ESPECTáCULOS › “LA LIBERTAD” SE ESTRENA EN EL CABLE

El día del hachero

La película, una rara perla del llamado Nuevo Cine Argentino dirigida por Lisandro Alonso, llegó al Festival de Cannes en absoluto silencio, y logró seducir a unos cuantos.

 Por Martín Pérez

Un día en la vida de un hachero perdido en un campo de La Pampa. Un hombre solitario en medio de la nada, que apenas si intercambia alguna que otra palabra con algún semejante durante una jornada de trabajo que incluye hachar árboles, seleccionar la madera, venderla en un poblado, comprar algunos bienes y, al final de un largo día, preparar una cena que viene con tormenta incluida. Eso es lo que muestran los 73 minutos de La libertad (2001), tal vez el largometraje más original, extraño y extremo del llamado Nuevo Cine Argentino. La ópera prima de Lisandro Alonso apareció casi de la nada en el panorama cinematográfico local al ser seleccionada oficialmente por el Festival de Cannes, para ser exhibida dentro de su sección “Una cierta mirada”, algo que le abrió el camino al circuito mundial de festivales. Un film hipnótico, fascinante e incluso –casi a su pesar– polémico, que esta noche se estrena en el cable, a las 23 por la señal I-Sat.
Durante tres años estudiante en la Federación Universidad de Cine de Buenos Aires, Alonso trabajó a las órdenes de Nicolás Sarquís, primero en la organización de la sección “Contracampo” del Festival de Mar del Plata y luego como ayudante de dirección en la película Sobre la tierra, antes de comenzar a filmar su ópera prima a la edad de veinticinco años. “Trabajé dos años como cadete de Sarquís, copiando películas para Contracampo”, contó Alonso en una entrevista publicada por la revista El Amante. “Eran películas distintas y con personalidad, que en ese momento se abrió la posibilidad de verlas, cuando a Kiarostami acá no lo conocía nadie. Así fue como descubrí un cine más raro y más personal, que me interesaba más. Yo pensaba en hacer una película que pudiese entrar en Contracampo”, confesó Alonso, que recién concretó su sueño cuando conoció a Misael Saavedra, un hachero que trabajaba en el campo del padre de Alonso, situado a 800 kilómetros de Buenos Aires.
“Después de observarlo durante ocho meses, se me ocurrió hacer una película sobre su vida”, contó Lisandro, que se había recluido en el campo de su padre luego de trabajar en el film de Sarquís. Con un préstamo familiar y un equipo reducido, el cineasta rodó en nueve días las tres horas y media de metraje en bruto que luego editó para comprimir esas apenas cinco páginas de guión original a las que, según calculó el propio Lisandro, “ningún productor le hubiera dado bolilla”. Sus dudas tenían algún fundamento. “Esto no es una película”, llegó a decir un distribuidor local luego de ver el film seleccionado en Cannes. Una película protagonizada por “el Maradona de los hacheros” –según lo llamó un crítico estadounidense–, un hombre solitario que no actúa, sino que hace de él para la cámara de Alonso, que lo filma durante una jornada cualquiera de su trabajo habitual. Sin ser didáctico y sin buscar ninguna excusa dramática, el film sorprende por su rara perfección y su economía narrativa, que invita a la contemplación. “No es sobre la vida de un hachero, sino sobre alguien que está mirando un film sobre la vida de un hachero”, declaró Alonso, que siempre afirmó que lo que buscaba era generar un espacio para que el espectador comparase su vida con la que veía en la pantalla. “No quiero contar una historia, lo único que quiero es observar. Poner al espectador en esa situación, y que se pregunte qué tiene que ver lo que está viendo con su propia libertad.”
Desafiante desde su enigmático título, y al tiempo humilde a la hora de no imponerse en ningún momento de su ceñido metraje, La libertad comienza con un plano de su protagonista cenando solo en la oscuridad y termina de la misma manera, una circularidad que era quebrada por un plano final de su protagonista riéndose mirando a cámara, que Alonso terminó excluyendo a sugerencia de los seleccionadores de Cannes. “La libertad es un diamante en estado puro que marca un punto de inflexión en la nueva ruta trazada por los jóvenes realizadores argentinos”, escribió Diego Lerer en unartículo incluido en el libro Nuevo Cine Argentino, editado por la filial argentina de la Federación Internacional de la Prensa Cinematográfica. Y se arriesgó a ir un poco más allá en su apreciación de este film enigmático y sugerente, producido nada menos que por Martín Rejtman y Pablo Trapero: “La película (o Alonso, o esta generación de directores) parece decir, finalmente: hemos despojado al cine argentino de todo lo que le sobraba: sustantivos, adjetivos, sobreactuaciones, impostaciones, tramas, falsedades, y hemos llegado al punto cero”. Un extremismo llevado a la pantalla por una película sencilla y única, casi un OVNI dentro del sistema solar del cine argentino, tanto nuevo como viejo.

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El protagonista del film es un hombre que no actúa, en un día común.
 
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