ESPECTáCULOS › “HISTORIAS MINIMAS”, TERCER LARGOMETRAJE DE CARLOS SORIN

El discreto encanto de la Patagonia

El director de “La película del rey” vuelve a los paisajes del sur para trazar un cálido retrato de tres personajes lanzados a la ruta.

 Por Horacio Bernades

Para su esperado regreso al cine después de catorce años de silencio –sólo interrumpidos, a comienzos de los ‘90, por la genial irrupción televisiva de “La era del ñandú”–, Carlos Sorín vuelve a viajar, como en sus anteriores La película del rey y la aquí jamás estrenada Eversmile New Jersey, al más despoblado confín de la Argentina. Aunque pueda sospecharse la inocultable fascinación del realizador por los espacios abiertos, las inacabables rutas, el vacío o el viento patagónicos, la génesis misma de Historias mínimas –que acaba de depararle el Premio Especial del Jurado en el Festival de San Sebastián– parecería demostrar que lo que le interesa a Sorín de aquellos parajes pasa más por la geografía humana que la física.
Desde el propio título, la nueva película de Sorín se plantea como una ofrenda a esos rostros anónimos y esas historias cálidas y pequeñas que parecerían rescoldos en medio de un paisaje inhóspito. Son rostros que asomaban ya en La película del rey, tras las ventanas y entre mesas de bar, y volvieron a hacerlo en Eversmile New Jersey, detrás de un Daniel Day Lewis de los comienzos. Ahora es como si Sorín hubiera decidido ajustar el foco sobre aquello que antes quedaba al costado o en el fondo de la escena, invirtiendo la relación que sus ficciones mantenían con lo real. Recortándose sobre un tapiz de mil otras historias posibles, a tres de ellas les corresponden los hilos más tirantes. María tiene poco más de veinticinco años, un rostro terroso, mucha timidez, una bebé y una ilusión: ir a la televisión, para retirar la multiprocesadora que ganó en un concurso. Una ilusión, hasta el punto de que a María no le importa no tener electricidad en su casa, emprendiendo el viaje desde Fitz Roy hasta Puerto San Julián, en compañía del bebé y su mejor amiga.
El octogenario don Justo mira pasar los autos desde el costado de la ruta, algo senil y embroncado con su parentela. Basta que alguien le cuente que cree haber visto a su perro allá en San Julián, para que el segundo viajero recoja el hatillo y se lance a hacer dedo en busca de su querido pichicho. Para Roberto (encarnado por Javier Lombardo, uno de los dos únicos actores profesionales de la película) desplazarse es parte de su trabajo como vendedor de baratijas. Sin embargo, este viaje tiene para él –como para María y don Justo– un sentido especial, en tanto pretende seducir a una joven viuda con un regalo sorpresa para su hijo. Siendo la road movie el género al que Sorín se montó desde temprano, en este caso la apuesta triplica la sucesión de subidas, bajadas, altos en la ruta y cruces con variopintos personajes, que constituyen la sal del género. Si lo que motoriza los tres viajes es la flecha del deseo, cada uno se presentará teñido de la naturaleza de su protagonista.
Mientras don Justo se muestra en el límite justo entre la dignidad altanera y la más tozuda cerrazón, Roberto parece, con su labia desatada y su eterna sonrisa de Fitz Roy, un vivillo de commedia all’italiana, género que constituye un claro referente para el cine de Sorín. A su turno, lanaturaleza retraída de María parecería promover, de parte del realizador, cierta toma de distancia que queda expuesta en el remate de su historia, una sátira a lo más berreta de la tele más que no agrega mucho a cualquier sketch del montón de “Todo x 2 $”. Por el contrario, a medida que el viaje se acerque a la meta, don Justo y Roberto tendrán la posibilidad de contrastar la máscara con lo que está detrás de ella. Poblada de personajes secundarios que –como si se tratara de versiones secas de Federico Fellini– oscilan entre lo divertido, lo peculiar y lo extraño, y de incidencias que alternan lo prescindible (una bióloga que levanta a don Justo en el camino) con lo desternillante (todo lo que rodea a la torta que Roberto cuida como el más preciado de los tesoros amorosos), Historias mínimas se parece al viento patagónico. Acaricia, mueve, silba, sacude a veces. A la larga, pasa y se va, dejando la sensación de que en el viento todo se vuelve leve, fugaz y pasajero.



Argentina, 2002.
Dirección: Carlos Sorín.
Guión: Pablo Solarz, sobre idea original de C. Sorín y P. Solarz.
Fotografía: Hugo Colace.
Música: Nicolás Sorín.
Intérpretes: Javier Lombardo, Antonio Benedictis, Javiera Bravo, Aníbal Maldonado, César García y Enrique Otranto.
Estreno de hoy en los cines Hoyts Abasto, Village Recoleta, Cinemark Palermo y Pto. Madero, Atlas Sta. Fe, Gaumont, P. Bullrich, Multiplex Belgrano y Cjo. Tita Merello.

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El octogenario don Justo se escapa de su casa y sale en busca de su perro perdido.
 
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