ESPECTáCULOS

“Por mamá” y “Trato hecho”, esa eterna lucha por ganar unos pesos

Araceli González y Julián Weich les ponen el cuerpo a dos propuestas bien distintas: una familiera, la otra bien multitudinaria.

 Por Julián Gorodischer

“Por mamá” o “Hacelo por mamá” (de título indeciso) es el plácido retorno a la familia tipo, conformada por papá, mamá y los dos nenes creciditos, de mucho abrazo y contacto corporal, que balbucearon en un tape cuánto quieren a mamá. El momento emotivo demuestra que no todo está perdido. Este orden reciclado devuelve todo adonde debe estar: afuera las formas aberrantes de la modernidad, esos hogares que distorsionan las tradiciones con mujeres a cargo del hogar, padres divorciados o gays con unión civil. Para “Por mamá”, esos engendros son cosa del pasado porque lo que vuelve, al menos a la tele, es la tranquilizadora figura de los cuatro, el nunca caduco encanto del papá sobreprotector y la nena rebelde. Para justificar preguntas escuchadas y juegos vistos, regresó a las noches del 13 el candor del amor universal, más eficaz que sensiblero.
A la repetición incesante de la voz “¡Mamita!”, Araceli suma el “¡papito!”, y el “¡dale, machito!”, en alusión al hijo varón. Entre tanta suma de bolas de bowling (de eso trata el concurso), las mamás reciben un día en un spa. Lo que se ve es el revival del programa clásico de preguntas y respuestas: un cara a cara para contestar más rápido o un multiple choice de cultura general. La familia argentina sabe un poquito de todo, o casi nada. Pero cultiva una fidelidad sin dudas a “la más grande”, más edípicos que el montón. Araceli los justifica porque, según parece, la Goodman y la Guitelman (ambas) son “idishes mames”, mujeres obsesivas que se ganaron lo que ahora les prodigan: el papelón o la burrada que sale al aire, el cuereo del barrio, la oficina o la facu, y todo sea para que ella se gane un día de relax. Qué más rendidor, habrán pensado los productores, que ofrecer el homenaje universal con el tono impostado de la maestra jardinera, como si fuera un programa infantil de horario inusual. El multitarget avala la inclusión de Matías, de Sendra, sin la ironía de la historieta, y el agudo sostenido de Araceli, porque se sabe que mamá piensa siempre en los más chicos. Y si la excusa para estar allí es el fajo, qué importa, si alcanza para que el nene no vaya a bailar y el “papito” resigne a los amigos para quedarse con la vieja.
El domingo, a la misma hora, en otro lugar de la ciudad, Julián Weich propone la cara contraria, la acumulación competitiva. “Trato hecho” empieza con originalidad: 500 personas compiten en el primer concurso televisado de multitudes, en el que no se identifican rostros ni nombres sino tribunas y sectores. Son muchos, hacen ruido, y convierten a Julián en un maestro criticón que le queda bien, después de tanta sorpresa y media. Heredero de la mejor tradición de exclusiones del reality, ahora que ya no hay realities, “Trato hecho” los va descartando de a decenas, en cuestión de segundos, a medida que se equivocan con el pulsador contestando a más preguntas tontas. Las multitudes observan su selección mientras Weich se asienta en el tono sarcástico-burlón, sobre todo cuando se queja de la tribuna: incapaz para contestar, lenta para abrir el maletín, tramposa para soplarse una respuesta. Las divisiones introducen cantitos a favor de la roja, la verde o la amarilla, se enojan cuando pierden, hacen barullo y promueven a sus mejores hombres para ir al frente en busca de los 250 mil. Es la muerte del individuo con apellido, la consagración del nombre de pila para comenzar la segunda parte del juego, el momento en que todo decae: un hombre descarta maletines dispersos en la tribuna para quedarse con el premio mayor, mezcla de “Audacia” con “La generala”, monótono al punto de resignar las preguntas para dejar la especulación sobre cifras. Weich había sido honesto: “Es para ganar plata”, dijo, admitiendo que el único atractivo era el monto. Quedará para otra vez, porque en la primera noche nadie superó los 120 pesos.
Cuando todo concluye, quedan unas pocas ideas claras. Si “Por mamá” es el mundo endogámico tradicional, “Trato hecho” es el ingreso a la vida real. Araceli convoca a salvar el mundo puertas adentro del hogar. Julián contrapone, aunque aburrido en su formulación, el camino contrario: abrirse a las multitudes para competir en bandos y, después, de a uno, y dar azarosamente con el maletín forrado. Para eso no hay que acreditar ningún talento o saber sino apenas el deseo que instaló hace tiempo el mismo Weich en otro de sus programas, a esta altura una proclama ficcional: “Yo quiero ser millonario”.

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Araceli le pone energía a un ciclo que vuelve a la “famiglia unita”.
 
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