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La jornada en el palacio, entre el miedo y las náuseas por los gases

Los empleados quedaron como virtuales rehenes. Por temor a que entraran los manifestantes, diputados a favor del nuevo Código descolgaron las placas de sus despachos. El día desde adentro.

 Por Mariana Carbajal

Afuera llovían piedras, las vallas de contención se convertían en artillería pesada y comenzaba a arder una de las puertas de la Legislatura. Adentro, cundía el pánico. Los empleados de las oficinas del subsuelo y la planta baja que dan a la calle Perú –principal blanco de los ataques– corrían por las escaleras en busca de refugio en los pisos superiores. Mientras, algunos diputados tenían otras preocupaciones: al menos el macrista Jorge Mercado y la bullrichista Fernanda Ferraro ordenaron quitar de la puerta de sus despachos las chapitas con sus nombres para pasar inadvertidos y evitar ser blanco de agresiones, ante el temor de un inminente ingreso al Palacio Legislativo de los acalorados manifestantes. Y con el mismo objetivo, empleados de Jorge Enríquez –el diputado que impulsa las políticas más represivas, que no había llegado a entrar al edificio– huyeron del primer piso hasta el cuarto para mezclarse con el personal de los bloques de izquierda.
En el momento en que empezaron las agresiones, en la imprenta del subsuelo se estaban imprimiendo los artículos del polémico Código Contravencional que estaba previsto tratarse en forma particular en la sesión de ayer. Por los chorros de agua que se lanzaron desde la Legislatura para frenar los ataques, esa oficina quedó destrozada: anoche podían verse computadoras, teclados, escritorios y sillas revolcados por el suelo y mojados. Igual suerte corrieron las oficinas de Ceremonial y de la Delegación de ATE. Todas ellas dan a la calle Perú al 100.
A la hora que estaba convocada la sesión, el edificio de la Legislatura ya emulaba un fuerte, aunque virtualmente desguarnecido. “Faltó un buen vallado y presencia policial. El día que viene Ibarra a abrir las sesiones ordinarias siempre ponen las vallas de tal forma que es un quilombo entrar incluso para los empleados. Hoy (por ayer) que se sabía que la cosa iba a estar muy áspera, no tomaron precauciones”, se quejaba por la tarde un empleado del bloque del Frente Grande, que quedó atrapado adentro del histórico edificio.
Una docena de guardias de infantería que custodiaban las entradas de la calle Perú al 100 se metió para adentro en cuanto empezaron a recibir insultos y el aire frío del mediodía se iba caldeando a fuerza de piedrazos. Además, como los efectivos de la Policía Federal decían que no tenían orden de actuar, se quedaron petrificados.
Las 13 puertas del edificio que dan a las calles Diagonal Sur, Perú e Hipólito Yrigoyen se cerraron herméticamente, bajo la custodia del personal de seguridad de la Legislatura, que es civil, y está más entrenado para pedir documentación a los ingresantes que para resistir un intento de toma del Palacio Legislativo.
Después, los gases lacrimógenos que se tiraron en los alrededores del edificio complicaron la situación adentro porque se filtraron por las vidrios rotos. Mientras decenas de empleados corrían escaleras arriba en busca de oficinas donde guarecerse, se lo vio al macrista Ricardo Bussaca recorriendo los pasillos munido de un palo. “Nadie nos dio ninguna indicación de cómo actuar o qué hacer”, se quejaba Javier García, jefe de prensa del bloque socialista, en cuyas oficinas y en las del ARI –en el tercer piso– dieron asilo a unos cuarenta empleados –muchas mujeres– que llegaban desde los pisos inferiores, algunos de ellos con náuseas, descompuestos y asustados. Los gases se colaron hasta el tercer piso y en varias oficinas tuvieron que encender los extractores de aire para alejarlos. En ese contexto, ir al baño implicaba volver con los ojos irritados.
Atrincherados en las oficinas del tercero y cuarto pisos, empleados y legisladores seguían la batalla campal por los televisores instalados en los despachos. A esa altura de la jornada el diputado Helio Rebot, el kirchnerista del macrismo, lamentaba haber invitado a su madre, de 71 años, a presenciar la sesión y trataba de contener los nervios de la señora, que recién pudo emprender el regreso a su casa pasadas las 18.30.

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