EL PAíS › LA ACUSADA ATACO A GALEANO Y SE VICTIMIZO EN SU ALEGATO FINAL

“A mí, se me aplicó la inquisición”

Por I. H.

María Julia Alsogaray no quiso que la indagaran durante todo el juicio oral, pero ayer decidió despacharse en cuanto le ofrecieron la palabra, antes de escuchar la sentencia. Irónica por instantes, altiva también, pero siempre en posición de víctima, dijo que le “aplicaron la inquisición”. Contó la historia de los sobresueldos en el menemismo, hizo acusaciones solapadas y sugirió que aún hoy los sobres en negro se siguen cobrando. Los aires de bienuda le aparecían solos, tanto que comentó como al pasar: “Un departamento en Nueva York parece ser un pecado mayor”.
María Julia entró al recinto con tacos altísimos, como si estuviera mirando el mundo desde algún más allá, aunque con vibraciones repentinas de su boca producto de una cuota ingobernable de nerviosismo. Llevaba pantalones negros y una chaqueta verde agua, que fue casi la única prenda que repitió durante el proceso junto con los clásicos aros dorados. Parece, cuentan, que en la cárcel tiene el placard casi íntegro.
La sala de la Cámara de Casación estaba casi repleta. Entre la tribuna a favor de la acusada, al elenco estable (su sobrino, su hijo, la novia, la consuegra y su amigo Daniel) se sumó una tía, una grupo de amigas y la conductora televisiva de derecha recalcitrante Malú Kikuchi. El resto eran periodistas, familiares y amigos de los jueces, secretarios, fiscales y la esposa del fiscal del juicio, Oscar Amirante, quien sorprendió con su cabeza rapada aunque dejó su barba en pie.
Horacio Vaccare, presidente del tribunal, inauguró la jornada ofreciéndole a María Julia “decir algo que crea conveniente”. María Julia agarró el micrófono como un rayo, lista para hacer su catarsis y reconvertir la pose de chica superpoderosa con la que había ingresado.
“Quiero usar esta oportunidad para transmitir vivencias”, dijo. Tenía la voz grave; su cara ensombreció y se puso rígida. Su pelo estaba enmarañado y opaco, muy diferente del peinado llamativo, voluminoso y desmechado que llevó el día de los alegatos. Rápidamente, a poco de empezar a hablar, asumía con habilidad y como era esperable el papel de víctima. “A mí no se me investigó, se me aplicó la inquisición”, protestó, clavando la mirada en los tres jueces sentados frente a ella, serios y atentos como nunca.
Se quejó por haber sido sometida, en sus palabras, “a un profundo sufrimiento y una gran dosis de escarnio”. Señaló como el culpable, aunque sin explicitar su nombre, al juez Juan José Galeano, el instructor de la causa sobre enriquecimiento que comenzó con una denuncia en 1993. Al marplatense que inició las acciones, Roberto Bases, lo tildó de “delirante compulsivo”. El discurso de María Julia fue creciendo en ironías. “La investigación se empezó a demorar, aumenta el expediente. ¿En hechos? No. En recortes periodísticos”, comentó, mordaz.
Como si la de la imagen del tapado de piel hubiera sido otra persona, la ex secretaria medioambiental se quejó de la existencia de “un mito de la figura emblemática no generado por mí”. “Toda mi vida tomó estado público”, gruñó. “Me pusieron agentes encubiertos en la puerta de mi casa. Filtraron los montos de mis tarjetas de crédito, de mis declaraciones ante la DGI”, detalló. De pronto la ganó el espíritu de señora bien y comentó: “Un departamento en Nueva York parece ser un pecado mayor. Cientos de argentinos tienen departamentos en Miami”.
Saltaba del relato coloquial al discurso jurídico. Alegó que la figura de enriquecimiento ilícito facilitó su caída en desgracia. “Genera presunción de culpabilidad”, dijo, aludiendo a que este delito obliga al imputado a demostrar su inocencia y no a la Justicia a probar su culpa. En términos de abogado enumeró derechos que, dice, le vulneraron: “el de defensa” y “el derecho a la justicia rápida”, precisó. Varias veces repitió la teoría de que debido al paso del tiempo hay testigos que no estuvieron en el juicio, porque murieron, como el ex secretario de Ingresos Públicos Carlos Tacchi o Arnaldo Martinenghi, que manejaba el astillero que Alsogaray dice que le pagó 500 mil dólares de honorarios.
De pronto la ex funcionaria se zambulló en un tema muy esperado: los sobresueldos. “Qué sé yo de esa historia de los fondos secretos”, dijo. “En 1992 conocí la historia del sobre. Así lo conocíamos, yo me entero porque lo recibo”, relató. Luego apeló al mismo argumento que ya usó para explicar 622 mil pesos de su patrimonio, que declaró como fondos de la ley secreta 18.302. Contó que Domingo Cavallo en una reunión de gabinete dijo: “Debemos declarar el sobre ante la DGI, si no no vamos a poder justificar nuestros gastos personales”, reprodujo. Las instrucciones precisas, agregó, vinieron de Tacchi. Fue al nombrar al ex ucedeísta uno de los pocos momentos en que a Alsogaray se le entrecortó la voz. “Con dureza (Tacchi) había dicho que esto estaba mal y no le hicieron caso”, añadió.
“Yo no estaba entre las personas que tenían acceso a esa ley (secreta) y a la administración de fondos”, se defendió Alsogaray. Y sugirió que ahora se siguen cobrando los sobres en negro. “En 2004 hay ministros que salen a decir ‘necesitamos un salario digno’, cuando en realidad lo que dicen es necesitamos decir cuáles son los ingresos que realmente tenemos”, provocó. Para redondear, y en relación con los sobresueldos, dijo que hubo un grupo de testigos que “mintió bajo juramento”. En ese momento, se escuchó entre las butacas el nombre del ex jefe de ministros Jorge Rodríguez, que negó que se pagara ese plus salarial cuando él estuvo al frente del gabinete.
La ex secretaria de Recursos Naturales se despidió diciendo que “este juicio llega con una carga de presión extra”. Coló elogios al tribunal que la juzga, antes de oír el veredicto, y dijo que tiene “fe en la Justicia”. Sus amigas fueron, como un enjambre, a felicitarla. Ella saludaba, acorralada, desde atrás de una valla, donde se quedó.

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