ESPECIALES › IRENE KHAN, NUEVA SECRETARIA GENERAL DE AMNISTIA INTERNACIONAL

“Todos los derechos humanos para todos”

Asiática, musulmana, es la primera mujer que ocupa la presidencia de la más importante organización mundial de derechos humanos. Optimista pese a todo, piensa que sólo la información y la opinión pública pueden detener las nuevas tendencias autoritarias creadas por los atentados del 11 de setiembre. Los retrocesos y los nuevos problemas en el mundo global.

Por Sol Alameda

–Los objetivos que salieron de la última conferencia de Amnistía Internacional en Senegal, y en la que usted fue nombrada secretaria general, se calificaron como revolucionarios. ¿Fue esa ampliación de objetivos la que le llevó a entrar en la organización?
–Sí. Vivimos en tiempos de cambio, y Amnistía también refleja ese cambio, como lo ha hecho a través de los años. Empezamos como una organización que se centraba en los prisioneros de conciencia, y con el tiempo hemos extendido nuestro trabajo a áreas de juicios justos, detenciones, torturas, y en los últimos años a otros conflictos como los que se centran en los niños o las mujeres. Lo que pasó en la conferencia de Dakar fue el reconocimiento a la labor de Amnistía en el mundo de hoy. Tenemos que continuar siendo líderes de los nuevos desafíos de los derechos humanos, y también atender a todo el espectro de violaciones, se trate de derechos políticos, civiles, socioeconómicos o culturales. El objetivo es proteger todos los derechos humanos para todos. Soy de un lugar del mundo donde no se puede disfrutar de libertad de expresión ni de unas buenas condiciones de vida.
–Por los actos terroristas del 11 de setiembre han cambiado algunas cosas en el mundo. Si ahora se celebrase la asamblea de Dakar, ¿la hubieran elegido a usted, siendo musulmana?
–Amnistía siempre fue una organización valiente. Lideró el tema de la pena de muerte en una época en la que no había un tratado internacional y el tema de la tortura mucho antes de que hubiera un convenio. Por eso no creo que Amnistía tuviera miedo de escoger a una musulmana; de hecho, hubieran pensado que ya era el momento de escogerla.
–¿Restringe el Islam los derechos de las mujeres?
–Cuando nació y llegó a Arabia, sucedió al contrario: le dio derechos a la mujer que hasta entonces no había tenido.
–Si el Islam no tiene la culpa, ¿la tienen los hombres, la política?
–La culpa es de la forma en que la religión ha sido interpretada, usada y manejada por razones políticas, para conseguir el poder. Pero los valores fundamentales del Islam nos enseñan el valor del ser humano, el respeto al otro. Y todas las religiones dicen lo mismo sobre los derechos humanos: que el ser humano es una joya, que hay que protegerlo.
–Y, actualmente, ¿cómo valora la situación de la mujer dentro del Islam?
–Hay países que son progresivos: mire Turquía, algunos del norte de Africa. Hay otros, como Afganistán, donde las mujeres van muy por detrás. Pero el papel de la mujer no es sólo un tema religioso, es también sociocultural, y creo que si las sociedades y las culturas se desarrollan, empiezan a reconocer la importancia de la mujer. Sus derechos, para mí, son una parte de los derechos humanos. La igualdad de la mujer debe ser respetada, porque no se puede esperar el desarrollo de un país o de una sociedad si el 50 por ciento de la población se queda atrás.
–¿Hasta qué punto los planes de Amnistía Internacional se han visto influidos por el atentado a las Torres Gemelas?
–Los gobiernos se sienten amenazados, y lo primero que consideran es la seguridad. Por eso, países que estaban abiertos a ciertos derechos se han vuelto más restrictivos. Europa Occidental es un ejemplo, donde se están descubriendo leyes antiterroristas que podrían restringir los derechos fundamentales. Al mismo tiempo, seguridad es un término muy general. La amenaza a la seguridad no sólo viene cuando estás a punto de ser arrestado y metido en prisión. Mucha de la violencia actual procede de que la gente no tiene seguridad con respecto a sus libertades fundamentales; por ejemplo, no tiene derecho a la libertad de expresión, el derecho a no ser detenido o arrestado, así como el derecho a comer, a la educación o la sanidad. En grandes partes del mundo carecen de los beneficios de los derechos humanos, y eso conduce al tipo de violencia que luego crea las incidencias que vimos el 11 de setiembre.
–Si hay que volver a defender los derechos políticos y civiles, que estaban consolidados en Occidente, porque vuelven a estar amenazados, ¿nos olvidaremos de los países en que todavía no se pudieron consolidar esos derechos?
–Es muy irónico lo que está pasando ahora. Occidente luchó en la Segunda Guerra Mundial y como resultado los gobiernos europeos advirtieron que la mejor forma de protegerse de la guerra y la violencia era crear una institución de derechos humanos. Por eso, Europa y los gobiernos europeos estuvieron a la cabeza a nivel internacional y en sus propios países; por ejemplo, se creó la Declaración de los Derechos Humanos. Es irónico que cuando se habla ahora de la guerra contra el terrorismo se subestimen esas instituciones que ellos mismos crearon. Antes, los derechos humanos eran la llave para la seguridad; ahora se están viendo como el obstáculo a superar para conseguir la seguridad. Pienso que tienen que parar y aprender de las lecciones de la historia. Y ésta nos dice que donde se tienen derechos humanos sólidos y gobiernos responsables es donde hay seguridad.
–¿Las medidas que está tomando el Parlamento del Reino Unido van contra la Declaración de Derechos Humanos?
–Sí. De los gobiernos europeos, el Reino Unido es el que ha tomado la postura en este asunto. A través de su legislación ha introducido fuertes restricciones en la detención de extranjeros: pueden ser detenidos durante largo tiempo sólo por una mera sospecha. Han llegado incluso a pedir la suspensión del Convenio Europeo de los Derechos Humanos, que es una medida muy dura. Es la primera vez que un gobierno europeo pide una suspensión, y han declarado estado de emergencia para conseguirlo. Se está creando la sensación de una situación de emergencia, lo que supone no sólo una amenaza para los derechos humanos sino que, además, crea una gran inseguridad entre la gente, una sensación de miedo y amenaza.
–Parece que se está trastornando todo. Justo un año después de juzgar a Pinochet se aprueba en Estados Unidos que la CIA pueda matar.
–Es absolutamente irónico. Si se acuerda, el gobierno de Estados Unidos tomó una posición en contra del gobierno de Israel por esos asesinatos, lo que nosotros llamamos ejecuciones extrajudiciales. El mismo gobierno que considera equivocado hacer algo así y critica a otro gobierno por hacerlo, ofrece ahora sus propios agentes para que lo hagan. Es una pena. Como ha dicho usted antes, parece que estamos volviendo atrás en el tiempo. Y sí, batallas que pensábamos ganadas, resurgen de nuevo. Sin embargo, tenemos una opinión pública muy fuerte. Tengo fe en la gente. Y tenemos medios de comunicación muy activos y posibilidades de comunicación: lo que pasa en una parte del mundo, enseguida se conoce en la otra parte. Se puede movilizar a la opinión pública en contra de estas cosas y es ése el tipo de trabajo en el que Amnistía está comprometida. Porque Amnistía es una organización global. Los derechos humanos son valores globales.
–Es paradójico que se necesite repetirlo mucho más que hace 10 años.
–Por supuesto.
–¿Esta crisis tiene algo de bueno?
–Hay grandes desafíos por delante, riesgos y amenazas. Después del 11 de setiembre hablamos en términos de seguridad y en términos de represión. Por un lado, los conflictos se suceden, hay nuevas formas de violación de los derechos humanos, conflictos étnicos, religiosos. Por otro lado, hay grandes oportunidades. Tenemos una coalición de grupos de sociedades civiles no gubernamentales, organizaciones que se reúnen para trabajar en temas de medio ambiente, de mujeres y de derechos humanos. Sí, la crisis es buena. Hemos tenido una globalización en la economía y en las finanzas, y lo que veo ahora es una globalización de los derechos humanos, que por fin se han planteado como un asunto global. Yo estoy contenta,porque Amnistía no es una organización para los derechos humanos sino un movimiento de personas por los derechos humanos.
–Póngame un ejemplo que confirme su optimismo.
–En EE.UU. se habló de permitir la tortura. Una encuesta encontró que el 60 por ciento de la población americana estaba contra la tortura. El tema quedó como olvidado. La gente tiene que ser escuchada, y es aquí donde los medios de comunicación, y Amnistía, entran a representar su papel, para que las personas sean escuchadas.
–¿Amnistía tiene datos de cómo la prensa se está plegando a admitir cierta clase de censura?
–Los medios de comunicación tienen un papel difícil, todo el mundo lo reconoce hoy día. En Afganistán, en la reciente matanza donde 400 presos fueron asesinados en la cárcel de la fortaleza, ¿quién lo sacó a la luz? Los medios de comunicación. Y durante los bombardeos de Kabul, ¿quién contaba las historias sobre las bajas de civiles? De nuevo, los medios de comunicación. Cuando la Alianza del Norte entró en Kabul, había mucho miedo de que se produjera una masacre y fue la presencia de los medios lo que protegió a los habitantes. Los medios, sacando a la luz todo lo que pasa, tienen un papel importantísimo. Una herramienta de los derechos humanos es la transparencia, un modo de obligar a los gobiernos a rendir cuentas.
–¿La libertad de expresión corre peligro?
–La situación es más delicada que antes. La libertad de expresión es algo valioso, y los medios de comunicación tienen que tener cuidado. Habrá mucha gente a quien no le gusta lo que Amnistía dice. Pero hay que ser imparciales para que exista un debate, porque los temas por los que luchamos son muy importantes y difíciles. Hablamos de valores fundamentales para el tipo de sociedad que queremos.
–¿Por qué vino a estudiar a Manchester?
–Siempre había querido ser abogada. Acabé el bachillerato en Bangladesh, en 1972. Allí las condiciones después de la guerra eran muy malas, y dejé Bangladesh para continuar mis estudios primero en Irlanda y después en Inglaterra, donde hice Derecho. Desde la adolescencia estuve expuesta a la guerra: primero la civil en Bangladesh y después en Irlanda del Norte.
–¿Fue allí donde nació su afán por los derechos humanos?
–Fui a la Escuela de Leyes de Harvard en EE.UU. Al estudiar Derecho empecé a darme cuenta de que la parte más interesante era la de los derechos humanos. Pero supongo que toda mi vida, de una forma u otra, ha sido una lucha para mantener en alto los derechos humanos. Desde la Harvard School fui a la Comisión Internacional de Juristas, y desde allí al Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados, y trabajé en los derechos de los refugiados, en la protección de los refugiados en diferentes partes del mundo. Vi en la práctica lo que eran los derechos humanos, mientras ayudaba a la gente a cruzar fronteras. Trabajé en el este asiático, en Camboya, en Tailandia. A principios de los ‘80 trabajé en Pakistán con los refugiados afganos. Estuve en Macedonia cuando los refugiados kosovares cruzaron la frontera. He visto de una forma muy real qué pasa cuando se violan los derechos humanos. Desde todo eso he llegado a Amnistía Internacional.
–¿Nunca se ha decepcionado, se ha hundido, pensando lo poco que puede hacer para paliar el sufrimiento?
–No. Cuando se trabaja tan cerca de estas situaciones de crisis se ven las tragedias, pero también la esperanza. Incluso salvando una sola vida es suficiente, como dice el mensaje para todos los miembros de Amnistía.
–Supongo que se pueden llegar a valorar los derechos humanos si se siente el racismo en carne propia. ¿Ha llegado a sentirlo?
–No sería honesto decir que he sido una víctima del racismo. He sido una privilegiada. Sin embargo, hay situaciones donde uno se cruza con el racismo todos los días. Hace una semana, al volver de Bruselas a Londres,cogí un taxi en la estación y el taxista, al pasar por Waterloo Bridge, miró hacia el Parlamento y me dijo: “¿Ve ese edificio? Ya no está allí, ha sido destruido”. Quería que yo le dijera algo, creo que estaba hablando sobre el World Trade Center, y entonces paró el taxi y me dijo: “Fuera”. Sin duda pensó que yo era árabe. Esto pasa, pero es más por ignorancia que por otra cosa. Si la gente supiera más de los demás, no habría tanto racismo. Creo que la razón por la que me metí en la cuestión de los derechos humanos no fue el racismo sino la desigualdad. Lo vi en mi infancia y adolescencia en Bangladesh. Estaban los ricos y los muy pobres, y eso me repugnaba. Yo no veía diferencia entre un niño de la calle y yo misma, veía que ese niño podría hacer las cosas tan bien como yo; la única diferencia era que su padre no tenía dinero para mandarlo a la escuela, y mi padre, sí. Creo que esto fue el comienzo.
–Usted estuvo primero en la ONU y ahora está en Amnistía Internacional. ¿Dónde se encuentra mejor?
–Es diferente. La ONU trabaja de una forma porque es un club de gobiernos. Amnistía Internacional trabaja de otra forma porque es un club de individuos. Lo que les une es la preocupación de promover los derechos humanos. Todo depende de lo que uno quiera en cada momento. El anterior secretario se fue de Amnistía para ir a la ONU porque nunca había trabajado en la ONU, y yo vine de la ONU a Amnistía porque había trabajado allí durante 21 años y quería hacer algo diferente.
–¿Qué buscaba en realidad?
–¿Qué estaba buscando? Creo que una de las cosas más interesantes que han pasado en los últimos 50 años es el desarrollo del movimiento de los derechos humanos, que hoy la gente trabaje para mantener los derechos en contra de los gobiernos. Es un cambio muy interesante de las relaciones entre los ciudadanos y el Estado. Todas las leyes nuevas que se han creado, los tratados en derechos humanos y, en años recientes, la entrada de otros actores en escena, como compañías multinacionales, grupos políticos armados, líderes de comunidades religiosas, todos ellos han empezado a tener un impacto en los derechos humanos. Y hoy día, la novedad maravillosa es que la gente pueda trabajar para asegurar la protección de sus derechos. No pienso que haya un trabajo más interesante que el mío. Lidero un movimiento de más de un millón de personas. Fíjese, 160 países trabajando juntos en unos principios globales.
–¿En la ONU se sentía constreñida por la falta de dinero u otros problemas?
–En la ONU, la falta de dinero constriñe, pero también en Amnistía. Creo que en la ONU hay una gran burocracia para conseguir desarrollar los objetivos de los gobiernos. Nosotros somos una gran organización de gente voluntaria que trabaja en algo que cree. Aquí el compromiso es diferente.
–Amnistía Internacional es de alguna manera la meta de alguien que trabaja en los derechos humanos.
–Sí, así es.
–Como musulmana, ¿cree que se está produciendo un choque de civilizaciones?
–El enfrentamiento de civilizaciones es preocupante, y creo que tenemos que hacer todo para no desarrollar esta idea. Hay diferencias entre unos y otros, pero también hay fuerzas inmensas y positivas que acercan a la gente. Es verdad lo que usted dice, que estamos amenazados por una lucha entre unas y otras civilizaciones, pero nadie dice que eso sea bueno.
–La veo tan esperanzada, con un discurso tan positivo...
–Yo no me hago ilusiones, no es un trabajo fácil. Educar a la opinión pública es un trabajo duro, a la gente no le importa lo que ocurre más allá de su jardín. Medio Oriente está demasiado lejos. Y éste es el trabajo que Amnistía tiene que hacer: decir que los derechos humanos en Afganistán están siendo violados y que eso afecta a todos porque, en un mundo globalizado, la seguridad de Afganistán está vinculada con la seguridad de los demás países. La lección del 11 de septiembre es que loque pasó en Nueva York sucedió allí porque algo estaba pasando en Afganistán. Esto significa que si las violaciones de los derechos humanos se dejan incólumes, se consiente que la situación del pueblo de Afganistán se deteriore, y las violaciones que ocurran allí pueden tener un impacto a miles de millas de distancia en otra parte del mundo. Por eso hay una responsabilidad internacional en expandir la paz y los derechos humanos del mundo, y no en una forma colonialista.
–De todas las cosas que han pasado, ¿cuál es la peor y la que va a tener peores consecuencias?
–La peor que ha pasado es la voluntad de los gobiernos de cerrar los ojos a las violaciones de los derechos humanos: en Chechenia, en Egipto, lo que está pasando en Zimbabue... Es una tendencia preocupante.
–¿Estaba usted trabajando para la ONU, en el departamento para los refugiados (Acnur), cuando ocurrió la tragedia de los Grandes Lagos? Los miembros de la ONU fueron instados a abandonar a una población que inmediatamente fue masacrada.
–Sí, y también estaba trabajando para la ONU en 1992, cuando hubo un acuerdo de paz en Afganistán y la ONU redujo sus efectivos porque así lo quiso la comunidad internacional... Y enseguida se vio que la paz no podía mantenerse. Todos estos son casos que sirven para demostrar que los derechos humanos no pueden ser protegidos sin el compromiso de todos los países.
–La ONU aparece casi siempre en los lugares de conflicto, pero en ocasiones no sirve para gran cosa...
–Lo sé, lo sé. Pero no es a la ONU a quien hay que criticar sino a los gobiernos de los países que la crearon y que la sostienen.

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