ESPECTáCULOS › EL HOMBRE DE LA CORBATA ROJA, ESPECTACULO DE JULIO BOCCA

Julio Bocca, el Ballet Argentino y un espectáculo que es puro deleite

En el Teatro Opera, el bailarín sigue adelante con tres programas distintos, que reúnen a un equipo de grandes artistas.

Por Analia Melgar

Que ver bailar a Julio Bocca es una delicia, que es un orgullo nacional, que es un joven talentosísimo y excepcional nadie va a ponerlo en entredicho. Pero vale ahora analizar su labor no sólo como intérprete, sino también como director. No sólo como un cuerpo esculpido a cincel y sudor, sino también como una mente inquieta. Este bailarín –que combina lucimiento personal con la generosidad de los verdaderos maestros al compartir cartel con las nuevas generaciones– es el responsable principal de un megaespectáculo montado en el Teatro Opera, con funciones previstas hasta el 7 de noviembre.
Las enormes dimensiones de este proyecto se multiplican por tres: contiene tres programas sucesivos y distintos con sólo una obra en común: El hombre de la corbata roja. Esta reúne un equipo de grandes artistas argentinos. Tiene origen en el cuadro homónimo de Antonio Seguí, con sus hombrecitos apurados, melancólicos, de traje y sombrero. Uno, de corbata roja, inspiró un cuento de Natalia Kohen. En apenas tres páginas, ella se ficcionaliza en unas cartas y cuenta sus pesadillas con aquel personaje que “tenía una energía especial, parecía moverse con gran agilidad, se podría decir que saltaban él y su corbata roja... de cierto aire canallesco, pícaro, bribón, seductor”. El dramaturgo Elio Marchi transformó ese cuento en un guión para ballet, cambiándole el comienzo y el final. Lito Vitale lo musicalizó con base de bandoneón y climas dramáticos que recuerdan a Kítaro. Esos sonidos marcaron la coreografía de Ana María Stekelman la escenografía virtual de Tito Egurza, el vestuario divertidamente excéntrico de Renata Schussheim y la interpretación de Bocca y su compañía.
Esta obra integral narra la historia de un pintor que muere luego de concluir el cuadro que un diabólico marchand le encarga. Pero se inmortaliza a sí mismo al retratarse vestido con una corbata roja: una mujer interesada en comprar ese cuadro se obsesiona con el personaje y lo sueña por las noches, hasta que logra unírsele, mágicamente, en el espacio de óleo, a donde pasan a vivir juntos. La coreografía utiliza gestos que favorecen la comprensión del argumento. El dúo de piel y amor entre Bocca y una sensible Cecilia Figaredo es el momento más sublime. El sello estilístico de Stekelman se disfruta en los intérpretes masculinos liderados por Hernán Piquín, de porte majestuoso y giros de patinador. El histrionismo se concentra en un genial Jean François Casanovas como el marchand, encorvado como araña salida de su cueva, y en el personaje de Bocca, transido por la angustia y la soledad.
En el primer programa –ya concluido–, la bailarina italiana Ale- ssandra Ferri se despidió de Argentina. En Other dances, borra las fronteras entre paso y paso: sobre el escenario sólo se ve un cuerpo que fluye con secuencias aéreas, frescas, etéreas. Ferri anula el esfuerzo real y su danza parece la de una niña que improvisa. Su compañero de juegos –un Julio Bocca radiante y jocoso– la acompaña en giros y suspensiones. La misma pareja, en el pas de deux de Manon, configura un amor salvaje sin necesidad de desnudos. La elocuencia de las miradas y los abrazos desesperados evidencia un erotismo ardiente. Mientras Bocca la sigue con eficacia y confianza, Ferri construye el personaje de Manon Lescaut con el más acendrado romanticismo, pura pasión y desborde, y sus gestos de regocijo hacen olvidar los arcos perfectos de sus puntas de pie. En ese mismo primer programa, el Ballet Argentino bailó Angeles sin alas. Allí, la temática de la niñez dispara diseños contemporáneos, irregulares, y dinámicas cortadas, sobre la proyección de una fotografía de chicos de la calle. El conjunto de la compañía, excelente, danza los matices emocionales de esta problemática social infantil: desamparo, dolor, solidaridad. Al ofrecer esta coreografía, Bocca hizo una apuesta a la abstracción y la diversidad.
Sin embargo, la voluntad innovadora y plural no es una constante en los otros dos programas, ubicados entre el canon y la periferia. En el tercero, por ejemplo, una nueva reposición del pas de deux de El corsario –ejecutado con la pasmosa perfección de Piquín– apela a una fórmula de éxito asegurado. Y, luego, las Nine Sinatra Songs se dejan acompañar por toda la platea en un coro soñador, pero sus dificultades casi acrobáticas, por momentos, complican al ballet. Por su parte, en el segundo programa, la inclusión de dos piezas, similares en sus propuestas kinéticas, de un mismo coreógrafo –Mauricio Wainrot, director del Ballet del Teatro San Martín, largamente conocido por los espectadores nacionales– es difícil de justificar. En fin, Julio Bocca hace regalos: el artista se debe a su público y sabe cómo complacerlo. Así, convoca a Eleonora Cassano, con quien conforma una dupla muy querida, o vuela como David Copperfield. Es el caso de Solo: el Teatro Sanitario de Operaciones –agrupación teatral cercana a La Fura dels Baus o a De La Guarda– guió a Bocca en un trabajo de danza aérea en el que se cuelga de arneses transparentes. La coreografía, absolutamente efectista, no carece, sin embargo, de ilusión, sorpresa, encanto y embrujo. Y difícil es no caer subyugado en el cándido conjuro.
En cambio, Orfeo (programa dos) –de José Limón, a cargo de Piquín, aquí, límpido, salvaje, expresivo– obliga a una recepción más concentrada y detenida; sus movimientos son medidos pero segregan un néctar sutil. Del mismo Limón, Chaconne (programa tres) extrae una esencia todavía más intimista y exquisita: Julio Bocca en estado puro. Sólo el violín de Nicolás Favero, y un cuerpo entregado al disfrute de recortar el espacio con sus desplazamientos, de correr la cortina de aire con el devenir de los brazos liberados de sus articulaciones. La numerosa concurrencia del Opera se agolpa en las boleterías y disfruta los tres espectáculos completos por igual. Julio Bocca dosifica certezas y experimentos, fuegos artificiales y belleza sencilla, caras nuevas y conocidas, confirmando su indiscutible calidad como bailarín y su visión de futuro para encarar proyectos exitosos.

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Esta puesta de El hombre... tiene origen en el cuadro homónimo de Antonio Seguí.
 
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