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Un día de represión y bala

Carlos Almirón cayó a las 15.15 sobre el asfalto de Avenida de Mayo, a diez metros de Bernardo de Irigoyen. “Avanzamos junto a la gente... había señoras mayores que tiraban piedras. Pero no vimos a unos cien policías que estaban adelante hasta que embistieron contra nosotros. Hubo una andanada de gases y disparos, y cuando se disipó la nube de humo aparecieron los cuerpos tendidos en el piso. Uno de ellos era Almirón.” El relato pertenece al segundo testimonio recogido en la causa sobre la muerte del joven militante, pero no pudo sumar ningún elemento que permita reconocer al policía que apretó el gatillo. Sin embargo, brindó un detallado relato de la represión del 20 de diciembre. “La gente pujaba por llegar a la plaza pero era reprimida con disparos de gases dirigidos directamente al cuerpo”, manifestó el declarante.
“Tenía convulsiones y sus ojos se perdían... una mujer le apretaba el pecho para que no se desangre”, había descripto otro testigo. Pero tampoco pudo identificar a los uniformados que disparaban por el humo de los gases y porque llevaban cascos. El nuevo testimonio coincidió con otros que hay en el expediente que describen la circulación de dos automóviles Duna, uno rojo y otro blanco, de los cuales se bajaban policías a disparar con pistolas contra los manifestantes. Le llamó la atención que usaban zapatos en lugar de borceguíes. En cambio, entre los uniformados que encontró en Avenida de Mayo había algunos de Infantería que portaban Itakas.
La gente llevó el cuerpo de Almirón hasta la plazoleta que divide Bernardo de Irigoyen de Avenida 9 de Julio. Quince minutos después llegó la ambulancia que lo traslado al Hospital Argerich. “Incluso en esa situación la policía seguía disparando”, apuntó el joven declarante. Y agregó que luego se dedicó a buscar a los compañeros de Almirón para contarles lo ocurrido. “A esa hora la policía envió una tanqueta que arremetía contra la gente, y que en su parte superior poseía una torreta de la cual salía un policía y disparaba”, indicó.
Fernando “Petete” Almirón era un estudiante de 23 años que repartía su tiempo entre el trabajo con su padre, las clases del CBC de Avellaneda para la carrera de Sociología y su actividad social. Había trabajado en el Centro Popular 29 de Mayo y luego en el C.P. Agustín Tosco, en Lanús. También colaboraba con la Correpi, agrupación en la que participó activamente durante el proceso por la masacre de Budge, en las campañas de búsqueda de policías prófugos y en el caso de Pipi Ortiz. Escuchaba a Hermética y era hincha de Talleres de Escalada.

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