ESPECTáCULOS › UNOS TRESCIENTOS FESTIVALES, DE USHUAIA A LA QUIACA, SE SUCEDERAN HASTA MARZO

En el interior, el verano 2003 es a puro folklore

La temporada no sólo vive de Cosquín, que empieza hoy. Exhibe un mapa inabarcable, que incluye desde la insólita Fiesta del Chancho Asado con Pelo hasta el Festival de la Salamanca, exclusivo para santiagueños.

 Por Fernando D´addario

Salvo excepciones, no generan centimetraje periodístico ni obtienen el favor de las cámaras de televisión nacional. Sin embargo, provocan una suerte de hormigueo artístico permanente, que multiplica silenciosamente su movimiento a medida que va subiendo la temperatura. Se calcula que la temporada folklórica incluye unos 300 festivales, unos más tradicionales, otros más renovadores, encuentros artificiales inventados por un patrocinante y fiestas de culto, compartidas por unos pocos. Todos estos eventos, de cualquier modo, parecen emerger de esa realidad paralela (desde una mirada porteña), muchas veces oculta, que surge de la vida cultural en las provincias. El último festival de Jesús María, por ejemplo, sorprendió por su poder de convocatoria pero, fundamentalmente, por los niveles de rating que consiguió desde el canal estatal. El dato no hubiese sorprendido a nadie en el pueblito más perdido de La Pampa, porque un festival de doma y folklore es inherente a su naturaleza, pero en Buenos Aires resultó una revelación.
Hoy sábado empieza Cosquín, que sí tiene una consolidada presencia mediática y un sólido prestigio institucional, no siempre acordes con sus desniveles artísticos. Pero su importancia e influencia, ineludibles, no eclipsan el crecimiento de otros encuentros, que se hacen fuertes en sus pagos con absoluta prescindencia de la eventual repercusión que puedan obtener. Hoy, por ejemplo, es un día sagrado para Cachi, una pequeña y pintoresca localidad salteña (157 kilómetros de la capital) que organiza todos los años el Festival de la Tradición Calchaquí, parte de un recorrido alucinante por los Valles Calchaquíes, que incluye encuentros posteriores en Molinos, San Carlos y Cafayate. En esta última ciudad se hace la ya mítica Serenata de Cafayate, que es una de esas cosas en la vida que no se olvidan así nomás.
Tampoco es fácil de olvidar la Fiesta Nacional del Chancho Asado con Pelo. Su cuarta edición se concreta hoy y mañana en San Andrés de Giles, una ciudad típica del noroeste bonaerense, ubicada a 104 kilómetros de la Capital Federal. Más allá de las innumerables atracciones que promete (estarán León Gieco, Peteco Carabajal, Jaime Torres, Melania Pérez, Abel Pintos, Julio Lacarra y Numa Moraes, entre otros, y habrá carrera de autos a piolín, desfile de carruajes, elección de La Buena Moza, pulpería, taba, sapo, pato y demás) prevalecerá siempre en la memoria (y en los tejidos del aparato digestivo) el célebre chanchipán, que invita a la reincidencia compulsiva. Se calcula que unas 10 mil personas disfrutarán de este encuentro durante el fin de semana. Se prevé, también, que serán pocos los que recuerden luego las alternativas musicales del evento, porque la combinación del vino tinto con el chancho asado con pelo concentra en primera instancia la concentración del público, y luego sus efectos la dispersan definitivamente.
Pero el de San Andrés de Giles no es el único festival que apela a la sensibilidad gastronómica. En Colonia Caroya, provincia de Córdoba, se hace todos los años en octubre la Fiesta del Salame Casero. No debe descartarse la posibilidad de combinarlo con el que se hace casi simultáneamente en Villa General Belgrano, también Córdoba, y que tiene como objeto de culto a la cerveza. Tampoco es descabellada una posterior desintoxicación en la Fiesta Nacional de la Soja, en Arequito. Más difícil es encontrar agua mineral para darle coherencia al asunto. Menos proclives a la abstinencia son los catamarqueños de Valle Viejo, que el 19 y 20 de febrero, en pleno carnaval, no es precisamente agua lo que dejan correr en el Festival Nacional del Aguardiente.
Un folklorista itinerante no debería perderse algunos de estos encuentros top dentro de la escena veraniega: 1) El de la Chaya, en La Rioja (a mediados de febrero), que siempre amenaza con descontrolarse por los efectos colaterales de la albahaca. 2) El de la Tonada, en Tunuyán, Mendoza. Se hace del 6 al 9 de febrero, en un anfiteatro natural ubicado al lado del río. Se recomienda no abusar del exquisito vino patero queriega los alrededores del escenario. 3) El festival de Peñas de Villa María (Córdoba). Va del 10 al 14 de febrero y muchos curan allí el síndrome de abstinencia post-Cosquín.
Hay festivales más cerrados, por complicidades de pago chico o códigos que responden a determinados ghettos artísticos. La semana que viene se hace en Unquillo, Córdoba, el II Encuentro de Música Popular y Canción Inédita. Participan muchos de los más interesantes exponentes del folklore “alternativo”, como José Ceña, el Negro Aguirre y Santaires, entre otros, pero el resguardo a ultranza de esa misma alternatividad reduce sus posibilidades de expansión. En el Festival de la Salamanca, en La Banda, Santiago del Estero, a mediados de febrero, no hay restricciones explícitas, pero pocos se atreven a transgredir la exclusividad santiagueña: es el festival de Los Manseros Santiagueños, la familia Carabajal en cualquiera de sus variantes, los Coplanacu y Raly Barrionuevo.
Después del boom de mediados de los ‘90, y de la crisis agobiante de las últimas temporadas, el folklore se está reacomodando. Lo único que no se achica es la convocatoria popular. El resto (incluidos los cachets, gastos de traslado, producción, etc.) es variable de ajuste. Un ejemplo: alguna vez se les llegó a pagar 200 mil dólares a Los Nocheros para cerrar Cosquín. Para la edición que empieza hoy, el presupuesto total para artística es de 200 mil pesos, y el que más cobra es el Chaqueño Palavecino (el ídolo folklórico del momento, por encima de Los Nocheros y Soledad, tiene todos los fines de semana comprometidos con actuaciones hasta marzo), que se llevará 19 mil pesos para el Chaco salteño. El productor Jorge Nacer, que trabaja, entre otros, con Peteco Carabajal, apunta: “Se achicó la programación porque se achicó el mercado. Salvo excepciones, el avión se reemplaza por la combi y las condiciones de trabajo son distintas. Los organizadores arman una grilla con mayoría de artistas locales y contratan a dos folkloristas a nivel nacional. Esto es así, y hay que adaptarse. Este no es el país del boom folklórico, pero también es cierto que este año hay más trabajo que el año pasado”.
Este reacomodamiento incluye también un realineamiento artístico. Todos los festivales quieren tener al Chaqueño, pero no todos pueden. Soledad aceptó bajar su cachet para ganar presencia en las fiestas populares del interior. Quiere recuperar su credibilidad telúrica, devaluada a partir de sus flirteos latinos. Su alianza táctica con el indiscutido e inimputable Horacio Guarany está encaminada en ese sentido. Los Nocheros y Luciano Pereyra eligen con cautela su participación en los festivales folklóricos, en tanto tienen un pie adentro y otro afuera del género. De todos modos, una avanzada feroz de clones nocheros, que recorren el mapa festivalero en busca de las migajas del boom, mitiga la tristeza de las fans y de los productores.

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Peteco Carabajal, clásico y moderno, tiene prestigio en el ambiente, pero no siempre trabaja.
Teresa Parodi va a Tunuyán. Allí predominan las tonadas.
León Gieco, que nunca descuida a su público folklórico, cerrará mañana el festival de San Andrés de Giles.
 
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