ESPECTáCULOS › “LECCION DE HONOR”, UN KEVIN KLINE BIEN INGLES

Los poetas muertos, otra vez

 Por Martín Pérez

Un joven corre por el césped del respetable establecimiento educativo de St. Benedict. Un profesor lo llama y le pregunta qué es lo que ve que hacen los demás. “Caminar por el sendero”, responde el alumno. A lo que el profesor le recomienda que él siga el mismo ejemplo. El alumno tartamudea, asiente y se disculpa. Y murmura algo sobre que, por supuesto, así es mejor para el césped. “No”, lo corrige el profesor. “Es mejor para usted.” Poco importa el nombre del alumno, pero el profesor en cuestión es el respetable educando William Hundert, tal vez el más prestigioso profesor de St. Benedict. Y de consejos tan respetables y tan bien construidos como los que interpreta Kevin Kline en el papel de Hundert son los fundamentos sobre los que se edifica una película como Lección de honor.
Tal vez sean los uniformes. Tal vez sea su aire pomposo. O simplemente el título. Pero hay algo en este film de Michael Hoffman que recuerda casi inmediatamente a una película como La sociedad de los poetas muertos. Aunque Kline no es ni tan avergonzante –ni tampoco tan divertido– como Robin Williams. Y la película tiene poco de su exagerada épica y mucho de su distinguida puesta en escena. Basada en un cuento de Ethan Canin titulado “El ladrón del palacio” y ambientada en los años ‘70, Lección de honor presenta primero a la respetable clase de Hundert, y luego la inclusión en ella de un rebelde de hormonas revueltas y poster de Dylan circa años ‘60 y revistas porno. El aire británico de Kline llevará muy bien las riendas de la trama y del enfrentamiento, de manera didáctica y muy pero muy sobria.
Con un extenso desenlace lleno de moralejas (y, para colmo, doble), Lección de honor huele en primera instancia a cuento un tanto alargado, y más tarde a historia fuera de época. Pero si hay un momento en el que su trama alcanza a estar viva en medio de toda su sobriedad es cuando el joven Sedgewick Bell, el rebelde en cuestión, amaga reinar en St. Benedict. Y si hay algo para celebrar de la historia que Hoffman quiere contar es que no cae en el truco de la lucha entre lo dionisíaco y lo apolíneo. Decididamente del lado de Apolo, y tal vez por eso su aliento tan fuera de época, el heroísmo de Lección... jamás estará del lado de las dionisíacas hormonas de Bell sino de la experiencia y el recato de un Hoffman decididamente fuera de época. Pero orgulloso de estar fuera de una época –treinta años después de su comienzo– tan poco orgullosa de sí misma. Así es como la historia de un rebelde suelto en la academia pasará a ser –atención– la de un concurso de preguntas y respuestas digno de un Pancho Ibáñez. Con un previsible desenlace lleno de enseñanzas sobre las bondades de seguir el camino. No sólo por respetar las reglas sino por el bien de los caminantes.

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