ESPECTáCULOS › EL MUSEO DEL CINE RECUERDA CON UNA EXPOSICION UN AÑO DE PELICULA, 1974

El cine en tiempos de amor libre y peronismo

La tregua, La Patagonia rebelde, Quebracho y La Mary eran algunas de las películas que hace treinta años se disputaban el favor de un público masivo y los debates políticos de la crítica. Vestuarios, fotos y documentos dan cuenta de esa época.

 Por Mariano Blejman

El año 1974 tuvo un contexto particular, desde la llegada de Perón, que ilusionaba a los Montoneros, hasta el surgimiento de la Triple A en el ’75. América latina vivía en una politización desafiante, pero nadie sabía que todo terminaría en la masacre de la dictadura de Videla, Massera y Agosti. Como sea, 1974 fue un año de inflexión. Los muertos de Trelew eran un recuerdo demasiado cercano cuando se estrenó La Patagonia rebelde, de Héctor Olivera, sobre las huelgas patagónicas, con amenazas de bomba en el cine Broadway. “Fue un año que nos marcó a todos”, cuenta a Página/12 Sergio Renán, quien por entonces estrenó La tregua. Desde la perspectiva que ofrece el celuloide, aquel fue un país de película: la Argentina era un thriller que ningún director dirigió todavía. Por eso, los 39 films que se estrenaron ese año son motivo de una exposición organizada por el Museo del Cine (Defensa 1220), que se inaugura el próximo miércoles. Son, también, reflejo de un año fundamental para la cinematografía de autor, pero también para aquel cine que miraba a otra parte. Pasarían varios lustros antes de que los tejidos del cine argentino de autor volvieran a reconstituirse. Buena parte de esos directores tuvieron que exiliarse durante la dictadura.
Salas de cine de primera línea como el Ambassador, Atlas, Normandie o Gran Rex estrenaban films argentinos de éxito seguro. Hubo un 40 por ciento más de público para films nacionales que en 1973, cuando casi un millón vieron clandestinamente Operación Masacre, de Jorge Cedrón. La tregua reunió primero a 400 mil espectadores y luego llegó a 2,2 millones al ser el primer film argentino nominado al Oscar, aunque perdió con la genial Amarcord, de Federico Fellini. Boquitas pintadas, de Leopoldo Torre Nilsson, ganó un premio en el Festival de San Sebastián. La gran aventura, de Emilio Vieyra, y La Mary, de Daniel Tinayre, arrasaban en las boleterías. Mientras, La Patagonia rebelde ganaba el Oso de Plata en Berlín y Quebracho, de Ricardo Wullicher, en Karlovy-Vary. También se estrenó Gente en Buenos Aires, de Eva Landeck, única mujer que dirigió ese año.
En contraposición con esos trabajos maduros, que perduraron en el tiempo, también vieron la pantalla ese año “tanques” superficiales como Yo tengo fe, de Enrique Carreras, con Palito Ortega; El sexo y el amor, del dúo Isabel Sarli y Armando Bo; La flor de la mafia, del inefable Hugo Moser; Los vampiros los prefieren gorditos, de Gerardo Sofovich, y el éxito de la tele Rolando Rivas, taxista, de Julio Saraceni, protagonizado por Claudio García Satur. Representaban una época.
Cuando terminó este siglo se votaron las cien mejores películas argentinas entre críticos y gente de la industria: ocho de las elegidas fueron estrenadas de 1974 y La tregua y La Patagonia... estuvieron entre las primeras diez. Sergio Renán cederá para la muestra un diploma de la nominación de La tregua al Oscar, elegido el 24 de febrero de 1975: “Fue un momento fuerte en mi vida y en el país”, cuenta el director. Ese año suma factores que generaron interés colectivo: “Por un lado, un sentimiento de pertenencia al cine argentino, un sentimiento colectivo multitudinario. Varios films superaban el millón de espectadores. La televisión casi no tenía importancia, el piso económico de la sociedad era más alto, había más espectadores”. Lo singular para Renán fue el éxito de público en cine que históricamente no había sido masivo. La tregua fue una confluencia estelar: Héctor Alterio, Ana María Pi-
cchio, Luis Brandoni, Oscar Martínez, Marilina Ross, Cipe Lincovsky, Lautaro Murúa, Norma Aleandro, Hugo Arana, Carlos Carella y Antonio Gasalla, entre otros.
Aunque el tanque cinematográfico del momento era La Mary, con Susana Giménez y Carlos Monzón, vino a compartir el día de estreno con la película de Renán. La Mary fue dirigida por Daniel Tinayre (eterno marido de Mirtha Legrand), y en el set nació el romance de Susana Giménez con el campeón del mundo de los medianos, una historia que inundaría las tapas de las revistas del corazón. Pero Renán todavía no encuentra una explicaciónde aquel momento: “Aunque el Oscar nos convirtió en héroes deportivos”, rememora. Graciela Galán aportará a la muestra los bocetos de Quebracho y La Mary, mientras que el vestuarista Horace Lannes ofrecerá de La Madre María, de Lucas Demare, protagonizada por Tita Merello, trajes de las actrices de la época. Héctor Olivera aportará el guión y las fotos de La Patagonia rebelde. Quien recuerda bien ese año es María Julia Bertotto, vestuarista de La Patagonia rebelde. Bertotto también dará bocetos de Los vampiros los prefieren gorditos, además de algunos elementos de ese mítico vestuario.
“Me involucré mucho en La Patagonia rebelde, recuerdo la dureza impresionante de esa filmación”, cuenta Bertotto. Eran otras épocas. Hace treinta años los caminos eran de ripio, los autos llevaban una parrilla protectora en el parabrisas, casi no había hotelería. Bertotto no tenía asistentes, “sólo un señor que llevaba los canastos. El vestuario se hizo especialmente, tanto los protagónicos, los anarquistas, los estancieros, los ministros”. El sastre fue Pascual Montecalvo, que ahora tiene 82 años. “Es un gran sastre de ropa de época”, cuenta Bertotto. El poncho que Bertotto donará al museo pertenecía a la vestuarista, y lo tenía puesto el día que murió Juan Domingo Perón, cuando fue a verlo al Congreso. Junto a Osvaldo Bayer, Bertotto se dedicó a recorrer con lupa las fotos en blanco y negro. “Había una fantástica del gallego Soto. Reproduje arqueológicamente hasta la cadena que le salía del bolsillo del pantalón.” Y averiguó también que el color de los militares por ese entonces era marrón.
Ese año dio a luz el film La flor de la mafia, de Hugo Moser, donde también trabajó Bertotto. “Pero no la terminé porque tuve profundos desacuerdos con el director”, cuenta. El camino hacia la muerte del viejo Reales, de Gerardo Vallejo, se estrenó el 10 de abril en el Lorca. La balada del regreso fue el primer film de Oscar Barney Finn, “a quien todavía no conocíamos”, cuenta Bertotto. Era una reconstrucción de época, de 1860, cuando un soldado salteño volvía a su pueblo y se encontraba con su casa. Quebracho, de Ricardo Wullicher, fue otro gran film: Agustín Mahieu escribió en La Opinión el 18 de mayo de 1974 que tenía “fallas formales y ambigüedades ideológicas, aunque evoca un auténtico drama social argentino”. Era sobre La Forestal, un emporio dedicado a explotar el quebracho para extraer tanino, que pasó –de algún modo– de la colonia española a ser parte de la economía inglesa del siglo pasado.
En ese año, cada película se potenció entre sí. Fue el auge del consagrado Lautaro Murúa, que también estaba en Quebracho. En cambio, Boquitas pintadas, de Leopoldo Torre Nilsson, era sobre la obra de Manuel Puig. Aunque Nilsson dijo alguna vez que Puig –que participó en la adaptación del film– era más un libro visto que leído y que el film era una versión fiel, no una adaptación.
Otro film de ese año fue Minguito Tinguitela Papá, creador de la expresión “Sé’gual”, frase definitoria de la cultura porteña. La madre María, de Lucas Demare, y Yo tengo fe, de Enrique Carreras, con el cantante Palito Ortega (alguna vez se hizo llamar Nery Nelson), pueden verse como expresión light de una época pesada, aunque algunos piensen que fueron representativos de “la otra Argentina”. Una era la de Palito, la otra de Bayer. Ni La tregua ni La Patagonia rebelde han envejecido con el tiempo. “Había diversidad. Y no se puede establecer industrias sin diversidad. En un momento específico sin restricciones de censura se hicieron estos films que no envejecieron. Muchos adquirieron nueva dimensión con el tiempo”, dice Bertotto. Pero sí han envejecido otras, como Un viaje de locos de Rafael Cohen, con guión de Carlos Ulanovsky.
Bertotto respeta a Olivera, quien desde Aries hizo las comedias de Olmedo y Porcel y con eso financió proyectos más jugados. “Es mejor tener nuestros propios productos para ese público”, opina Bertotto. En ese sentido, compartió el pedestal del cine superficial de costado más bizarro: El sexo y el amor, de Armando Bo. “Es mi película favorita de la dupla Sarli-Bó”, opina Bertotto, quien recuerda una escena al principio, donde se la ve a Isabel Sarli al borde de una pileta con nenúfares de plástico flotando, un cantero de dalias de marco, vestida con una túnica con florones estampados por Paco Jamandreu, acompañada de caniches blancos. Entonces, una mucama le trae un teléfono de largo cable, ella atiende y se entera de que su marido sufrió un accidente de auto. Sarli se desmaya entre las flores.
Rodolfo Mórtola entregará para la muestra unos anteojos de Torre Nil-
sson, mientras Claudio García Satur donará una claqueta de Rolando Rivas, taxista, el éxito de tele que llegó al cine también ese año. Mal que le pese a García Satur, Rolando Rivas, taxista tuvo uno de los primeros chivos de la tele: el taxi de Rivas era un Peugeot. García Satur recuerda que “en lo industrial el cine no estaba en su mejor momento, pero sí en lo artístico. Rivas escapaba a lo artístico, era un buen negocio”. Dice que guardó la claqueta del film porque se la pidió su hija para su pared. “Pero no soy un gran guardador”, cuenta. En cambio, Alfredo Suárez sí era guardador. Las fotos que sacó para La Patagonia rebelde serán prestadas por su hijo Andrés también para la muestra. “Siempre hay sobrantes de negativos que no se usan, pero sirven durante la filmación. Les acerqué al Museo del Cine negativos que hicieron en Buenos Aires, con pruebas de barbas, trajes, patillas, cortes de pelos y de continuidad. Son copias de descartes interesantes para reflejar esa época”, cuenta Andrés Suárez, quien da un detalle: el personaje que da la orden de fusilamiento a los obreros en huelga es su padre, Alfredo Suárez. Sólo una ficción, en una época que deparaba realidades funestas.

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Héctor Alterio y Norma Aleandro, la pareja protagónica de La tregua, dirigida por Sergio Renán.
 
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