ESPECTáCULOS › PAGINA/12 PRESENTA “CUENTOPOS”, DE MARIA ELENA WALSH

“A mí, la palabra ‘clásico’ me provoca mucho miedo”

Los discos que empiezan a aparecer mañana rescatan una obra esencial: con narración de la misma María Elena y musicalización de Oscar Cardozo Ocampo, los Cuentopos brillan en todo su esplendor. “En esta vida tan acelerada, que sigan siendo utilizados en jardines de infantes y escuelas me resulta un misterio”, dice la autora.

 Por Silvina Friera

Las narraciones de María Elena Walsh alteraron el panorama estéril de lo que hasta entonces se concebía como literatura infantil. La revolución walshiana desbarató un orden de raíces autoritarias que, además de ahogar el sonido de otras voces, consideraba a los chicos como una tabula rasa. En sus primeros poemas para niños, publicados en Tutú Marambá (1960), su estilo desenfadado –humor, ironía y acidez– fue aportando los ingredientes indispensables para construir puentes generacionales entre sus lectores. Esta mujer de sonrisa contagiosa, mirada de niña traviesa y lengua filosa, que alguna vez se definió como “cupletista”, estableció la mayoría de edad de un género descalificado como menor. La chispa de esta escultora del lenguaje viene alumbrando el cuerpo social y cultural de la Argentina desde hace 40 años, con historias en las que se conjugan lo popular y lo culto, lo europeo y lo nacional, lo pedagógico y lo fantástico. Su obra y su nombre están en la memoria de millones de argentinos. En el día del niño, los dos CD’s de Cuentopos, que Página/12 entregará mañana y el próximo domingo (con un valor de compra opcional de 8 pesos), sumergen a los oyentes en el mundo fantástico del rey compás, de la sirena Alahí y el capitán flaco y barbudo como Don Quijote, o del aprendiz de payador, entre otros personajes entrañables.

El misterio de la vigencia

Los cuentos incluidos en los dos CD’s de Cuentopos, narrados por María Elena y musicalizados por Oscar Cardozo Ocampo, fueron publicados en los libros Cuentopos de Gulubú (1966) y El diablo inglés (1974), y hace décadas que circulan por las aulas y los dormitorios de los chicos que repiten el “tonto retonto” (El país de la geometría) o “soy marinero y aventurero/ vengo de España y olé” (La sirena y el capitán). “Estoy sorprendida”, dice Walsh a Página/12. “En esta vida tan acelerada y vertiginosa, tan proclive a descartarlo todo con una facilidad asombrosa, que Cuentopos siga siendo utilizado en los jardines de infantes y en las escuelas, que tenga vigencia y que los chicos lo conozcan, me resulta un misterio que me cuesta explicar.”
–¿Acaso supo captar la esencia del mundo de la infancia?
–Quizás el efecto que han generado se podría comparar con el impacto que provocaron algunas letras y músicas de tango, o tal vez otros géneros musicales, que representan y reflejan algo de nosotros mismos, aunque no sé muy bien qué. Me acuerdo que Ernesto Sabato siempre dice que si una obra dura veinte años, dura toda la vida. Pero es un poco misterioso tratar de comprender por qué una obra perdura en el tiempo. ¡Cuántos excelentes poetas son olvidados, cuando antes se los recordaba recitando algunos de sus versos o sus poemas completos!
–¿Cómo consigue transmitir esa frescura y espontaneidad de la oralidad en los cuentos?
–Fueron muchos años de trabajo y una paciencia insobornable (risas). Aunque parezca espontáneo, cada uno de los cuentos es el resultado de un trabajo muy pensado y pulido. Sin duda, contribuyeron el oficio que fui adquiriendo con la escritura, mi amor por la poesía y por los juegos de palabras.

La imaginación al poder

Cuentopos comienza con el relato El país de la geometría. La excelente entonación de Walsh, que consigue hacer respirar cada uno de los textos, acompaña el viaje que, a priori, propone ese “Había una vez un amplio país blanco de papel”. La omnipotencia del rey compás mantiene en vilo a todos sus súbditos. Dueño de casi todo, a este rey le falta lo principal: la famosa flor redonda. Y aunque envía cientos de expediciones que fracasan sistemáticamente, y hasta intenta él mismo tomar las riendas de la búsqueda, la misteriosa flor nunca aparece. El arte de cantar y bailar –no vale la pena amargarse, le sugiere uno de los personajes– emergen como pócimas que reparan el desconsuelo del rey. En La sirena y el capitán, las rimas, el ritmo y las aliteraciones certifican por qué María Elena abrió nuevos caminos en la poesía y la narrativa argentina. En este relato, además, la sirena Alahí, que canta un chamamé, resulta víctima de la prepotencia de un capitán español colonizador de la América india. Pero el ejército de resistencia –encabezado por monos, caimanes, mariposas y culebras, entre otros animales– reescribe en clave fantástica un final que contrasta con el sometimiento y la expoliación que azotaron al continente. Walsh jamás renuncia al encantamiento que le imprime a sus fábulas, aunque en las rutas y atajos por los que despliega lo lúdico, ella filtra tópicos como el rechazo a la esclavitud, la soberbia de los poderosos y la solidaridad con los más débiles, sin contaminar la literatura con un mensaje explícito y panfletario.

El payador, La princesa y La plapla

El primer CD concluye con esa magnífica mixtura entre el lenguaje folklórico y milonguero de El diablo inglés que cuenta, en un registro próximo al misterio de las narraciones sobre fantasmas, la antesala de las invasiones inglesas. En la estructura de este cuento se percibe la influencia de la etapa folklórica de la carrera de Walsh junto con Leda Valladares, cuando ese dúo legendario que conformaron –Leda y María– recorrió Europa difundiendo el repertorio autóctono. Cuentopos II arranca con un viaje al Lejano Oriente. En Historia de una princesa, una joven de la realeza japonesa, aburrida de su previsible vida imperial, desobedece las órdenes de su padre y se escapa simplemente para poder jugar. “La princesa está de jarana donde se le da la gana”, entona con entusiasmo esta creadora que, lejos de los mandatos de las modas y las imposiciones del mercado editorial, siempre escribió sobre lo que se le dio la gana. La plapla –incluido en la puesta en escena de El reino del revés, dirigida por Rubén Pires– refleja la zozobra de Felipe al descubrir, mientras hacía los deberes, que una letra que había escrito camina muy oronda por el cuaderno. De las páginas por donde la plapla confunde a Felipe, Walsh se desliza con exquisitez a la historia del cabeza dura de Martín el pescador y el delfín domador para despedirse con el señor blanco de nieve, Don fresquete, fabricado por los chicos.
Escritora faro de los años ’60, creadora de la entrañable tortuga Manuelita, cuya canción ha alcanzado el estatuto de patrimonio infantil de los argentinos –porque la cantan los chicos y los adultos al unísono, apenas reconocen los primeros acordes–, autora de un puñado de libros infantiles (El reino del revés, Zoo loco, Dailan Kifki y Chaucha y palito, entre otros) que juntos conformarían una suerte de biblia literaria de la infancia infantil, María Elena no pierde las mañas, ni el tono zumbón, cuando quiere evadir la respuesta a una pregunta que no le gusta o la incomoda, ni el espíritu de esa niña traviesa que conserva intacta.
–¿Qué implica para usted ser un clásico en el mundo de la literatura infantil?
–¡Qué miedo! Me asusta esa palabra –dice, y vuelve a reírse.

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Desde hace cuarenta años, María Elena Walsh viene alumbrando el cuerpo social y cultural de la Argentina.
 
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