ESPECTáCULOS › ENTREVISTA CON LA REALIZADORA FRANCESA JULIE BERTUCELLI, DIRECTORA DE CARTAS DE PARIS

“Tengo obsesión por los detalles de la vida”

Formada junto a Krzysztof Kieslowski y Otar Iosseliani, Bertucelli habla de su ópera prima premiada en el Festival de Cannes, que se estrena en Buenos Aires mañana.

 Por Horacio Bernades

No es lo más común del mundo, pero Julie Bertucelli fue mamá hace muy poco y el pequeño reclama lo que es suyo. Así que durante la entera entrevista con Página/12, la realizadora de Cartas de París permanecerá con su hermoso niño en brazos, desparramando la clase de plenitud que sólo una mamá reciente y su hijo pueden transmitir. En un momento dado, Mme. Bertucelli se desabrocha la camisa y le da la teta al chiquitín. Ningún problema, más bien todo lo contrario: ella puede coordinar perfectamente ambas actividades, y la bella escena no le sienta nada mal a la entrevista. Después de la teta, provechito y un breve balanceo antigases, con la entrevistada contestando de pie. Después a seguir, como si nada.
“¿Cómo me dijo que se llama el cuento?”, pregunta Bertucelli, sumamente intrigada por las inesperadas coincidencias entre parte de la ficción de su película y cierto cuento de Julio Cortázar, La salud de los enfermos, al que la realizadora y coguionista jura y perjura que no conocía hasta hace sólo unos minutos. Para quien no recuerde del todo ese relato incluido en Final del juego, convendrá mantener el pequeño secreto, ya que la película misma se lo plantea como tal, y es de caballeros no andar violando la regla que prohíbe revelar esa clase de detalles. Originalmente titulada Depuis qu’Otar est parti, la ópera prima de Bertucelli (París, 1968) ganó el Gran Premio de la Semana de la Crítica en la edición 2003 de Cannes y se estrenará este jueves en la Argentina.
Protagonizada por tres mujeres (la hija, la madre y la abuela), durante dos tercios de película Cartas de París transcurre en la ex república soviética de Georgia, para trasladarse finalmente a la capital francesa, donde Ada, Marina y Eka (Esther Gorintin, la anciana protagonista de Memorias/Voyages, vista hace unos años en Buenos Aires) irán en busca del rastro de ese Otar que se fue en busca del trabajo que andaba faltando en el terruño. Además de referirse a esta película –en la que lo grande se narra siempre desde lo más pequeño y cotidiano– durante su conversación con Página/12 Mme. Julie (hija del cineasta Jean-Louis Bertucelli) se refirió a sus comienzos como documentalista y a su formación junto a Krzysztof Kieslowski y Otar Iosseliani. Entre otras cuestiones, afortunadamente interrumpidas por llantos y amamantamientos.
–¿Usted fue asistente de dirección de Kieslowski, verdad?
–Sí, segunda asistente, en la llamada “Trilogía de los colores”. Sobre todo en Bleu y en Blanc, en las partes rodadas en Francia. Allí conocí a Emmanuel Finkiel, que en esas películas trabajó como primer asistente. Y que años más tarde, cuando filmó Memoria/Voyages, me llamó para ser su asistenta. De paso le “robé” a Esther Gorintin, protagonista de esa película, y me la llevé a la mía. Así que, ya ve, en mi caso todo parece cuestión de transmisión, de una película a otra.
–¿La experiencia con Kieslowski dejó algún sedimento en su obra?
–Si aprendí algo de él es la obsesión por el detalle, aunque en mi caso no creo que llegue a los extremos de Kieslowski. Me refiero a los pequeños detalles de la vida, que él observaba con mucha atención y luego incorporaba a sus películas. Son cosas que sirven para darle realismo a una película. Al lado de él aprendí otra cosa que más tarde me tranquilizó mucho, a la hora de enfrentar un rodaje: ver lo angustiado que estaba él frente a cada película, cada escena. Le parecía que todo iba a salir mal, siempre estaba preocupado. Así que en mis peores momentos recordar eso me servía para comprender que no era yo la única llena de dudas y planteamientos: también les pasa a los grandes. Debo decir, igualmente, que en mis rodajes nunca llegué a angustiarme tanto como él.
–Cuando habla de rodajes, así en plural, ¿a qué se refiere?
–Antes de debutar en cine con Cartas de París dirigí una buena cantidad de documentales para televisión, donde en algunos casos hice casi todo yo misma: cámara, sonido ... Esa fue como mi propia escuela.
–¿Algo de la curiosidad del documentalista fue lo que la que llevó a Georgia?
–Un poco eso y otro poco que yo había estado ya en Georgia, asistiendo a Otar Iosseliani, el director de Adieu, plancheur de vaches!, a cuyo lado estuve en varias películas y a quien amo profundamente. Como cineasta y como persona, ya que es un tipo lleno de humor. Un humor muy “loco” y a la vez muy parecido al de Jacques Tati, con quien se lo suele comparar. Tanto me fascina Iosseliani que una de las cosas que más me gustaría sería filmar una película sobre él.
–¿De ahí que uno de los personajes de la película se llame Otar?
–Sí, claro, es mi pequeña manera de homenajearlo. Gracias a él descubrí Georgia.
–¿Cómo fue que terminó filmando allí?
–Yo había estado justo después de la guerra civil que se produjo en Georgia, a continuación de la caída del Muro de Berlín. La situación era desastrosa: faltaba agua, no se conseguían alimentos, la vida de todos los días estaba envuelta en dificultades muy serias. Sin embargo, como se trata de un pueblo de una asombrosa vitalidad, sobrellevaban la situación con un espíritu asombrosamente positivo. Su alegría de vivir se manifiesta también en lo cultural. De tal modo que, en medio de todo eso, seguían cantando, haciendo música, yendo al teatro, como si nada. La región es como un puente entre Oriente y Occidente, lo cual da resultados muy ricos y potentes y plantea una fuerte diferencia con respecto a la cultura rusa. Fue por todo eso que quise filmar allí mi película.
–Más allá de la localización, un tema que recorre la película es el de las dificultades de comunicación entre generaciones. Abuela, madre e hija, en este caso.
–Sí, es algo que yo conozco por mi propia experiencia familiar y es, desde mi punto de vista, el tema central de Cartas de París. La abuela, que vivió casi toda su vida bajo el stalinismo (conviene recordar que Georgia es la “patria chica” de Stalin), todavía se aferra a él. En buena medida, porque la situación de transición política y económica, posterior a la caída del sistema soviético, todavía se presenta de manera muy caótica allí. A su vez y como suele suceder, la nieta se comunica mejor con ella que con su propia madre, con quien tiene una suerte de rivalidad subterránea. Finalmente, todo eso se resuelve, de alguna manera, cuando madre e hija deciden “mentirle” a Eka, como forma de protegerla. Pero es ahí donde la cosa se complica, porque Eka quiere viajar a París, para ver a su hijo por última vez.
–A su vez, el hijo, que viajó a París en busca de mejoría económica, se encuentra con que la idealizada Europa no es un lecho de rosas.
–Allí volqué cosas que yo también había experimentado, en mi trato con inmigrantes pobres en París. El tema del exilio siempre me interesó, y de hecho milité bastante en organizaciones de apoyo a inmigrantes. En el caso de inmigrantes provenientes de países del Este, lo que me interesó es el hecho de que esa gente padeció durante décadas la propaganda oficial, que intentaba convencerlos de que las cosas marchaban de manera floreciente, cuando la realidad era bien distinta. Me pareció interesante confrontar estas dos mentiras: la del Estado y la de los individuos, que para tranquilizar a sus familias suelen inventar una situación económica mucho más “rosa” de la que en realidad están viviendo.

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“Me pareció interesante confrontar dos mentiras: la del Estado y la de los individuos”, afirma Bertucelli.
 
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