ESPECIALES › IRIGOYEN Y COSTALES, HOMBRES DEL GENERAL VALLE EN AVELLANEDA

Los alzados en la escuela de Avellaneda

Rubén Mauriño tenía quince años y su padre Miguel Angel era jefe de la Resistencia Peronista. El coronel José Albino Irigoyen y el capitán Jorge Miguel Costales debían emitir la proclama desde la escuela. Los dos militares fueron fusilados. La escuela todavía tiene el emisor que iban a utilizar.

 Por Enrique Arrosagaray

Rubén Mauriño recibió la orden de su padre Miguel Angel. “Vos andá a la esquina de Mitre y Vélez Sarsfield, por ahí te pasa a buscar una camioneta, retirás el transmisor de la casa que te anoto acá y lo llevás a la Escuela Técnica. Se lo entregás a Lugo y te vas. ¿Entendiste? Te volvés a casa.” Rubén, con apenas 15 años en esa noche del 9 de junio de 1956, le hizo caso en todo a su papá menos en una cosa: se quedó con el paraguayo Dante Lugo en la Escuela.

En la Escuela Técnica “Salvador Debenedetti” –esquina de Alsina y Paláa, pleno centro de Avellaneda– ya estaba desde unos minutos antes un comando encabezado por el coronel José Albino Irigoyen y por el capitán Jorge Miguel Costales –jefe de inteligencia del estado mayor de Valle–, que tenía por misión instalar lo necesario para transmitir por radio la Proclama que toda la población escucharía en el momento que comenzaba la pelea del argentino Lausse contra el chileno Loaysa. Es decir, a las once de la noche de ese sábado. Muchos núcleos civiles antidictatoriales esperaban esa señal radial para sumarse al alzamiento.

El coronel Irigoyen tenía 43 años y había nacido en La Matanza. No tenían buen concepto de él en el Ejército. Su legajo incluye comentarios como el de “retraído, poco vivaz (...) y en general, sus condiciones intelectuales son apenas suficientes”. En años posteriores se recibe de ingeniero en comunicación y da clases en la Escuela de Comunicaciones en la Guarnición de Ejército de Campo de Mayo. “Este oficial –dice su legajo en noviembre de 1941–, a pesar de haber trabajado con dedicación, ha desmejorado apreciablemente en el rendimiento de sus estudios.” Lo ascienden a coronel en diciembre de 1955.

Su especialidad y sus convicciones lo llevaron a estar al frente del grupo que debía garantizar la emisión de la Proclama.

“Cuni” Ercolano es hoy el bufetero de esta escuela. Cuando Irigoyen golpeó la puerta de su casa, que era la misma escuela, ya que eran los caseros, él tenía diez años y vio cómo su padre les abrió, amenazado, “porque entraron a punta de pistola. Me acuerdo de que ése de traje militar –Irigoyen– le preguntó a mi padre si era peronista y le contestó que no, que era socialista”. Al rato, Ercolano fue testigo de la entrada por la misma puerta de docenas de policías que se llevaron detenidos a los hombres de Valle, pero también a su padre, a su hermana de 19 años, a quien los diarios de la época mencionaron como “la secretaria de Valle” y a un hermano. “Irigoyen se portó muy bien porque dijo en la comisaría que mi familia no tenía nada que ver, que los dejaran libres”, cuenta “Cuni” Ercolano a Página/12.

Junto a los dos oficiales del Ejército mencionados estaban los hermanos Clemente y Roberto Ros, de Lanús; el paraguayo Dante Lugo, que trabajaba en el Comando L113 de la Resistencia Peronista con base en Quilmes e influencia sobre Berazategui, Solano y Varela –cuyo jefe indiscutido era Miguel Angel Mauriño–, y Osvaldo Albedro.

Gracias a que el joven Ruben Mauriño se quedó de prepo, pudimos saber algunas cosas ocurridas dentro de la escuela, ya que todos los mencionados serían fusilados pocas horas después, salvo él por ser un pibe.

El coronel Irigoyen, vestido con ropa militar, daba las órdenes. Una de ellas fue la de que este jovencito, por su agilidad, trepara una torre que la escuela tenía desde años antes para conectar la antena. Cuando comenzaba a bajar escuchó ruidos, golpes, gritos. Miró y vio docenas de hombres uniformados invadiendo la escuela y deteniendo a sus amigos. A él lo hicieron bajar a los gritos, apuntándole. Los llevaron a todos a la comisaría 1ª por sólo unos minutos; de ahí a la Unidad Regional de Lanús de la policía provincial, en la esquina de Córdoba y Juncal. “Estaba todo traicionado –nos contó una vez Ruben Mauriño–, con el tiempo me enteré de que debía haber habido ahí cincuenta policías para apoyarnos, pero fue al revés. Nos cargaron en un camión del Ejército.”

A una cuadra de la Escuela Técnica, en la calle Alsina al 100, estaba el comando de la Segunda Región Militar –algo así como un distrito militar–, que debía ser tomado por el coronel Modesto Leis al frente de un grupo de conspiradores.

En su casa, el coronel le dijo a su mujer que salía y que llegaría tarde; venía de la Capital, cruzó el viejo Puente Pueyrredón a pie porque allí, en la puerta del cine Colonial –Mitre 141–, debía ver a un contacto que tendría el dato de un coche con armas; pero el contacto no estaba y ni rastros de un coche. Caminó hasta las inmediaciones buscando rostros conocidos, pero nada. Por el contrario, vio movimientos que le hicieron desconfiar. Desandó sus pasos hacia la avenida y por fin vio una cara amiga, la de otro oficial de apellido Ricagno, quien venía con algunos hombres. Hablaron caminando y cambiando información cuando notaron que otros los rodeaban, amenazantes. Ricagno pudo deshacerse de su pistola, que traía dentro de un diario, tirándola en una boca de tormenta. Todos fueron presos y los sumaron al mismo camión que los capturados en la escuela.

El coronel Leis estuvo en la cola de los que iban fusilando.

“Al primero que llamaron fue al coronel Irigoyen –contó aquella vez Leis–, se ve que durante algunos minutos lo interrogaron, pero al rato se escuchó una ráfaga de disparos y enseguida un tiro aislado. ¡Se imagina que pensamos lo peor! A los minutos se llevan al capitán Costales y otra vez, varios tiros y, luego, lo que sería el tiro de gracia. Luego fusilaron a Lugo y enseguida se llevaron a uno de los Ros. Me acuerdo de que se abrazaba con su hermano. Qué crueldad. Luego fusilaron al otro Ros y después a Albedro. A partir de ese momento los minutos de silencio fueron más largos, y cuando notamos que no venían a buscar a nadie fue inevitable pensar que habían parado de fusilar. Nos mirábamos, casi no hablábamos. A las horas, sería a la tarde, nos dijeron que nos fuéramos. Yo creí que nos aplicarían la ley de fuga, pero no. Era increíble, adentro se fusilaba y en la calle, como si nada.”

Por fortuna e inexplicablemente, los represores se olvidaron el receptor que formaba parte del equipo que usaría el comando de Valle en esa escuela. Las camadas de autoridades y profesores lo guardaron y lo protegieron a través de medio siglo.

“Este equipo es un Hallicrafthers de 10-20-40-80 metros, norteamericano, de amplitud modulada”, le cuenta a Página/12 Mario Mansalido, uno de los profesores que saben el valor técnico e histórico. El equipo sobrevivió ya medio siglo, a los hombres que lo quisieron usar.

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Foto del legajo del coronel José Irigoyen, doce años antes de su fusilamiento. En el reverso de la foto está la firma del jefe interino del Departamento de Abastecimiento, Juan José Valle. Fue una casualidad, pero doce años después, ambos compartirían el mismo destino y la misma muerte.
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