Lunes, 26 de marzo de 2007 | Hoy
Por José Natanson
“Las preguntas son sal”, escribe Vicente Palermo en Sal en las heridas, un ensayo donde explora y despedaza la causa Malvinas con la idea de, a través de ella, identificar algunos de los rasgos más notables de la cultura política argentina. La idea central de este libro provocativo y polémico es que las Malvinas son, por sobre todas cosas, un gigantesco entripado argentino, un problema de los argentinos con nosotros mismos más que con Inglaterra, lo cual condiciona nuestra visión del mundo y nuestra perspectiva de futuro.
Con un repaso de la historia de Malvinas antes de 1982, la guerra, sus secuelas y heridas, Palermo va delineando lo que define como la “causa Malvinas”, que nos habla de lo que fuimos, de lo que somos y de lo que queremos (y podemos) ser. El mito de las islas perdidas, por ejemplo, alude a una creencia extendida en nuestra cultura política sobre la supuesta falta de unidad nacional. Todos nuestros males –se dice– se explican por la falta de un proyecto nacional. Pero esto, sostiene el autor, supone una visión unanimista que a menudo deriva en la intolerancia: ¿qué hacer con quien no participa de este proyecto nacional? Y, en el caso de las Malvinas, genera una conclusión curiosa: una Argentina floreciente es la mejor oportunidad para recuperar las islas. Sería necesario, entonces, trabajar para merecernos las Malvinas.
El decadentismo es otro rasgo notable evidenciado en la causa Malvinas. Para muchos, la Argentina fue un gran país que en algún momento de su historia se extravió. La falta de nacionalismo –“Los argentinos no somos lo suficientemente nacionalistas”, se dice– habría sido uno de sus motivos. Y, claro, los agentes externos, perversos seres que nos perjudican todo el tiempo. Esta creencia, tan extendida como falsa, se corresponde con un territorialismo confuso, la sensación de que, contra toda evidencia, Argentina ha ido perdiendo territorio a lo largo de su historia. Pero Palermo es lo suficientemente lúcido como identificar complejidades: el nacionalismo territorialista, la idea del suelo sagrado –dice– comenzó a ser difundida en la Argentina liberal y no en la revisionista.
La tesis en la que se apoyan estos planteos, desarrollada sobre todo al final del libro, es que el ser nacional, la esencia de la argentinidad o la condición nacional, simplemente no existen. Que son supuestos indemostrables que han encontrado en las Malvinas, más que en el fútbol o el dulce de leche, una forma de condensación eficaz. En un estilo interesante, sin el acartonamiento propio de algunos de cientistas sociales, apelando a menudo a la segunda persona e incluyendo de tanto en tanto anécdotas y sensaciones bien personales, Palermo ha escrito un libro provocativo lleno de preguntas, preguntas que sirven para conocernos mejor a nosotros mismos, descubrir que tenemos menos certezas de lo que parece y menos consensos de lo que nos atrevemos a pensar. Hacer explícita nuestra incertidumbre –dice el autor– quizás nos deje a la intemperie, pero es una intemperie más prometedora que el cobijo agobiante construido con tantos lugares comunes.
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