien era su referente: Mauricio. No en vano El Fino seguía siendo su jefe de la Metropolitana y James consiguió un inexplicable cargo en el Ministerio de Educación, con sueldo alto y nula tarea.
El cuadro de situación que aparece a primera vista es que Palacios le fue leal a Macri y hoy Macri sigue considerando a Palacios un ladero fiel al que no critica.
El escándalo develado por Página/12 ahora está en la tapa de todos los diarios. Macri cree que todavía es una cuestión, no de delitos, sino de fidelidades.
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