ESPECTáCULOS

Por una vez, los Grammy hicieron algo de justicia

La 46ª edición celebró a los vanguardistas Outkast y Beyoncé, en una noche con buenos momentos, un gran papelón y un predominio de la música negra.

 Por Roque Casciero

Los Grammy son un premio que la industria discográfica entrega a sus discípulos más aplicados –esto es, a quienes más venden–, con la certeza de que la ceremonia televisada hará que las cajas registradoras de las disquerías suenen fuerte en todo el mundo en los días siguientes. Por ese motivo, las estatuillas del gramófono dorado suelen ser esquivas para los artistas que expanden las fronteras del sonido. Sin embargo, en la 46ª entrega celebrada el domingo en el Staples Center de Los Angeles, el dúo Outkast, la auténtica vanguardia de la música negra de hoy, se llevó el Grammy al mejor álbum del año. El galardón fue por el CD doble Speakerboxxx/The Love Below, en el que sus integrantes entregan sendos discos solistas sin la participación del otro. En la ceremonia, Big Boi y Andre 3000 cantaron sus hits en diferentes momentos, pero se los pudo ver sentados juntos y abrazados al recibir el máximo trofeo, lo que quita un poco de aliento a los rumores de separación del dúo de Atlanta. Menos sorpresivo fue que la voluptuosa Beyoncé Knowles acumulara cinco distinciones (sobre seis nominaciones) y se convirtiera en la máxima galardonada de una noche con una abrumadora presencia de lo mejor de la música negra y varios homenajes a figuras fallecidas como Johnny y June Cash, George Harrison y Warren Zevon.
Gustavo Cerati era el único argentino nominado a un Grammy, pero la estatuilla de Mejor Disco de Rock Alternativo Latino se lo llevaron los mexicanos Café Tacuba por Cuatro caminos. El premio en la categoría pop latino le correspondió a Alejandro Sanz, por No es lo mismo. Durante la ceremonia televisada por Sony (que la repite, esta vez con subtítulos, el domingo 15 a las 22) hubo un recuerdo para el músico argentino Bebu Silvetti en el repaso de los fallecidos durante el año.
La entrega de estos Grammy convivió con el fantasma de la censura: la ceremonia comenzó cinco minutos antes, como para que pudiera ser eliminada del aire cualquier controversia. Todo porque a Janet Jackson se le ocurrió, una semana antes, mostrar un pecho (semitapado) durante el intermedio del Superbowl, la final del fútbol americano. A la hermanita de Michael le levantaron su participación en un tributo a Luther Vandross, quien sufrió un ataque y se recupera trabajosamente (y que se llevó cuatro Grammies por Dancing with My Father). Justin Timberlake, el chico pop favorito del momento, había sido quien “descubrió” el pecho de la Jackson, pero él tuvo varios momentos de gloria en la noche: cuando cantó Señorita junto al trompetista Arturo Sandoval, cuando participó de la presentación de los Black Eyed Peas y cuando se llevó dos gramófonos. En una de esas ocasiones, aprovechó para pedir perdón por el bendito incidente de la teta. En dos ocasiones el director de cámaras se movió rápido para evitar problemas: cuando Christina Aguilera subió a aceptar su premio con un escote amenazador, el hombre debe haber gritado “zoom a la cara”, pues eso fue lo que se vio; y cuando 50 Cent pareció querer robarse el galardón al mejor artista nuevo, que le ganaron los Evanescence. Eso sí, la televisación tuvo su papelonazo: Celine Dion debía homenajear a Vandross, pero no le funcionaba el micrófono ni el retorno; comenzó a cantar, pero lo único que se escuchaban eran las instrucciones de los técnicos, y cuando cambió de aparatos siguieron los inconvenientes.
Entre las actuaciones hubo picos muy altos y momentos para el olvido. Entre los primeros hay que contar el final con Andre 3000 y el pegadizo Hey ya!, el electrizante comienzo de Prince y Beyoncé haciendo un medley de canciones del artista anteriormente conocido como “el genio de Minneapolis”, el rock descarnado y furioso de los White Stripes y el segmento que celebró la vigencia del funk. Con el actor Samuel Jackson convertido en una suerte de predicador/ maestro de ceremonias, el escenario del Staples Center se llenó de groove con Earth Wind and Fire, Outkast (versión Big Boi) y George Clinton, que puso a todo el mundo en llamas con sus Parliament/Funkadelic. En el rubro bochorno puede colocarse el homenaje a los Beatles –se conmemoraron los 40 años de su llegada a Estados Unidos– de un cuarteto liderado por Dave Matthews y Sting, que destruyó I Saw Her Standing There. El tributo siguió con la presencia de Olivia Harrison (viuda de George) y una emocionada Yoko Ono (que repitió palabras sabias: “Dale una oportunidad a la paz”), más videos de Paul y Ringo.
En los archivos del Grammy, al cabo, la del domingo quedará como la gran noche de la música negra. Además de las estatuillas para Outkast y Beyoncé, y de las actuaciones ya mencionadas, los impactantes Neptunes se llevaron el galardón como mejores productores, e incluso artistas blancos premiados como Timberlake o Eminem se sumergen sin pruritos en los sonidos generados por sus colegas negros. Con el rock mainstream sumido en una revisión del pasado –a veces excitante, la mayoría insulsa– y el pop en los últimos estertores del fenómeno reality show, es en el hip hop, el rhythm and blues, el soul y el funk donde se está cocinando lo más sabroso de la música de hoy. Esta vez, quienes entregan los Grammy se dieron cuenta a tiempo.

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