EL PAíS › PASAJEROS VARADOS Y MOLESTOS POR LA SUSPENSION DE VUELOS

Se puso de moda la “boucher manía”

 Por Alejandra Dandan

Con el correr de los días, la huelga les ha enseñado algunas cosas. Ya no van más en malón a pasar horas de nada ante los stands vacíos de las empresas aéreas. Ni protestan frente a las cámaras. Como vencidos, los clientes de las empresas argentinas de vuelos ayer abandonaron masivamente el aeropuerto porteño a la espera de la resolución del conflicto gremial. Eso sí, la cola, una sola de ellas, prolija, ordenadita y constante, no dejó de convocar a una multitud propia y numerosa durante buena parte del día.

Jessica y Julián llegaron al Aeropuerto Jorge Newbery con valija de viaje y el equipo suficiente como para una semana de descanso en Buenos Aires. En el día de ayer, exactamente a las ocho de la mañana, terminaban su viaje y volvían a trabajar a Ushuaia. El, a una no revelada oficina del gobierno, y ella, a su empleo en una agencia de turismo. Cuando se disponían a salir hacia Aeroparque, algo ya nada misterioso los retrasó.

“Y... Molesta, molesta”, dice Julián, resignado a la pregunta de la cronista. Después de saber que el vuelo de las ocho de la mañana con destino a Ushuaia no iba a despegar de Buenos Aires ni siquiera intentaron aproximarse a la estación aérea. Habían tenido suficiente con las imágenes televisivas del día anterior, de las odiseas de los pasajeros, de las quejas, de los revuelos. Pero unas horas después no resistieron. A las cuatro en punto de la tarde, ellos también decidieron pararse con valija, bolso de mano, carteras, abrigo y una buena cara de paciencia ante la única gran cola del día. La única, esa cola inmensamente larga que atravesó, persistente, todo el aeropuerto.

“Molesto”, insistió Julián. “Sigo molesto.”

“Molesto, porque bueno, tenés que empezar a trabajar, porque además está el tema del presentismo.”

Puestos más adelante, en esa cola, hay gente de Río Grande, de Río Gallegos, de Ushuaia, pero sobre todo se escuchan acentos extranjeros. Gente, porque los pasajeros a esta altura no existen. O eso parece. Los que pasan por el Aeroparque son gente detenida por el paro de los empleados que no a van ningún avión. O eso creen. Van al lugar de la espera, de la cola y no de los vuelos. A una zona donde los pasajeros en un estado de intensa quietud transforman el aeropuerto en escenario de otro estado.

Puestos más adelante, siempre en la cola, Agustina y Emanuel resisten la espera sentados directamente sobre sus bolsos como andinistas. Tienen 15 y 19 años. A la madrugada, mucho antes de lo que tenían previsto levantarse, Emanuel escuchó sonar un teléfono. Era de Aerolíneas, dice, el vuelo que tenía previsto tomarse, también él, a las ocho de la mañana para Ushuaia se canceló. “¿Qué voy a hacer?”, dijo el muchacho, y logró preguntar en voz alta. “Quédese en su casa”, le sugirieron de la estación. “Calcule que a eso de las siete de la tarde puede informarse qué va a pasar en el aeropuerto, mire el informativo.” Emanuel, flaco, cara desgarbada y espigado, cortó el teléfono y explicó lo que poco después repitió en la estación aérea: “¡No tengo televisor donde estaba, así que me vine para el aeropuerto!”.

Afortunadamente a esa hora ya había varios pasajeros ex pasajeros de Ushuaia haciendo tiempo en esa especie de club. “Como Ushuaia es chica, nos conocemos”, dijo. “Le pregunté a uno de los señores que vi a las ocho de la mañana salir de la cola que qué estaba haciendo y me contó.”

Los vuelos se reprogramaron normalmente en los stands habituales, durante el día. Las consultas se hicieron en algunos puntos azarosos del aeropuerto. Lo que realmente sucedía en ese lugar, lo que realmente a partir de ayer parece haberse instalado como moda, es la “boucher manía”: la única forma que encontraron los pasajeros de redimir realmente sus eternas colas. Hotel, traslado y comida, obligatorio para todos los pasajeros después de cuatro horas de demora.

“Es obligatorio –dice Julián– a mí me lo contó mi novia.”

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