ESPECTáCULOS › UN DEBATE SOBRE LOS CORRESPONSALES DE GUERRA

Con la cámara en el tanque

La cobertura de Irak arrasó con la “figura neutral” y abre varios interrogantes sobre el futuro del periodismo en zonas de conflicto.

 Por Julián Gorodischer

El debate que dejó la guerra apunta al futuro de los periodistas: ¿Qué rol tendrán, de aquí en más, en una guerra? ¿Cómo se modificaron sus condiciones de seguridad? La CNN, en camino hacia Tikrit, participó de un tiroteo contra milicianos iraquíes. La cadena lo mostró de este modo: el equipo circulaba con un guardia de seguridad que reaccionó “en defensa propia” frente a la agresión. La convivencia en el frente entre periodistas y “aliados” ofreció la tentación de estar en la primera línea de fuego para contar, pero deja secuelas. ¿Borra la guerra en Irak la protección que otorgaba al corresponsal su participación “neutral”?
El comunicado de Reporteros Sin Fronteras, en voz de su secretario general, Robert Menard, condenó ese tiroteo: “Esta actitud crea un precedente que pondrá en peligro a todos los reporteros que cubren este conflicto, como los que puedan producirse en el futuro. Existe un riesgo de que los beligerantes imaginen que todos los vehículos de prensa van armados”. La polémica no es menor: que una cadena de TV se desplace armada, con sus cuadros vestidos con uniformes militares, invitados por una de las partes del conflicto, parece modificar el rol histórico asignado al periodista: el mismo rango de preservación que una figura de ayuda humanitaria. Robert Menard, un vocero histórico de las controversias con la CNN que ya reclamó en 2001 por el silenciamiento (o autocensura) de los videos de Osama bin Laden, es una de las voces más alarmistas.
“Los periodistas pueden y deben utilizar medios para garantizar su seguridad –explica–, como trasladarse en vehículos blindados y llevar chalecos antibalas, pero recurrir a sociedades privadas de seguridad que hacen uso de sus armas sólo puede aumentar la confusión.” Uniformados, adoctrinados por un manual de cobertura que impuso el Pentágono, amenazados de expulsión en caso de hablar de más o hablar críticamente, conviviendo en campamentos de las Fuerzas Armadas, los 500 periodistas acreditados por EE.UU. dejan un costo que se deberá pagar.
“La voz de alarma de Reporteros Sin Fronteras –analiza Osvaldo Petrozzino, director de Noticias de Telefé– trata de evitar que el periodismo se convierta en el blanco de guerra. Periodismo fue, hasta ahora, sinónimo de servicio social, respetado en el rango de la asistencia humanitaria, habilitado para desplazarse. Habrá que ver cómo sigue todo después de esta guerra.” Los datos no auguran un panorama optimista, y no sólo por la batalla de CNN sino, tal vez, por el máximo ataque deliberado contra la prensa de una guerra: el bombardeo al Hotel Palestine, en el que murieron dos corresponsales. Interpretado como un acto de silenciamiento o un error militar, según el cristal, el hecho desnuda la pérdida de condiciones mínimas de seguridad para los enviados. “Si los periodistas van con uniformes –observa Eduardo Cura, director de noticias de América– es natural que se los confunda con un objetivo militar. Cuando un tanque bombardea un hotel de periodistas, suena naïf gritar ‘no disparen, soy periodista’. Es el candor que se llevó esta guerra.”
En TN, Andrés Repetto desconfió de la jerga oficial, de eufemismos como “daños colaterales”, “misiles inteligentes” o “guerra quirúrgica”. Prefiere no opinar sobre otras cadenas o la seguridad en el frente (“el riesgo lo pasan ellos, y sería muy cómodo hablar desde acá”), pero describe su rutina de información: “Hay periodistas que deciden ir con los militares para estar más seguros y tener esa mirada, pero es una versión parcializada. A un periodista que hizo un croquis en la arena lo echaron. Yo escucho al que se juega la vida y es más independiente. Desde los tanques, no me sirve como fuente”. ¿Será posible mantener esa independencia después de Irak? ¿Podrá el periodista “cortarse solo” sin la protección de uno de los bandos? “RSF –insiste Menard– está preocupada por comportamientos como el de CNN, contrarios a las reglas profesionales.” Lo que llega para el corresponsal parece ser una tarea cada vez más difícil, mucho más vinculada a la acción militar que a la crónica narrativa. ¿O siempre quedará espacio para una grieta en el control de información?
“Las cadenas de TV –dice Petrozzino– se insertaron en el ejército para cubrir la guerra y asumieron los mismos riesgos que los militares. Se prepararon para sufrir un ataque químico y para trabajar dentro de la dinámica que propuso el gobierno de EE.UU., con los límites que impone el frente. Pero a pesar de la censura y autocensura, la vedette fue la posibilidad de poner el contenido en tiempo real.” Shockeado por las muertes de los corresponsales Mario Podestá y Verónica Cabrera, Eduardo Cura renueva los interrogantes. “El debate es si se debe trabajar en las condiciones impuestas por el Pentágono. En lo personal, con dos corresponsales muertos, reflexionamos sobre cuánto sentido le queda a la ética de buscar la verdad. Todavía no tengo asumida una respuesta.”

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La CNN se mostró demasiado cerca de los militares de EE. UU.
 
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