EL PAíS › OPINION

El final de una transición obligada

 Por Luis Bruschtein

La conformación del nuevo gabinete debía ser un trámite de rutina, pero el reemplazo del ministro de Economía lo convirtió en un tema conmocionante. Si Kirchner quería proyectar hacia la sociedad que inauguraba un nuevo ciclo en su gobierno, lo consiguió con esa medida. Aunque el signo de ese recambio todavía no tiene respuestas muy precisas, el retiro de Lavagna, la figura más fuerte del equipo de ministros en términos políticos y económicos, emite una poderosa señal.
Las designaciones tienen el mismo sentido con el que se construyeron las listas en la provincia de Buenos Aires tras la embestida sobre el duhaldismo. Probablemente sea el gabinete con más figuras de centroizquierda que hubo en el país desde la salida de la dictadura, con historias personales de exilio y cárcel de las que no han renegado.
Es evidente que Kirchner eligió gobernar con un equipo más homogéneo y que representa con claridad una porción muy definida del espectro político. Al anunciar los cambios y designaciones, Alberto Fernández explicó que obedecían a la lectura que hacía Kirchner de los resultados electorales. Se puede deducir que el Presidente consideró que, tanto el aval que recibió como la derrota del duhaldismo, lo desembarazaban de la necesidad de alianzas y sostenes que debió aceptar cuando asumió.
La imagen de Lavagna como duhaldista no es tan fiel a la realidad. Al igual que Kirchner como candidato, Lavagna llegó al ministerio por el descarte previo de otros más afines a Duhalde, que había insistido con una estrategia económica ortodoxa. Pero Lavagna tampoco provenía del kirchnerismo.
Cuando Kirchner asumió, el interrogante más fuerte estaba centrado en Lavagna y su mantenimiento fue aceptado como una señal tranquilizadora de continuidad. No se trataba de que Kirchner cuestionara la política del ministro en ese momento –por el contrario, coincidía en términos generales– pero si algo demostró es que le molesta manejarse en situaciones que siente como impuestas. Prefiere crear su propio ámbito para la toma de decisiones. Sin embargo, la génesis de Lavagna como ministro le daba ese carácter, lo que produjo más de un roce entre ambos en un plano sensible para el Gobierno.
Para algunos, el contenido más notable de esta medida encierra una demostración de fuerza, que lo es. Para el Gobierno parecería más una señal de manos libres: se terminó una etapa de transición obligada en la que tuvo que aceptar alianzas y situaciones impuestas y de aquí en adelante es kirchnerismo puro.
La construcción de la gestión aparece también como un adelanto de la construcción política, que resulta más dificultosa porque a los ministros se los elige, pero en política es la gente la que elige. En ese sentido, las designaciones proyectan hacia la sociedad un perfil nítido del lugar desde donde quiere construir.
Se dice también que Kirchner tiende a repetir el esquema que aplicó en Santa Cruz. Resultaría difícil, porque en una provincia de pocos habitantes es más fácil el contacto directo con la población. A nivel del país resulta imposible basarse solamente en esa vía. La relación tiene que recurrir necesariamente a intermediaciones políticas afines o no y requiere más diálogo y flexibilidad en el sentido que se quiere gobernar.

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