EL PAíS › OPINION

Si en 24 horas EE.UU. no bombardea Irán

 Por Ernesto Seman *

Si en las próximas 24 horas Estados Unidos no bombardea Irán, Néstor Kirchner podrá seguir tranquilo con el resto de su agenda, sabiendo que su calibrada acusación de ayer no es la pieza central de una aventura ajena. De hecho, las advertencias del presidente argentino ocuparon un lugar lateral en el torrente de demandas, reprimendas, amenazas y reclamos que Mahmud Ahmadinejad se lleva de Nueva York, y que llegan por exceso a lo que Irán busca por escaso: la preocupante insustancialidad de la acción multilateral en general, y sobre el régimen de Teherán en particular.

Las palabras de Kirchner sobre Irán se sumaron a la advertencia del presidente francés Nicolas Sarkozy, que dijo que el programa nuclear iraní representa “un riesgo inaceptable para el mundo y para la región”, y a la exigencia de la alemana Angela Merkel de que Irán “demuestre al mundo que no posee armas nucleares”. Lula dejó que Brasil, que junto a México son los países de la región con más peso internacional, siguiera su macerada relación con Medio Oriente y no hizo mención a Irán, algo destacable para quienes creen que una política de seguridad común es una prioridad para el Mercosur. Ahmadinejad, que habló justo después de Kirchner, se desentendió del reclamo argentino, y sobre el resto dijo que consideraba la cuestión nuclear como “un tema cerrado”.

Bush, que habló horas antes de Ahmadinejad, tomó cierta distancia (su mujer Laura, en cambio, pasó al lado del iraní, se quedó conversando con un asesor y al fin se apoyó decididamente en el púlpito que ocupaba el iraní, que no prestaba atención, perdiendo así la oportunidad de descubrir cuánto potencial común tienen sus miradas sobre la fe, la educación religiosa o la homosexualidad). El presidente norteamericano sumergió a Irán en el piletón más amplio de “regímenes brutales” junto a Bielorrusia, Cuba, Corea del Norte, Siria y Zimbabwe (por error, la ONU subió a su site la versión del discurso que incluía sugerencias de pronunciación para Bush, y así aprendimos que la fonética que mejor denota a la capital venezolana es “kah-RAH-kus”, lo que en español remite mucho más a carajo que a Caracas, pero como el lenguaje se construye sobre las diferencias y en inglés “ka-RAH-kus” no se parece a nada, es probable que todos hayan entendido que se trataba del país de Chávez). Se trata de una especie de Hexágono del Mal, que reemplaza al otrora Eje del Mal, no tanto porque el Mal se haya esparcido por la Tierra, sino porque la amplitud del blanco va en relación inversamente proporcional a la eficacia para resolver el problema, así que sería de esperar que para el año próximo los Estados Unidos denuncien un Pentadecágono del Demonio que reúna a países de todos los continentes y que asegure la total inacción de las Naciones Unidas.

Si algo distingue al gobierno de Bush es su mirada hiperideologizada de los intereses de Estados Unidos en el mundo, una ideología esclerosada en los bordes de la religión y que desmiente las simplificaciones de la izquierda mundana, cuyo lema asegura hasta la ceguera que la política internacional norteamericana, guerra de Irak incluida, se explica por intereses económicos. Si un vecino necesita comer y puede optar entre pedir al banco o robar plata de la billetera del hijo, y en cambio decide entrar al negocio de al lado, aniquilar al dueño, violar a su familia y llevarse la recaudación del día, sería difícil decir que el buen vecino “mató por hambre”. O yendo al tema de esta semana: si es por hablar de intereses, es el mismo interés por una mayor expansión política y económica que en algún momento llevó a Estados Unidos a crear y fortalecer un orden jurídico internacional el que ahora lo lleva a desmantelarlo o transformarlo en algo insustancial, sobrecargándola de postulados tan generales como irrealizables.

Al efecto deletéreo deliberado de la política exterior norteamericana se le agrega el efecto derivado de la acción de muchos otros países, cuyos presidentes llegan a la Asamblea General para desplegar una gran cantidad de actividades, que termina por resaltar (y producir) la irrelevancia de la invitación original. Si uno orillara los ’70 debería recordar, recostado en una mesa de café: “¡Eh! Antes, hacer otras actividades por fuera de la Asamblea General era considerado una falta de respeto a las Naciones Unidas”.

Los presidentes llegan abarrotados de demandas internas, y aprovechan el vuelo a Nueva York para afrontarlas, a distancia y con buena escenografía. Así se suceden charlas en “think tanks”, conferencias con agentes económicos (quién no lo necesita), partidos de fútbol (en la ciudad se hablan 200 idiomas, así que siempre hay 10 para un picado entre connacionales), entrevistas con medios internacionales (que circulan generosamente en su país de origen), reuniones con la comunidad judía (por las dudas) y charlas en las universidades (que aprovechan la presencia de un presidente para obtener fondos para estudiar a esos países, fondos que en general se utilizan para volver a armar una conferencia que tenga al presidente del país que había venido en primera instancia. México ha hecho de ese circuito una verdadera industria). En medio de esa nebulosa, ¿quién puede recordar cuál fue el discurso que dio en la ONU?

Nueva York los recibe a todos del mejor modo, aunque su presencia haga imposible transitar por ningún lado, encarezca los precios, produzca una superpoblación de agentes del servicio secreto, provoque interrupciones en la telefonía celular frente a ciertos dispositivos de seguridad. En buena medida, la ciudad es sede de la ONU porque Robert Moses, un urbanista que cambió para siempre la cara de Nueva York, movió cielo y tierra para desplazar a otras como Filadelfia o San Francisco. A la excitación de aquella victoria le correspondía el entusiasmo con el novedoso invento de un gobierno supranacional; tanto como ahora, a la previsible caravana de autos oscuros y sirenas que invaden la ciudad por una semana le corresponde una cierta fatiga de los materiales, la sensación de que todos están acá, pero las cosas pasan en otro lado.

* Escritor y periodista. Su próxima novela, Todo lo sólido, aparece en diciembre.

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