EL PAíS › OPINION

Palabras de campaña

 Por Pbro. Dr. Eduardo de la serna

Otra vez palabras del cardenal Bergoglio molestan al Gobierno. No es la primera, y por lo que parece, tampoco será la última vez.

Recientemente, al inaugurar la última reunión de la Conferencia Episcopal Argentina habló de la Iglesia perseguida y el Presidente le respondió que él pone la otra mejilla. Un poco más tarde, en Brasil, habló de la “inequidad escandalosa” y el jefe de Gabinete de ministros le respondió que debería “leer un poco”. Ahora habló de “bendecir el pasado” y el ministro del Interior le respondió que eso no era “la Iglesia de Cristo”.

Por un lado, por lo que trasciende, el cardenal dice (o diría) que no quiere ser malinterpretado políticamente por el Gobierno, ya que habla para toda la sociedad. Por otro lado, el Gobierno afirma (o afirmaría) que el cardenal actúa como el jefe de la oposición.

Los tres casos señalados no son los únicos: en el Gobierno –parece– atribuyen al cardenal la paternidad de la alianza Telerman-Carrió. Y los casos podrían seguir y seguir... Y personalmente, no quisiera seguir cada vez repitiendo la misma “música”...

Como buen jesuita, el cardenal es experto en decir sin decir, o en lograr que crean que dijo lo que de hecho no dijo. Su manejo de los tiempos y los silencios es realmente admirable. Y el de las palabras. Nadie en la Iglesia negaría que cuando la Iglesia es fiel a su ministerio y vocación, molesta y es perseguida: la larga historia de mártires es un buen ejemplo de ello. Y casos recientes en América latina y nuestros como Mugica, Angelelli, los palotinos y tantos otros son un buen ejemplo de ello. Nadie negaría tampoco que la inequidad es escandalosa: que haya hambre en la Argentina es verdaderamente escandaloso; un país que produce alimentos para 350 millones, y no alimenta a sus 35 millones es signo incuestionable de “inequidad”. Y nadie, tampoco, negaría que nuestros antepasados, nuestros abuelos, los que nos dieron la vida nos invitan a “decir bien” del pasado, y que si hay alguien que azuza el mal-pasado lo hace para sacar provecho (“los devoran los de afuera”). Pero ¿es a eso a lo que se refiere el cardenal? Las dos lecturas son posibles, y atribuir a una “mala lectura” de los medios de comunicación o del Gobierno es no reconocer que esa lectura también es posible. Cuando las palabras no son lo suficientemente encarnadas como para que el pueblo pueda “saber de qué se trata”, evidentemente ambas lecturas pueden sacarse. Y si se quiere evitar una “mala lectura” seguramente lo mejor y más sencillo sea hablar claro.

Habitualmente intolerante, el Gobierno no se caracteriza por su actitud de diálogo. Muchos medios de comunicación son testigos de esto; y muchos que han manifestado algún menor o mayor disenso. Que el Gobierno no persigue a la Iglesia es algo evidente: que el cardenal pueda decir sus palabras una y otra vez es un buen signo de ello. Que muchos índices de pobreza e inequidad han bajado es también evidente, y no se necesita manipular el Indec para reconocerlo. Que no puede haber verdadera justicia sin mirar el pasado, es también ciertamente evidente. Si entendiéramos al pie de la letra las palabras del cardenal casi deberíamos decir que no debemos hacer historia. O –como dijo uno, con razón– que hay alguien que tiene (¿ungido por Dios?) la palabra “mágica” para decir cuándo sí y cuándo no debemos mirar el pasado... Pero negar la “inequidad escandalosa” y negar la importancia de una justa reconciliación es peligroso. Y necio.

Y aclaro: creo en una reconciliación que debe mirar al pasado, que debe sancionar a los culpables. La memoria es algo vital no sólo para no repetir errores, sino también para saber ver caminos “bendecidos”, y para reconocer enemigos o aliados. Hoy todos sabemos que el Golpe genocida del ’76 fue casi una excusa de grupos empresarios para implantar un modelo económico. Y –en lo personal– creo que los militares son casi los “patos de la boda”, porque no hay empresarios o lobbistas presos por ese genocidio (y aclaro que creo que Macri –padre e hijo– son de “esos empresarios”). Y saberlo, tenerlo presente, no es “campaña sucia”, no es “maldecir el pasado”, porque esa parte del pasado “es maldita”.

No voto en la ciudad de Buenos Aires, pero no tengo la más mínima duda que votaría a Filmus si tuviera domicilio porteño. No lo hubiera votado en la primera vuelta, pero no dudo lo que haría en la segunda.

Pero, personalmente, estoy cansado de la intolerancia del Gobierno y de las medias palabras del cardenal. Creo que el país necesita grandeza, claridad, diálogo fraterno, justicia, transparencia (que no sé cuántos podrían mostrar) y sobre todo, una intransigencia apasionada por la justicia para que los pobres de nuestro país “bajen de la cruz”. Todo lo otro me suena a palabras de campaña. Y me tiene cansado.

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