ESPECTáCULOS

El cine de David Lynch está hecho de la materia oscura de los sueños

“Mullholand Drive”, que le valió la Palma de Oro al mejor director en el Festival de Cannes 2001, marca el regreso del complejo realizador al mundo onírico de films como “Terciopelo azul” y “Carretera perdida”.

 Por Luciano Monteagudo

Una de las primeras imágenes de Mullholand Drive, la nueva película de David Lynch, rebautizada para su estreno local como El camino de los sueños, es simplemente la de una almohada, cuyos pliegues parecen invitar precisamente a iniciar una imprevisible fantasía nocturna. La respiración agitada, nerviosa que se escucha al mismo tiempo en la banda de sonido advierte sin embargo que ese sueño bien puede llegar a convertirse en una pesadilla. Al fin y al cabo, en la oscuridad del inconsciente no hay certezas. Y de eso precisamente, de sueños y pesadillas, trata Mullholand Drive, quizás la mejor película de Lynch, la más perturbadora desde su obra maestra de 1986, Terciopelo azul, y muy superior a la experiencia en cierto modo fallida que significó Carretera perdida.
Una ruta apenas iluminada por los faros de un auto y un accidente brutal disparan las chispas del relato, si puede considerárselo tal, en un film que descree de la linealidad narrativa, o en todo caso de la linealidad del mundo. De ese choque surge, aturdida, como si acabara de volver a nacer, una morocha bella, inquietante. Se dirige a paso tambaleante hacia las luces lejanas de Los Angeles y, casi sin darse cuenta, termina en una casa en apariencia vacía. Pero no es tan así. A la mañana siguiente llega Betty, una rubia luminosa, que viene desde un pueblo perdido de Canadá a dar una prueba de actuación en Hollywood. Como en Blue Velvet, donde se cruzaban la perversión de Isabella Rossellini y la ingenuidad de Laura Dern, aquí se produce un encuentro similar entre esas dos mujeres, que parecen representar las dos caras de la luna, la brillante y la oscura. La morocha no recuerda nada de sí –ni su nombre ni por qué su cartera rebosa de fajos de dólares– y resuelve llamarse Rita, inspirada por un afiche de Gilda, con Rita Hayworth. La rubia, Betty (¿acaso podía llamarse de otra manera?), queda fascinada por el misterio y decide ayudar a Rita a recuperar su identidad. “Será como en las películas”, se ilusiona.
Si para los surrealistas la palabra poética era el mecanismo, la llave capaz de abrir la cárcel del lenguaje, para Lynch (que siempre reconoció en su obra la influencia del surrealismo más canónico) la imagen deja también de ser un signo con referencia a un código lingüístico predeterminado. Se diría que el director de Eraserhead quiere restituir a la imagen (y al sonido) esa cualidad de signo vital liberado de su sometimiento a los códigos convencionales o utilitarios. Su cine rehuye de las matrices y los modelos: su única matriz, en todo caso, es la de lo imprevisto. Y su método parecería ser también, como querían los surrealistas, el automatismo, la imaginación liberada de los mecanismos racionales. Es así como en su film aparecen objetos –una valija demasiado pesada, una llave azul, una caja inquietante (como la de Belle de jour, de Buñuel)– que van de lo siniestro al misterio, que es aquello que no tiene explicación racional.
A su vez, como materia prima, Lynch aprovecha el rico imaginario de Los Angeles en general y de Hollywood en particular, empezando por las hileras de palmeras de Sunset Boulevard y por el famoso cartel que desde una colina anuncia en letras blancas la llegada a la “fábrica de sueños”. Laclásica mujer fatal del film noir, un cowboy fantasmal, unos gangsters mimetizados como productores cinematográficos y hasta una evidente referencia a El ocaso de una vida, ese film axial de Billy Wilder sobre las ilusiones que despierta Hollywood para después aplastarlas, son algunos de los elementos de los que se vale Lynch para construir su mundo alucinatorio. En este sentido, se diría que su operación se asemeja bastante a la que llevó a cabo el contrabajista y compositor Charlie Haden en sus discos con el Quartet West, donde se nutrió de aquellos materiales constitutivos de la cultura hollywoodense (que van desde la fanfarria de Max Steiner para la Warner hasta las novelas de Raymond Chandler) para reformularlos y hacer con ellos algo nuevo, distinto.
Quizás para complacer a distribuidores y exhibidores, siempre preocupados por esa entelequia llamada “público”, el propio Lynch confeccionó un decálogo de pistas para resolver “el misterio de Mullholand Drive”. Conviene, sin embargo, no hacerle demasiado caso y dejarse llevar por ese río del inconsciente que propone la película, resistir la interpretación para animarse en cambio a perderse sin brújula en un mundo desconocido, siempre peligroso.



(Mullholand Drive)
Dirección y guión: David Lynch.
Fotografía: Peter Dening.
Música: Angelo Badalamenti.
Intérpretes: Naomi Watts, Laura Harring, Ann Miller, Robert Forster, Dan Hedaya, Angelo Badalamenti.
Estreno de hoy en los cines Village Recoleta, Hoyts Abasto, Cinemark Palermo y otros.

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Naomi Watts y Laura Harring parecen representar las dos caras de la luna, la brillante y la oscura.
 
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