ESPECTáCULOS

Un azaroso juego de seducción en el que gana la filosofía tanguera

En “Como en un tango”, de Beatriz Matar, se destacan Rubén Stella y María Fiorentino, que consiguen darle credibilidad al texto.

 Por Silvina Friera

El azaroso encuentro entre un hombre y una mujer es el preludio de un intrincado juego de seducciones que transcurren en una plaza. Ada es una criatura frágil, “un animal abandonado –según dice–, que fue lanzado a la calle”. Oculta las heridas de un pasado que le dejó un presente solitario y sombrío con mucho maquillaje y cierta distinción en su atuendo. Anselmo, en cambio, aparenta una fortaleza que se desintegra a medida que se siente atraído por esa dama vestida de negro, sobre todo cuando cruza las piernas –como en el film Atracción fatal– y el tajo de la falda revela un par de muslos voluptuosos. Ella se atreve a cuestionar nada menos que a Carlos Gardel, ídolo de este hombre que fue despedido de su empleo y que siente que perdió no sólo un trabajo sino “las vacaciones en el Caribe, los fines de semanas en el shopping, un ideal, una meta, algo por qué vivir”.
Como en un tango, pieza escrita y dirigida por Beatriz Matar, se sostiene fundamentalmente gracias a los recursos y matices expresivos que le imprimen María Fiorentino y Rubén Stella, dos actores con oficio, que tratan de que sus criaturas adquieran credibilidad y consistencia, que no naufraguen en las deficiencias del texto (que incurre en demasiados clisés sexuales y eróticos) y de la dirección.
Es difícil para Ada mantener el hilo de la conversación con Anselmo, empecinado en explicar sus sentimientos y su filosofía de vida a través de las letras de tangos como “Mi noche triste”, “Volver”, “La última curda”, “Desde el alma” y “Garúa”, entre otras. Stella aprovecha al máximo esta característica de su personaje porque las canciones son estrategias, manipuladas por Anselmo en un doble sentido: para conquistar a la hembra como un milonguero de pura cepa o bien como subterfugio cuando presiente que la percanta acelera y trastoca las reglas del juego. Anestesiado por la pérdida de su modo de vida, Anselmo anda como un barco a la deriva y la presencia de Ada (Fiorentino le brinda un magnetismo singular a esa mujer tan madura como brutalmente seductora) le hace caer unas cuantas fichas. Tal vez por eso, cuando ella avanza, insinúa y lo pone a prueba, él se asusta, retrocede y arremete con una canción para reacomodarse y manejar los tiempos. En estas escenas, en las que sólo la levedad de un roce o una mirada pueden provocar un combate sexual en el mismo banco de la plaza, las tensiones se acumulan y los roles se subvierten: ella, en la vanguardia, apura, él –con su machismo impugnado representa la parodia del guapo que se va al mazo en la primera de cambio– se refugia en la retaguardia y no sabe cómo moverse. La mujer detenta el “poder”, el hombre asiste azorado, en principio, a ese dominio para el cual no estaba preparado desde su jactanciosa masculinidad.
Anselmo está casado porque no puede “vivir sin una mina cerca”; Ada, aparentemente más autosuficiente y separada, lo detecta no bien le echa un vistazo porque “tiene cara de preso” y se lo hace saber con la sinceridad notable de su lenguaje directo y sin grandilocuencias. Fiorentino, en un desplazamiento sutil y muy bien trabajado desde la composición actoral, se desdobla en escena y por unos instantes se transforma en la mujer de Anselmo, obsesiva y llena de reproches por los vicios y las mentiras del marido, que nunca está cuando lo llama a la oficina.
Si bien es cierto que la escenografía, especialmente el banco y las hojas en el suelo, ambienta el cruce fortuito entre los personajes en una plaza, hay un halo de neutralidad en los colores opacos que transmite la idea de que esa mutua atracción podría ocurrir en una milonga o en cualquier otro espacio. Tal vez, la ausencia de una delimitación espacial rigurosa esté utilizada para justificar algunas escenas que resultarían inverosímiles en un espacio público, especialmente cuando la pareja baila un tango o en el momento en el que Ada empieza a desprenderse de sus prendas, hasta quedar con un body ajustadísimo, que le corta la respiración a Anselmo.
La dirección, a cargo de la autora, no logra encauzar las dificultades que afloran cuando un hombre y una mujer buscan entablar una relación (bien exploradas por los intérpretes desde la carga de frustración y deseos insatisfechos que estallan mediante los recuerdos y fantasmas de cada personaje), desaprovecha el esfuerzo de los actores por escapar del trazo grueso y mezcla registros naturalistas con elementos del teatro del absurdo, que confunden y desorientan al espectador.

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Los dos protagonistas, en un juego de amores y desencuentros.
 
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