EL PAíS › OPINION

Un sistema sin memoria

 Por Raúl Dellatorre

No es el primer intento de golpe del capital financiero contra la banca pública ni será el último. El ruido que salió a provocar ayer un encumbrado miembro del equipo económico persigue un fin testimonial: dejar constancia ante los interlocutores de Lavagna en Washington en estas horas del alineamiento del Palacio de Hacienda con el objetivo de la privatización parcial de la banca pública. Que no será el último intento también está demostrado: el plan de desmantelamiento de la banca oficial va más allá del cambio de gobierno, con un proceso de auditoría que recién comenzaría en septiembre. La carta de intención, en este y otros puntos, excede largamente los términos de la transición política, con el apenas disimulado propósito de condicionar al próximo gobierno desde su instalación.
Y es que los grupos financieros poseen intereses que van mucho más allá de una mera transición política. Lo que preocupa, lo que molesta, es que la banca pública haya recuperado una porción del 25 por ciento del mercado de créditos y depósitos con la reciente crisis financiera. Quedaron en el olvido los tiempos en que la banca extranjera intentaba capturar clientes con consignas tales como “si tiene un plazo fijo en el Banco Provincia, al vencimiento venga y conversamos”. La banca extranjera era confiable. La banca pública tenía como único respaldo un Estado (nacional, provincial o municipal) al borde de la bancarrota. De un lado estaba la seriedad, del otro los intereses “políticos” del momento. ¿A quién se le podía confiar el dinero? Pero tuvo que pasar que los bancos se quedaran con los depósitos de los ahorristas, sin que las casas matrices aportaran un “verde” para el rescate, para que se viera otra realidad. No importa, pronto todo se olvida y la verdad volverá a estar del lado del que más publicidad haga.
Con el Fondo Monetario como gestor, la banca extranjera quiere capturar esa porción del mercado hoy en manos de la banca pública. Busca ponerle límites a su capacidad de captación de depósitos o de otorgamiento de créditos, quiere “privatizar” sus cuerpos de conducción, pero no pretende que desaparezca. No, porque hay actividades deficitarias que es preferible no heredar y si hay una banca “pobre” y oficial para hacerlas, mejor. ¿Qué interés puede tener la banca privada extranjera en hacerse cargo de pagar dos millones de planes Jefes y Jefas de Hogar o cuatro millones de jubilaciones y pensiones? Lo que no haga la “mano invisible” del mercado, bien puede hacerlo el garrote de los organismos internacionales.

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