ESPECTáCULOS › MARTIN SALAZAR Y JAVIER RAMA DIRIGEN “MIL CUENTOS PARA UNA NOCHE”

El eterno encanto de las historias

Los integrantes de Los Macocos conducen un nutrido elenco del IUNA, que puso el cuerpo a una obra sustentada en el arte del relato.

 Por Hilda Cabrera

Huésped de naturaleza imprevisible en todas las lenguas, el cuento es la materia prima de la obra que todos los viernes a las 23 ofrece uno de los elencos de la Escuela Nacional de Arte Dramático, del IUNA, que en esta ocasión codirigen Javier Rama y Martín Salazar, dos de los integrantes de la Banda de Teatro Los Macocos, creadora, entre otros espectáculos, del premiado La fabulosa historia de los inolvidables Marrapodi y Los Albornoz. Delicias de una familia argentina. La obra que presenta ahora el joven equipo del IUNA (en El Ombligo de la Luna, de Anchorena 364) se denomina Mil cuentos para una noche, una particular adaptación de Las mil y una noches de la que son responsables los directores y la compañía El Zoco. Entrevistados por Página/12, Rama (quien se encarga de las puestas de Los Macocos desde 1991, cuando la Banda presentó Macocos, Adiós y Buena Suerte) y Salazar (también músico y actor con participaciones en uno de los ciclos de Teatro por la Identidad y programas de televisión como Viva la Patria, Patas para arriba, Los monstruos y Verebó) aclaran que esta dramaturgia fue “armada entre todos” y los cuentos, elegidos por los intérpretes, aun cuando ellos mismos habían realizado una preselección. En todo caso, según Rama, “la idea era hacer una obra desde el actor”. Sin duda, una tarea complicada, puesto que el elenco es numeroso: lo componen Trinidad Asensio, Martín Berra, Christian Díaz, Diego Gatto, Carolina Irureta, Patricia Peña, Rodrigo Pedreira, Aldana Picardi, Martín Simeoni, María Mercedes Ridao, Paula Tabachnik y Sandra Uriarte.
–¿Ese giro en la elección se debe a que los más jóvenes tienen intereses opuestos?
Martín Salazar: –No sé si son opuestos o generacionales, pero en un principio eligieron los más humorísticos. Yo me había inclinado por los, digamos, filosóficos, y Javier, por los que hablaban de sexo.
Javier Rama: –¡No tanto! Solamente buscaba el efecto.
M. S.: –Después tomaron algunos trágicos para equilibrar con el humor. Lo interesante es la decisión de que el teatro se convierta en un buen lugar para contar un cuento, que es lo que históricamente hacían los autores cuando daban a conocer sus relatos en los mercados o plazas, convirtiéndolos en improvisados teatros. Buscamos en la palabra su importancia casi religiosa.
–¿Sus signos?
J. R.: –Exactamente. El personaje se va armando según los signos que se descubren en el texto.
–¿Ven un cambio en el teatro local respecto del uso de la palabra?
M. S.: –Valoramos el “cuentito”. Al ingresar a la sala, el público se va a encontrar con un grupo de actores sentados en ronda, todos relatando a un mismo tiempo, como si estuvieran en una plaza pública. Recién cuando se inicia la obra los oirán claramente.
–Las producciones de Los Macocos están generalmente teñidas por un humor popular. ¿Influyó esta característica en el grupo que dirigen?
J. R.: –Es probable que al elegirnos como directores lo decodifiquen de esa manera. De todas formas, el espectáculo no es paródico.
M. S.: –Los Macocos metieron siempre la cabeza en los hechos que sucedían a su alrededor y con humor. No sé si esto entra en el terreno de la ética, porque a veces se entiende mal la relación entre arte y ética.
–Quizá porque se confunde la ética con una actitud moralizadora...
J. R.: –Lo nuestro no es un juicio moral.
M. S.: –Eso quedó claro en todos los espectáculos, desde aquellos en los que éramos unos payasitos tontos hasta los de humor más negro, donde nos habíamos puesto la cresta punk. Lo que hicimos durante los primeros años posteriores a la última dictadura militar se relacionaba con el deseo de respirar un aire más puro.
–¿Creen que hoy pueden decirlo todo con humor?
J. R.: –Hubo gente que nos alertó sobre Continente viril. Ese asunto de los militares que viven en la Antártida, y cómo están hoy después de los años de la dictadura y de la Guerra de Malvinas, les parecía muy delicado.
M. S.: –En este momento la responsabilidad pasa por otro lado. Antes uno podía decir solamente “algo”, como Charly García en Seru Giran, inventando un idioma. Ahora hay que recortar la realidad y no sólo saber qué decir de ella sino ofrecer una perspectiva.
J. R.: –En democracia, el panorama se amplía. Pongamos un ejemplo: hoy tengo cien palabras donde treinta años atrás podía usar sólo diez. El significado de cada una de ellas se multiplicó.
–¿Cuándo se verán nuevas obras de Los Macocos?
J. R.: –En un mes vamos a festejar por anticipado los veinte años del grupo: la primera crítica apareció en los ‘80, en el periódico Tiempo argentino. Los últimos cuatro espectáculos los tenemos bien aceitados, porque hicimos muchas funciones de cada uno en varios teatros de capital y provincias. Los primeros están en la memoria del cuerpo de los actores. Es cuestión de reactivarlos.
M. S.: –Vamos a salir de gira por Rosario y Mendoza y proyectamos armar un programa piloto para la tevé siguiendo el código de humor del grupo. Debemos trabajar: nuestras familias nos lo están pidiendo ansiosamente.
–¿Cómo se reparten los roles dentro de Macocos?
J. R.: –En el momento de la creación estamos igualados. Cuando llega el de actuación nos separamos y yo me convierto en director.
–En el guía...
M. S.: –El que nos ilumina.
J. R.: –No es prudente que alimenten mi mesianismo. El nuestro es un trabajo de grupo. Es un poco lo que hicimos con los actores del IUNA: quisimos que cada uno asuma su responsabilidad en la dramaturgia y la actuación. Que no sea pasivo: que esté vivo. El hecho de que el IUNA convoque como maestros a personas que continúan en la búsqueda de una poética teatral también me parece valioso. Eso le da al instituto un perfil particular. Lo aleja de esa cosa académica de los que tienen “su librito” y no lo cotejan con el escenario desde hace veinte o treinta años.

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“Quisimos hacer una obra desde el actor”, define el dúo al espectáculo que va en El Ombligo de la Luna.
 
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