EL PAíS

Carta a un pequeño inversor italiano

Por José Nun
y Franco Castiglioni *

Desde la última reunión del Fondo Monetario Internacional, Italia (junto con Inglaterra y Japón) viene obstaculizando la firma de un acuerdo con nuestro país. Como su gobierno alega que lo está defendiendo a usted, pequeño inversor, quisiéramos compartir algunas reflexiones que nos parecen indispensables para hacer un diagnóstico sincero de lo ocurrido.
Como usted sabe, la inmigración italiana fue, de lejos, la más numerosa que llegó a nuestro suelo. De ahí que aún hoy casi el cuarenta por ciento de los argentinos sean descendientes de italianos, fenómeno que por sus dimensiones encuentra pocos parecidos en el mundo y es un caso del todo excepcional para Italia. Por eso no sorprende que sean de origen peninsular tanto el apellido del ministro de economía que en la década pasada nos hundió en la grave crisis que hoy padecemos como el del que ahora está tratando de sacarnos de ella. Tampoco son ajenas a este vínculo especial las iniciativas de ley presentadas por parlamentarios de su país para aliviar la situación de los tenedores de bonos argentinos, y en particular la de los pequeños inversionistas como usted, reconociendo al mismo tiempo los esfuerzos que estamos haciendo para poder honrar nuestros compromisos mediante un crecimiento sostenido.
La solidaridad recíproca siempre ha existido entre nuestras dos naciones. Hizo, por ejemplo, que la Argentina le brindase a Italia una inmediata y amplia ayuda crediticia luego de la Primera y, sobre todo, de la Segunda Guerra Mundial, cuando además acogimos a numerosos inmigrantes a los cuales se les permitió que gozaran de total libertad para girar remesas.
Hoy, cuando somos nosotros quienes estamos saliendo de una verdadera guerra social que casi aniquiló nuestra economía, ¿qué argumentos puede esgrimir razonablemente el gobierno italiano para darnos la espalda precisamente cuando, tras 4 años de recesión y sin ninguna ayuda, la economía argentina exhibe una recuperación del 8,4 por ciento, un balance comercial positivo y un superávit fiscal superior al 3 por ciento?
¿Cómo entender este comportamiento cuando, durante la guerra de Malvinas, Italia anunció a Gran Bretaña y al resto de países de la Comunidad Europea que no adhería al boicot contra la Argentina debido “a que allí reside un número elevado de ciudadanos italianos y uno mucho mayor de descendientes de emigrados que conforman la nación argentina a la que nos ligan lazos de sangre y cultura que imponen un carácter prioritario en decisiones que los puedan afectar”? Y eso que entonces padecíamos una dictadura militar implacable, mientras que ahora gozamos de una democracia representativa con plenas libertades. Por lo demás, tal vez usted no recuerde que no siempre su país estuvo en condiciones de honrar sus deudas. En 1931, por ejemplo, Estados Unidos tuvo que condonarle al propio gobierno de Mussolini todas las deudas de la Primera Guerra.
Seamos claros: no dudamos de que usted invirtió de buena fe su dinero en títulos argentinos y no se cuenta entre los especuladores que compraron bonos al 30 por ciento de su valor nominal a la espera de duplicar su monto mediante la renegociación y a costa de la miseria de nuestro pueblo. Pensamos en alguien que, en el momento de jubilarse, invirtió parte de la gratificación de fine lavoro en nuestros títulos por consejo de su banquero, que quería sacárselos de encima y lo atrajo con su alto producido sin explicarle los riesgos. En realidad, llamarlo a usted pequeño ahorrista es subestimarlo porque usted no dejó su dinero en la alcancía ni en una cuenta de ahorros: usted quiso hacer una inversión muy provechosa aunque sin informarse suficientemente. Fíjese que su caso ayuda a despejar una incógnita: ¿por qué Italia es el país que acumula el mayor monto en valor de títulos de la deuda externa argentina? No son títulos concentrados en pocas manos, como en otras partes, sino distribuidos entre nada menos que 450 mil tenedores. ¿Qué llevó a tantos pequeños inversores como usted a comprar estos títulos?
Son proverbiales tanto la alta propensión al ahorro de los italianos como su búsqueda de colocaciones en valores de buen rendimiento. Desde luego, no hay nada de objetable en esto. Pero sucedió una mala coincidencia de la que no somos responsables nosotros. Nos referimos a 1998, cuando Italia ingresa a la Unión Monetaria Europea y las tasas de interés de los bonos de su país se desploman y llegan al 3,5 por ciento en euros. Es también cuando se inicia la fase final de la debacle argentina y las instituciones financieras italianas buscan desprenderse de nuestros títulos, con los que hasta entonces habían ganado fortunas.
Amigo inversor, permítanos imaginar la escena: ahí aparece usted, decepcionado por la caída de su renta. Usted trataba de mejorar el rendimiento de su inversión. Su banco le propuso nuestros bonos, que superaban largamente las tasas de los títulos de su país y, además, se pagaban en liras. Le explicaron que la Argentina siempre había sido un país seguro y hasta le pueden haber evocado el viejo dicho “rico como un argentino”. Y usted compró porque le convenía y porque confiaba en sus asesores.
Le confesamos que es francamente notable la ligereza con que fue tratado desde 1995 el llamado “miracolo argentino” en las páginas económicas de los principales diarios y en la prensa especializada de Italia. Abundan las referencias a la nueva Argentina, al tigre económico sudamericano, al mercado emergente sin contraindicaciones. Tanto que el modelo debía servirle de enseñanza a la propia economía italiana y se usaba el nombre de nuestro ministro de entonces para recomendar una cura da cavallo. Poco y nada se dijo de los costos impresionantes de la ley de convertibilidad en términos de un endeudamiento creciente y de un desempleo, una pobreza y una polarización social inéditos. Más escasos resultaron todavía los análisis políticos acerca de las consecuencias negativas de la reelección de Menem en 1995, de la corrupción en la que estaban envueltos numerosos personajes de primera línea y de la total impunidad que los amparaba.
La victoria de la oposición en las legislativas de 1997 pareció un mero hecho anecdótico frente a la importancia conferida a Domingo Cavallo cuando le fueron otorgados doctorados honoris causa en las más prestigiosas universidades de su país o la ovación con que recibieron a Menem los alumnos y profesores de la Universidad Privada de Negocios de Milán.
Créanos que nos hemos informado antes de escribirle. Muchos pequeños inversores italianos como usted nos cuentan que sus bancos les aseguraban la solidez de nuestros bonos incluso a mediados de 2001, cuando el riesgo país ya había alcanzado los tres mil puntos. ¿Cómo resistirse entonces a adquirir títulos a valor nominal que prometían rendimientos de hasta el 15 por ciento al año? No se necesita ser muy perspicaz para pensar que hubo mala fe (es curioso que ahora se intente esgrimir contra nuestro país el argumento de la buena fe) y que esas instituciones procuraban desprenderse a costa suya de sus carteras devaluadas.
¿Adónde queremos llegar con estas reflexiones? Podríamos decirle simplemente que usted jugó y que en el mercado financiero a veces se gana y a veces se pierde. Pero deseamos dar un paso más: pretendemos que usted nos conceda el beneficio de la duda cuando decimos con total honestidad que no todos los malos de esta película son argentinos. Ni mucho menos. No hay un único responsable de esta crisis. Después, nos importa poner a su disposición toda la información que necesite para entender que esta renegociación de las obligaciones del Estado es imprescindible para que podamos crecer y sacar de la miseria a millones de conciudadanos. Tercero, lo invitamos a que, si antes sólo le prestó atención a los rendimientos y poca o ninguna a los datos, ahora exija conocer los antecedentes que se le ocultaron y nos ayude a hacer recaer las responsabilidades sobre quienes corresponde, tanto en nuestro país como en el suyo. Incluyendo al Fondo Monetario Internacional y al Banco Mundial.
De veras que deseamos que usted salga de esta situación lo mejor parado posible. Pero sería una triste paradoja que lo hayan hecho confiar en laArgentina cuando no correspondía y lo lleven a no confiar en nuestro país cuando sí corresponde hacerlo. Le pedimos que apueste a nuestro crecimiento. Que no contribuya a ahogarlo. Así va a poder cobrar una parte no desdeñable de lo que le debemos. La solidaridad entre nuestras naciones no es sólo un valor históricamente ponderable: en la situación en que estamos, puede terminar resultando un buen negocio.

* Politólogos. Nun es director de posgrado de la Universidad Nacional de San Martín. Castiglioni fue director de la carrera de Ciencias Políticas de la Universidad de Buenos Aires.

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