ESPECTáCULOS › ENTREVISTA A MARILU MARINI, PROTAGONISTA DE “LOS DIAS FELICES”

“Las obras de Beckett descolocan”

La actriz, radicada desde hace años en Francia, presenta desde hoy en el San Martín una “versión argentina” de la pieza que mostró en el IV Festival Internacional de Buenos Aires. Aquí cuenta por qué regresa cada vez que puede “a este lugar donde me nutrí”.

 Por Hilda Cabrera

“La ausencia de anécdota y la posibilidad de leer la obra como una partitura” hace de Los días felices, del dramaturgo, novelista, poeta y ensayista irlandés Samuel Beckett, una pieza intemporal y siempre vigente, como dice la actriz Marilú Marini, argentina radicada desde hace décadas en Francia, quien trae nuevamente esta pieza que ya mostró en francés (Oh! les beaux jours) en septiembre del 2003, durante el IV Festival Internacional de Buenos Aires. El público podrá apreciar ahora esta obra –originalmente escrita en inglés y estrenada en Nueva York en 1961 con el título de Happy Days– en una adaptación de Marini. La artista rescata giros del lenguaje coloquial sin modificar la puesta del francés Arthur Nauzyciel, también diseñador de la escenografía junto a Antoine Vasseur. Acompañan a Marini el actor Marc Toupence y el mismo equipo francés del Festival. Este trabajo, que surgió de una investigación escénica en el Centro Dramático de Lorient, en la Bretaña francesa, se verá a partir de hoy en la Sala Casacuberta del Teatro San Martín (Av. Corrientes 1530).
En la entrevista con Página/12, la actriz de Mortadela, Niní y La mujer sentada, entre otros espectáculos vistos anteriormente en Buenos Aires, alude a su compromiso con Los días..., que presentó en el célebre Odeón de París y en varios teatros de Francia y Marruecos, donde obtuvo una repercusión “inesperada”. En Marruecos se había mostrado con Las criadas, de Jean Genet, una versión del director y actor Alfredo Arias (otro argentino residente en Francia) que conquistó a todos cuando se estrenó en Buenos Aires, en el Centro de Experimentación del Teatro Colón. “El público marroquí conoce a Beckett por los textos antes que por los montajes. La escenificación de Los días... produjo asombro, tal vez porque no se encuentran en Marruecos puntos de contacto con el mundo imaginario de quien escribió tan magníficamente en inglés y francés.”
–¿Acaso Jean Genet es un autor cercano al mundo marroquí?
–Creo que se comprende bien su discurso sobre la sumisión y la rebeldía; el lenguaje crudo y pagano que utilizaba, su sentido del rito y su búsqueda exaltada de la marginalidad y lo pecaminoso.
–¿Cómo fue la respuesta a Los días felices?
–La devolución más apasionada fue de las mujeres. Ellas se acercaban a Arthur y a mí después de cada función. Las impresionaba mi personaje: una Winnie carnal, con el cuerpo enterrado hasta la cintura en un montículo compacto y reseco. Despertó emociones que relacionaron con la lucha por ganarse diariamente un espacio. Lo asombroso, también para mí, fue que el público no se comportó como en Francia, España o la Argentina (donde las obras de Beckett se escenificaron casi al mismo tiempo que en Francia). El público no rechazaba ni se prosternaba. Sencillamente descubría.
–¿A qué se debe la atracción que sintieron y sienten los teatristas argentinos por las obras de Beckett?
–Tal vez a ciertas conexiones con lo que llamamos “idiosincrasia” argentina, con el humor lacerante de Beckett, que es tan revelador como el humor porteño y el de escritores en la línea de Macedonio Fernández (No toda es vigilia la de los ojos abiertos, Papeles de recienvenido), quien nos dejó una obra crítica, filosófica, renovadora del lenguaje y con un agudo sentido del humor. Pienso en su “regodeo”, que es también el de otros autores, por llevar una reflexión más allá de la frontera de lo racional.
–¿Qué opina del parentesco que suele establecerse entre las creaciones de Beckett y el absurdo?
–Yo no veo el absurdo en sus obras. Lo particular de Beckett es la ferocidad de su mirada y la aplicación de una lógica implacable al describir las contradicciones humanas. Sus obras descolocan porque tienen el efecto de las asociaciones libres. Ante Los días felices, por ejemplo, sentimos que lo que le ocurre a Winnie nos puede pasar o nos pasa a todos.
–Es una obra que exige cierta entrega del espectador...
–Es verdad, y hay gente que se resiste porque es implacable y sombría, a pesar de su ironía y humor: nos enfrenta a una precariedad esencial, a lo que es inevitable, la muerte, una “presencia” desde que nacemos, pero que preferimos olvidar, distrayéndonos con miles de cosas. La “lectura” que hizo Ar- thur Nauzyciel sobre Winnie no es melancólica ni nostalgiosa. El prefirió destacar su lucha, decisión que hace al personaje todavía más vulnerable, pero también más activo ante el espectador.
–¿Podría pensarse en una pesadilla y que los timbrazos que se oyen de tanto en tanto provienen de un despertador?
–Uno de los propósitos de la puesta es que el espectador imagine. No importa qué. Lo interesante es que pueda hacer un “viaje” a la cabeza de esta mujer que se aferra a todo lo que ve y a todo lo que pasa cerca de ese montículo en el que está enterrada. Mi trabajo es lograr que esas experiencias “sucedan” allí, que lo mío no sea una representación y mis gestos tengan la espontaneidad de “las caras” que ponemos frente al espejo cuando estamos solos y con ánimo de divertirnos.
–¿Cómo fue que se decidió por una adaptación al lenguaje de los argentinos?
–Empecé trabajando sobre la traducción al español de Antonia Rodríguez Gago. Después de hacer esta obra durante todo un año en francés, tengo el personaje de Winnie muy incorporado. Me pareció importante trasladarlo a otro lenguaje más rioplatense y no tan castellano. El texto en francés transita por lugares donde aparecen expresiones cultas, de gente que conoce a clásicos como William Shakespeare o W.B. Yeats (la cita, brevísima, proviene de At the Hawks Well), pero se interna también por otros, muy populares, donde surgen modismos y giros ligados a lo cotidiano. Opté entonces por una “versión argentina” para que haya más intimidad entre el personaje de Winnie y ese otro al que le habla, que es el marido o la muerte, o lo que ella quiere imaginar y la sostiene en la vida. Esta fue una decisión arriesgada. En algún momento temí que el texto fuera almibarado, que se pareciera a una telenovela.
–¿Qué experiencia extrae de cada visita a la Argentina?
–Yo no me olvido de lo que me nutrió. Por eso regreso siempre que puedo. Es como mirar en mi interior y, al mismo tiempo, observar explosiones de creatividad. Los argentinos están mucho más presentes en las cuestiones sociales que los franceses en su país. Sé que es complicado vivir aquí y que cuando uno llega puede desconcertarse ante la “labilidad” de algunas estructuras. Uno se asusta, por ejemplo, cuando se aproxima el estreno y ve que falta mucho por hacer. Pero eso que en Francia se convertiría en desesperación y espanto, aquí es sólo ansiedad, porque de pronto surge una persona, o varias, y los problemas se resuelven. Uno siente que hay disposición y ángeles que lo guardan.

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Marini se luce en el papel de Winnie, una mujer que vive enterrada en un montículo compacto y reseco.
 
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