ESPECTáCULOS › EDUARDO MONTES-BRADLEY PRESENTA SU LIBRO “CORTAZAR SIN BARBA”

“Se ve a Cortázar como un converso”

El escritor y cineasta desmonta algunos mitos construidos alrededor de la figura del autor de Rayuela. Su biografía se interna en los años de juventud y concluye en la década del 50, antes de que llegaran la fama y el compromiso político.

 Por Silvina Friera

A Eduardo Montes-Bradley le gusta apreciar los poros de la piel de sus retratados vistos a través de una lente de aumento, con la que captura gestos y poses con el mismo rigor del detective que acumula documentos, ordena pruebas y coteja los datos obtenidos o los desacredita con testigos de primera mano. En Cortázar sin barba, biografía que acaba de publicar por Sudamericana, el cineasta y escritor utiliza el zoom narrativo para desenmascarar los mitos construidos en torno de la figura del autor de Rayuela. Su propósito no es exhumar a uno de los próceres del Panteón de la Literatura Nacional para practicar tiro al blanco, deporte que no es casual que se haya puesto de moda a 20 años de la muerte del escritor. Tampoco pretende ser complaciente, aunque se zambulle en la historia del personaje desde la fascinación que le provocan la infancia y la juventud de Cortázar. En principio, desecha la estampita del escritor barbudo, comprometido con las causas revolucionarias. Montes-Bradley concluye su maniática pesquisa en la década del 50, período en el cual otros biógrafos consideran que se comienza a gestar la imagen cortazariana para la posteridad.
“Quería hacer una película, pero me di cuenta de que era imposible desde el punto de vista presupuestario. Cuando estaba haciendo Cortázar: apuntes para un documental, empecé a tomar notas para un libro, pero en un momento me di cuenta de que tenía escritos capítulos enteros”, confiesa el documentalista de Harto the Borges, Bayer: los cuentos del timonel y la reciente Crónicas mexica, que hizo junto con Martín Caparrós. “Ordené los papeles que iba consiguiendo sobre Cortázar como si estuviese ordenando mi propia genealogía”, aclara el escritor, que hace tres años publicó los relatos Ya sé que todo es mentira. En la entrevista con Página/12, Montes-Bradley señala su foto en la solapa de Cortázar sin barba, libro que se presenta el domingo a las 20.30 en la Feria del Libro, y dice: “Así era yo cuando arranqué con la biografía, esto es lo que quedó, Montes-Bradley sin pelo”. Y es literal. El cineasta perdió el pelo, pero no las mañas del investigador obsesivo, que descubre, por ejemplo, que en las solapas de los libros de Cortázar se sugiere que el escritor nació “accidentalmente” en Bruselas, en 1914. “En lo accidental pareciera que se busca conformar un Cortázar a imagen y semejanza del escritor que los argentinos queremos que sea, y los argentinos queremos que sea argentino, para lo cual resulta indispensable que haya nacido accidentalmente en Bruselas”, señala el autor en las primeras páginas de la biografía.
–¿Cómo llegó a descubrir que el padre de Cortázar no era diplomático sino un viajante de comercio?
–Según consta en el Registro Civil de Bruselas, Julio José Cortázar, padre del escritor, se desempeñaba como handels-agent, es decir, viajante de comercio. Cuando él dice que el padre los abandonó a los 6 años, ¿quién está hablando, el escritor o su madre? Cortázar hizo de su pasado una ficción para complacer a la madre. En esta biografía planteo un problema de clase, que entra también en el terreno psicoanalítico. La madre se debe haber sentido despechada por el lugar que la familia de Cortázar no le permitió ocupar. Hay cierta similitud con la madre de Evita, salvando las diferencias. Un deseo en la madre de Evita, la de Gardel y la de Cortázar de que sus hijos venguen el oprobio y el ninguneo que la alta burguesía les ocasionó.
–Sin embargo, Cortázar contribuyó a generar un mito en torno de su persona...
–Creo que la responsable es la madre. Las madres son las responsables de los grandes mitos: la madre de Borges, la de Gardel o la de Rodrigo. Sin embargo, la izquierda no tenía un referente en la literatura y en Cortázar encuentran, además, un referente converso. Cuando se lo fabrica a Cortázar como referente de la izquierda era importante dejar en claro que era un hombre de derecha porque tenía muchísima más trascendencia: el escritor mojó sus barbas en el Hotel Nacional de La Habana y a partir de ese momento se convierte en un evangelista de la causa. Pero a mí me pasó que, mientras indagaba, me negaba a considerar a Cortázar como un hombre de derecha. Me parece injusta la manipulación que se hizo de la biografía del escritor para transformarlo en un hombre de derecha, porque nunca lo fue. El hecho de que Cortázar haya estado en la Unión Democrática en 1945 no lo convierte en un hombre de derecha, aunque para el peronismo de izquierda haber sido aliadófilo en tiempos de Perón era ser de derecha.
–¿Por qué piensa que el escritor les dio tanta importancia a las cartas que escribía?
–En la década del 40 le envía una carta al pintor triestino Sergio Sergi en la que le advierte: “Guárdelas bien, porque algún día se van a editar en ediciones encuadernadas”. Era como si pensara en los futuros lectores y los incitara a buscar detalles. Yo no hubiese podido escribir este libro si las cartas no hubiesen sido publicadas con anterioridad. Ahí cuento con una ventaja sobre los biógrafos anteriores, que se adelantaron porque una biografía tiene que surgir de cierta fascinación con el sujeto, pero no de la admiración. Si no se termina realizando biografías obsecuentes.
–¿Su biografía revela las frustraciones de sectores de las clases medias argentinas de los años 40?
–Sí, en cierto sentido es una radiografía parcial de las aspiraciones de las clases medias argentinas, que soñaban con lo que pudo haber sido y no fue. La clase media es la gran protagonista del libro. Cortázar a cada uno le hablaba como cada uno quería oírlo. Si estaba en España hablaba con acento español, si estaba en Cuba lo hacía como un cubano.
–¿Qué opinión tiene como lector de la literatura cortazariana?
–Bestiario es un libro que releo y que ahora lo entiendo como profundamente biográfico. A Rayuela lo disfruté en su momento, pero ya no me interesa. Fue un libro revelador para todos los que soñaban con Francia, y uno de los nuestros había llegado: fumaba cigarrillos negros, nombraba marcas, pintores y músicos. Era una forma de salir del hastío de Corrientes y Montevideo, del bar La Paz. Me gustó mucho El examen; de ahí saqué mucha información porque también es muy autobiográfico. La vuelta al día en ochenta mundos, escritos que rozan lo patafísico, tienen un delirio muy simpático. Cortázar fue el enciclopedistas aceptable para la clase media argentina, que detesta a los que saben todo. Lo que pasa por ese tamiz es bello, pero cuando no deja ver el tamiz. Cuando me muestra la fórmula y me cuenta todo lo que leyó y lo que hizo, humilla a su propia clase: “Lo que yo digo no es importante por lo que digo sino por lo que leí. No lea, vea”.

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Montes-Bradley buscó desechar la estampita del “escritor barbudo”, comprometido con la revolución.
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