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Excelentes intérpretes para un programa dedicado a Stravinsky

Con puesta de Pigozzi y dirección de Emiliano Greizerstein, se lucen Oddone, Moncayo, Rewerski, Noguera, Bonelli y Urdapilleta.

 Por Diego Fischerman

Una suite en donde la distancia entre el compositor y un material ajeno (ajeno también en el tiempo, como estas piezas extraídas de obras de Pergolesi) es la mínima posible. Un cuento pensado para una compañía itinerante en tiempos de posguerra. Una ópera cómica, breve hasta el punto de la concentración absoluta, en la que los materiales populares y la tradición lírica rusa ocupan el primer plano. Con esas tres composiciones de Stravinsky, Pulcinella, La historia del soldado y Mavra, Juventus Lyrica propone un espectáculo tan interesante como alejado de los lugares comunes de la programación.
Con el nombre genérico de Festival Stravinsky y elencos y conformaciones instrumentales diferentes en cada caso, las tres obras muestran tres estilos claramente disímiles dentro de la producción de Stravinsky y el director, Emiliano Greizerstein, logró imprimir un gesto característico a cada uno de ellos. Allí, en un grupo de muy buenos instrumentistas (se destaca el clarinete solista en Pulcinella y Daniel Robuschi, excelente violinista de La historia del soldado), y en la muy buena interpretación de los cantantes y actores que tienen en sus manos el espectáculo es donde radican los mayores atractivos.
Urdapilleta en un formidable diablo y Andrea Bonelli, excelente como una narradora de calculada distancia, apenas irónica, llevan el ritmo de La historia del soldado de manera ejemplar, a pesar de algunas indefiniciones de la puesta que no se decide entre rescatar el tono pueblerino o jugar al gran drama de la pérdida del alma. Daniel Hendler es el participante más anodino del trío y en esa diferencia no sólo de niveles y calidades sino también de estilos interpretativos es donde se extraña una dirección más precisa por parte de Pigozzi. La otra falla, a lo largo de todo el espectáculo, es la iluminación. Son demasiados los momentos en que personajes importantes para la escena quedan casi a oscuras, y el momento de Mavra en que los amantes están ocultos y prenden y apagan la luz está resuelto sin sutileza, donde las transiciones son excesivamente toscas.
A pesar de estas desinteligencias con parte de su equipo técnico, el punto más alto del trabajo de Pigozzi es, sin duda, Mavra. Con sentido del humor, ritmo en las marcaciones y un clima general de desenfado (en el que no desentona, como telón, un mantel pintado con motivos rusos, entre ellos una hoz cruzada por un martillo), esa pequeñísima comedia en la que el amante de la hija se disfraza de cocinera para entrar a la casa y engañar a la madre logra un efecto encantador. Graciela Oddone, Susanna Moncayo, Armando Noguera y Mariana Rewerski, además de cantar magníficamente sus papeles, actúan bien, meten el cuerpo en sus personajes y se mueven con gran soltura en el escenario. En ese sentido, el remate de Mavra es un ejemplo de cómo el canto lírico no está reñido con la comedia. El comienzo, con Pulcinella, tal vez por ser la obra menos stravinskiana de Stravinsky, quizá porque la puesta en escena y la coreografía no llegaron a plasmar una idea definida y coherente, tuvo, casi como único atractivo, la parte musical. También aquí se lucieron los cantantes y la orquesta sonó expresiva y ajustada. El vestuario de Mercedes Colombo es especialmente interesante en La historia del soldado, donde incluso el narrador tiene una especie de capote militar.

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