ESPECTáCULOS › LOS FRANCESES SE DIVIERTEN EN “7 AÑOS DE MATRIMONIO”

Por una “nouvelle cuisine” sexual

Una pareja que atraviesa la comenzón del séptimo año se atreve a probar con una terapia renovadora de sus rutinas de alcoba.

 Por Horacio Bernades

¿Qué le pasa al doctor Alain, médico parisino, de aspecto tan serio y responsable? Cuando no le está sacando un celular de la vagina a alguna señora (que jura no saber cómo ese aparato fue a parar allí), este atildado especialista en emergencias espía por la ventana a la vecina de enfrente. O saca de algún cajón revistas con señores musculosos en la tapa. O se mete a navegar en sites que pueden llamarse Metémela.com. Audrey, su mujer, está empezando a sospechar que algo raro le está pasando a su esposo. Pero ella ya tiene bastante con la polimorfa curiosidad sexual de Camille, pequeña hija de ambos, o con su hermano menor, que vive con ellos y sale a bailar con los labios pintados y vestido para matar.
Qué está pasando con el doctor Alain y su familia, habría que preguntar, más bien. Por lo que parece, las obsesiones sexuales recorren la casa, como ratones saliendo de los rincones. Y sin embargo, entre el hastío de él y la resignada melancolía de ella, hace un rato largo que todo lo que Alain y Audrey hacen en la cama es roncar. O justamente tal vez sea esa la explicación para tantos ratones sueltos. Eso sostiene el doctor Claude, sexólogo amigo de Alain, un tipo sumamente liberal que le aconseja empezar a soltar de una vez las fantasías, si él y su esposa no quieren que la aburrida comezón del séptimo año se extienda para siempre. Es así como Alain y Audrey se dejarán tentar por una nouvelle cuisine de la vida sexual, en la que el cambio de parejas, las estimulaciones artificiales, el sexo grupal y los encuentros ocasionales no necesariamente son platos raros.
Algo así como una comedia de iniciación (sexual) matrimonial, 7 años de matrimonio no es tanto un manifiesto libertino como una variante aggiornada de un subgénero mucho más tradicional: esa forma de la comedia elegante que Hollywood cultivó en los años 30 y 40, y que algunos especialistas han dado en llamar “comedias de rematrimonio”. En esas comedias –entre cuyos ejemplos paradigmáticos se hallan La pícara puritana, La costilla de Adán o La octava mujer de Barbazul–, un matrimonio burgués se agarraba de los pelos, se separaba, se querellaba y hasta eventualmente se cuerneaba, sólo para terminar reanudando su relación sobre otras bases y con renovados bríos. No otra cosa sucede aquí con Alain y Audrey, que al final de la película no serán necesariamente una pareja mucho más liberada (ninguna de sus aventurillas en el mundo del sexo duro llega demasiado lejos) sino la misma, pero reestimulada. Lo cual no tiene por qué pensarse como una apoteosis conservadora: el cine no presenta (no debería presentar, al menos) modelos de vida sino personajes a los que les pasan cosas. Y a Alain y Audrey les pasan: basta verles las caras, cuando durante una visita al sex shop se les arriman varios desconocidos, metiendo mano sin decir agua va.
Por otra parte, cierta situación simétrica (sobre el final, una pose de Audrey excita a Alain tanto como antes lo hacía una desconocida) sugiere que todo está en la cabeza. Hasta el punto de que la película entera podría verse como una larga fantasía de Alain. Por la película circula, de soslayo, un segundo hilo, que no pasa ya por la diversidad o desprejuicio de la vida sexual, sino por otra cuestión esencial a toda comedia: la disociación entre verdad y apariencia. Esto se hace manifiesto en el personaje del doctor Claude, al que el veterano Jacques Weber presta los modos de un dandy veterano.
No ocurre lo mismo con Didier Bourdon, quien a pesar de ser el evidente factotum de la película (como protagonista y director) no derrocha carisma o simpatía. A su lado, la veterana Catherine Frot pasa límpidamente de la muy reprimida señora del comienzo a la deseable dama del final, paseándose por la casa en portaligas y gritando como una perra en la alcoba nupcial.

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El matrimonio de Audrey y Alain internándose en los misteriosos laberintos de un sex-shop.
 
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