ESPECTáCULOS

“Uno nunca se recibe de músico, siempre queda algo para aprender”

Domingo Cura será el invitado especial de Zamba Quipildor, hoy y mañana en el teatro Opera. Allí repondrán la famosa Misa criolla.

 Por Karina Micheletto

Casi no se ven las paredes del living del departamento de Domingo Cura, a pocas cuadras de una esquina con historia ciudadana, San Juan y Boedo. Están cubiertas por fotos y afiches del bombista tocando en el Vaticano, en el Carnegie Hall, en el Lincoln Center, en Cosquín. Junto a Mercedes Sosa, Chabuca Granda, o posando con presidentes de todo pelaje, desde Ricardo Alfonsín o Carlos Menem hasta Juan Domingo Perón. También hay un retrato del armoniquista Hugo Díaz, quien fue su amigo, compañero de escenario y cuñado, y rarezas como una serie de billetes de lotería que la provincia de Santiago del Estero emitió con su cara. La historia de Domingo Cura podría ser contada por sus paredes, y por los datos que aporta con memoria prodigiosa Alcira, su compañera desde hace cincuenta años. Aún así, faltarían datos. Domingo Cura fue protagonista de varios capítulos importantes de la música argentina, y sigue actuando y grabando junto a artistas de todos los géneros. A los setenta y cinco años lleva vivida una carrera que trasciende lo que cuentan sus paredes.
Uno de los hitos de este recorrido es la Misa criolla, probablemente la obra de música argentina más traducida e interpretada en todo el mundo, con millones de discos vendidos. Fue Cura quien grabó su primera versión, junto a Ariel Ramírez, Jaime Torres y Los Fronterizos, en 1964. Y uno de los intérpretes más representativos de esta obra es Zamba Quipildor, junto a quien Domingo Cura volverá a hacer la Misa en sus actuaciones en el teatro Opera, hoy y mañana a las 21. “Es una obra que significa mucho para mí, y que asumo con mucha responsabilidad”, dice Cura. “Ahí yo hago los primeros cuatro compases, y después soy el encargado de marcar el ritmo para seiscientos tipos. Es algo muy comprometedor. Pero hermoso”, explica. Las otras actuaciones “exigentes” que recuerda son las que hizo junto a Mercedes Sosa, a quien quedó asociado hasta en las imitaciones de la cantante. Una de las anécdotas que a Cura le gusta repetir es la de su primer viaje desde Santiago del Estero, donde nació, hasta Buenos Aires, acompañado por su amigo de toda la vida, Hugo Díaz.
–¿Realmente duró cinco días aquel viaje?
–Sí, no exagero. Nos colamos en un tren de carga, por entonces yo tenía dieciséis años. En Junín nos paró la policía ferroviaria, por suerte nos vieron cara de buenos y empezaron a preguntarnos qué hacíamos, adónde íbamos. Les contamos que queríamos probar suerte en Buenos Aires como músicos. Y ahí nomás Hugo sacó la armónica y tocó Nostalgia santiagueña, no me voy a olvidar nunca. Y después siguió tocando unos tangos. Yo no tenía bombo, pero me trajeron un tarro grande de galletas y toqué unas chacareras. Entonces nos mandaron al coche del guarda y nos dejaron seguir viaje. Yo volví enseguida porque se me terminó enseguida la plata, Hugo se quedó más porque un conocido lo dejó dormir en su negocio.
–¿Qué relación tenía con Hugo Díaz?
–De hermanos. Hasta nos echaron juntos del colegio, en tercer grado, porque éramos pésimos los dos. Estábamos todo el día en otra cosa, él con la armónica en el bolsillo y yo con dos palitos cortados de un plumero con los que golpeaba todo lo que encontraba. Con el tiempo, él salió casándose con mi hermana (la cantante Victoria Díaz), así que fue de la familia en serio.
–Además del folklore, usted frecuentó el ambiente del jazz.
–Sí, me gustaba mucho. Como no podía comprarme una batería, hacía cambios con los músicos de jazz, es decir, me prestaban el instrumento cuando ellos descansaban. Así empecé a meterme en el ambiente. También me gustaba tocar el bongó, y por eso me llamaron Los Panchos, que para mí era un sueño. Gracias a ellos pude tocar con Nat King Cole, y después con el Gato Barbieri, con muchos, muchos... Acá, en esta misma silla en que está sentada usted, estuvo Sara Vaughan. Imagínese. He pasado buenos y malos momentos con la música. Luché mucho para llegar a esto, y por suerte en la música siempre queda algo para aprender, no es que pasada determinada edad te recibís de músico. Así que yo sigo aprendiendo.
Cura nunca estudió música formalmente, algo que, cuenta, le trajo problemas en algunas ocasiones, como cuando en la Filarmónica de Berlín le pidieron que pasara las partes de los bombos y no le creían que no sabía escribir música. Su instrumento sigue sonando en discos de todos los géneros, entre otros el último de Gustavo Ceratti, Siempre es hoy. “El me dijo: ‘Escuchá la base y arriba ponéle los bombos como te parezca’. Cuando escuché la base le pregunté de dónde la había sacado. ‘De un disco tuyo’, me dijo. Después me invitó a tocar en el Luna Park, y también a Charly García. Y al poco tiempo Charly García me estuvo buscando, me dejaba mensajes en el contestador, quería que grabara unas cosas parecidas con él. Pero como justo mi esposa estaba internada, no pude”. ¿Un sólo momento de toda su carrera capaz de resumirlo todo? Cura no duda: “Cuando acompañaba a mi cuñado y a mi hermana”, dice, y los ojos chiquitos se le humedecen. “Los dos me transmitían tanto musicalmente... Ella tenía un fraseo increíble, había nacido para eso, igual que Hugo. Muchas veces me emocionaba y no los podía seguir. Cuando pienso en la época en que tocábamos juntos le agradezco a la vida por la música.”

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Domingo Cura y el bombo. Una pareja infalible y duradera.
 
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