EL PAíS › LILA PASTORIZA

“La imagen de la gente encapuchada”

Por V. G.

Prisioneros caminando a tientas, sin ver, agarrados unos a otros, encapuchados y de todos modos arreglándoselas para vivir. Es la imagen que la periodista Lila Pastoriza evoca cuando se menciona a la ESMA. Cada vez que pasa por la puerta del edificio busca con la mirada el tanque de agua del Casino de Oficiales, que es la referencia para ubicar el sitio en el que estuvo secuestrada. Desde Memoria Abierta trabaja para que el predio se convierta en un espacio de reflexión sobre los crímenes de la última dictadura y afirma que un museo en el que se reflejen esos hechos no puede convivir con instalaciones de la Marina.
–¿Qué imagen se le pasa por la cabeza cuando se habla de la ESMA?
–Son varias. Una es la del conjunto de prisioneros caminando a tientas, sin ver, agarrados unos de los otros, filas, los traslados, “capuchita”. Es la imagen de la gente encapuchada y de todos modos arreglándoselas para vivir. En lo personal, hay algo que más que el edificio me lo ha evocado alguna película y es la sensación de “estar en manos de”, de depender de lo que yo llamaba “los dueños”, de querer adivinar qué sucedería mirando la cara del jefe del grupo. Luego, pero eso ya corresponde al presente, la imagen de la ESMA para mí es el frente de la Escuela. Es esa omnipresencia impertérrita, que sigue ahí como si nada, como si no hubiera pasado nada.
–¿Qué le ocurre cuándo pasa por ahí?
–Me pasan dos cosas. Una es que me impresiona, siempre. La otra, anecdótica, y se lo decía el otro día en la reunión con (el presidente Néstor) Kirchner, es que cuando paso con el auto por Libertador estoy al borde de matarme porque quiero ver donde estaba el casino de oficiales y el tanque de agua. Yo en “capuchita” estaba abajo del tanque de agua. Cada vez que lo hago digo “no voy a mirar más, porque no me mataron éstos y me voy a matar en un accidente”.
–¿Se imagina el museo en la ESMA de alguna manera en particular?
–Me imagino ese predio dedicado a temas que tengan que ver con la memoria, los derechos humanos, el estudio de lo que pasó en este país, con lugares donde la gente pueda caminar, pensar, reflexionar. Con señalizaciones en varias partes, pero fundamentalmente en el casino de oficiales. Me imagino que se refleje de alguna manera quiénes fueron los prisioneros, sus vidas, sus historias, sus voces o de lo que ellos cuenten otros que los conocieron. Un lugar de reflexión de estudio, de homenaje. Un lugar donde podría estar el Instituto Espacio de la Memoria creado por la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires.
–¿Qué no podría faltar?
–Debería haber una preservación o reconstrucción de los lugares más directamente comprometidos para que la gente tenga una idea de que ahí pasó algo inimaginable, brutal, sin, a la vez, crear el rechazo que puede generar algo agresivo. Además, hay que situar muy bien la época ¿cómo fue posible eso? Esto implica muchos debates no hechos. Eso que se dice “recordar para que no vuelva a pasar” no es tan así. A veces se recuerda y vuelve a pasar lo mismo; en todo caso la memoria da elementos para que sea más difícil que vuelva a pasar, pero para eso hay que explorar qué pasó en el país.
–¿Y qué no podría haber?
–Instalaciones de la Marina, que debe desalojar el predio. Es un lugar de memoria de los crímenes de terrorismo de estado. Y fue un sitio con una unidad en su funcionamiento. Uno de los edificios, el casino de oficiales, estaba destinado a que operara el Grupo de Tareas. Ahí planificaba, torturaba y tenía a los prisioneros. Pero también los llevaban a otros edificios del predio: al dentista, custodiados por un guardia armado, hubo a quienes llevaron a trabajar a una imprenta, a una panadería que allífuncionaban. Una vez por semana, cuando “trasladaban” 40 o 50 personas, un helicóptero sobrevolaba el sitio... todo el mundo lo sabía. Las caravanas con los secuestrados entraban por la puerta principal, frente al edificio del escudo. No puede haber un sitio de memoria junto a instalaciones de la Armada.
–¿Esperaba el reconocimiento institucional de la Armada sobre sus crímenes?
–No. Me sorprendió. Me parece importante, más allá de intenciones subalternas, que deben haber. El hecho de que hayan tenido que plantear esta posición es indicador de un fenómeno más general de la sociedad.
–¿Cómo siente el camino desde la primera vez que declaró sobre su secuestro hasta hoy?
–En ese primer momento lo que como sobreviviente me interesaba era que se supiera lo ocurrido y que se castigara a sus responsables. Creo que el juicio a las Juntas, muy subestimado a veces porque las condenas fueron flojas, aportó haber difundido lo que ocurrió a vastos sectores de la sociedad. Ya nadie se podía hacer el distraído. En lo personal, declarar fue toda una decisión, no fue simple tomarla. Los abogados de los milicos querían demostrar si habías sido militante o no para invalidar la declaración. Estábamos en el auge de los dos demonios. Después trastabilló la Justicia y se vivieron momentos de retrocesos. Pero a diferencia de lo que pasó en otros países, en la Argentina cualquier hecho relacionado con el tema que aparecía dinamizaba nuevamente la situación. En la época de quietud en lo judicial, me conecté con el Equipo de Antropología Forense y comencé con ellos una reflexión sobre la militancia, qué buscábamos, qué hicimos, cuál fue nuestro rol en lo aquí sucedido. Eso fue muy importante. A partir de ahí empecé a trabajar sobre la memoria, en juntar cabos sueltos, en las historias de vida, en lo que sigo hasta hoy.

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