ESPECTáCULOS › PEDRO COSTA, UN PERSONAJE OCULTO E IMPLACABLE

El cineasta que vino del punk

El portugués, que se presenta como alguien que quiere “escapar de las trampas del cine”,
es una de las perlas a descubrir en el Bafici.

 Por Martín Pérez

Cuando recibió el llamado recordándole la invitación al festival, Pedro Costa miraba televisión en Lisboa. “En ese momento, no me lo estoy inventando, pasaban imágenes de la gente arrancando pedazos de vacas en Argentina. Eso fue lo primero que pensé cuando me invitaron: en el cliché argentino, o el cliché del momento en Europa. La crisis antes que el tango y el bife”, explica el director portugués sentado frente a una cerveza en el Abasto, donde concurre casi todos los días a presentar los films de su retrospectiva y lps de su venerada pareja de cineastas integrada por Daniele Huillet y Jean-Marie Straub, a quienes les dedicó un documental.
“Como los Straub no viajan, me pidieron que presentase sus films y que les contase las reacciones”, cuenta Costa, que se ríe al imaginar a JeanMarie bufando al descubrir que el festival se realiza en un shopping. Costa es uno de los descubrimientos europeos de la década pasada. Venerado por la crítica francesa, es un irreductible que encontró un cine verdadero en su intento de escapar de las trampas del cine. “Cuando comencé, estaba demasiado dentro del cine”, cuenta Costa, cuyo primer film O Sangue, de 1989, mereció el reconocimiento internacional. “Ahora soy más libre, lo que implica también una enorme responsabilidad. Pero los mejores cineastas del mundo, Chaplin, Ozu o los Straub, son los que están más afuera.”
Para entender la idea de encontrar la libertad en el cine escapando del cine, es necesario recorrer su filmografía, deteniéndose especialmente en dos films: Ossos (1997) y No quarto da Vanda (2000). O, mejor dicho, en el movimiento que los separa. Duro y ascético, Ossos (Huesos) es un film sobre la miseria, la supervivencia y la responsabilidad, rodado en Fontainhas, un barrio pobre de Lisboa. Costa accedió a filmar allí gracias a un hecho curioso: regresó de Cabo Verde, donde rodó Casa de lava (1994), cargando paquetes que los habitantes le pidieron que hiciese llegar a sus parientes en Lisboa. Muchos de esos parientes eran de Fontainhas. De esta manera, un film le abrió la puerta al siguiente. Algo que sucedió también con el pasaje de Ossos a No quarto..., en el que un film ambientado en Fontainhas dio paso a otro de tres implacables horas nacido, creado y rodado en un cuarto de ese barrio. El cuarto de Vanda, que al final de la dura Ossos sorprende con una sonrisa que tiene toda una historia detrás.
“Yo quería que Vanda llorase al final”, confiesa Costa. “Cuando se lo pedí me dijo ‘estás loco, lo que yo quiero es reírme’. Y a mí me pareció que tenía razón, y que es una pelotudez eso que se les dice a los actores, que lloren cuando no tienen ganas de llorar. Y es aún más ridículo que ellos se presten a eso”, dice el director. Fue como si Vanda le hubiese dicho “ya hicimos tu película, y ahora vamos a hacer una en serio”. “Es que sucedió así”, se entusiasma Costa. “Cuando rodé ese plano estaba cansado. Y me gusta pensar que Vanda se me acercó y me dijo que me fuese un par de meses a descansar, para volver a hacer un film en serio en su cuarto”, dice el realizador, que aclara que ese relato es una pequeña ficción, pero que explica el camino que lo llevó hasta No quarto..., un film en el que el retrato de la vida cotidiana de la protagonista y sus amigos atraviesa las fronteras de la ficción y el documental y produce un extraño trance. “Quienes dicen que mi cine es hipnótico creo que lo dicen porque de alguna manera la gente perdió el hábito de ver cine de verdad”, calcula Costa. “Y lo que va a ver es un cine de sustituciones de palabras, de sensaciones. No sobre cosas verdaderas.”
Al hablar de sus fundamentos, Costa suele referirse a sus comienzos como músico de la escena punk de Lisboa. “Mi acercamiento al cine fue como mi acercamiento a la música. Una conexión con algo real, inmediato. Cuando uno agarra la guitarra y toca es como si tu cuerpo estuviese sonando, y eso sentí siempre con la cámara”, dice, para luego aceptar que sus films revelan un paulatino desaprendizaje. “Hay muchas cosas que fui dejando de lado”, explica. “Pero hubo otras que fui aprendiendo. En lo que respectaal lugar desde el que elegí filmar, aún tengo mucho que aprender. Sobre la gente, sobre las relaciones económicas, familiares y políticas. Todo un aprendizaje necesario para no caer en el error de películas militantes o apresuradas, sino que sean auténticas y duren.” A pesar de que considera que el mundo del cine es más cultivado que el de la música, Costa no reniega de su pasado punk. Es más: pone a ídolos como Johnny Rotten o Joe Strummer a la misma altura que sus cineastas más admirados. “The Clash o los Straub hablan de lo mismo, de cómo luchar contra esta mierda que nos rodea”, dice Costa, cuyo recorrido hace pensar en un Strummer devenido Woody Guthrie. “Es cierto, soy muy apegado a la familia y a los lazos de sangre, soy casi reaccionario en eso”, admite. “Creo que no hay dejar que se pierdan ciertas cosas, la idea de quedarse, la fidelidad. En realidad creo que hoy la verdadera audacia está en la tradición.”
(No quarto da Vanda se exhibe hoy, a las 16.15, en el Abasto 9. Ossos el jueves a las 17, en la misma sala. O sangue mañana, a las 17.45, en el Abasto 12. Casa de lava el sábado a las 17, en el Abasto 6.)

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Costa, casi un desconocido, tiene una filmografía que exige atención.
 
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