ESPECTáCULOS › LOS FANS DE SOLEDAD, TODA UNA INSTITUCION EN COSQUIN

Para las mismas de siempre

La cantante de Arequito premió a sus seguidores más fieles con una “choripaneada exclusiva”. Entre las adolescentes se colaron señoras de 65 años, que no se pierden show de la Sole.

 Por Karina Micheletto

El fenómeno de los fans, se sabe, es complicado de aprehender para quien no lo protagoniza. Se es fan o no se es, y el sólo hecho de serlo anula cualquier análisis posible al respecto. Difícil obtener una explicación que supere razones como “es un sentimiento”, “es algo que te llena” o “es lo más” a la pregunta de por qué alguien puede pasarse horas en la puerta de un hotel, bajo el sol más impiadoso o esas lluvias de película de suspenso, sólo para ver pasar a su ídolo durante unos pocos segundos levantando la mano en algo que podría interpretarse como un saludo. O invertir todos sus ahorros y más para ir a verlo hasta donde las giras lo lleven. Esos momentos forman parte, sencillamente, del trabajo del fan. Los fans de Soledad llegaron hasta esta ciudad tan especial para la cantante (fue en este escenario donde se gestó el “Tifón de Arequito”, a los 16 años y a puro revoleo de poncho) proclamando desde sus remeras y desde los carteles que pegaron por toda la ciudad dos hitos de la actuación de la Sole en este Cosquín 2005: “La vuelta” (el año pasado estuvo ausente por exigir un cachet demasiado elevado para el presupuesto del Festival) y “Los 10 años”, un slogan que festeja por anticipado el aniversario de su primera actuación que se cumplirá el año que viene. Luego de su show, Soledad premió a sus seguidores más fieles con una choripaneada de cuatro horas en la que tuvieron exclusividad. El encuentro se hizo al mediodía en la Sociedad Española y para ser invitado, además de ser fan de la Sole, había que pagar $ 5. Los fanáticos de Soledad tienen características que los diferencian de otros grupos organizados de idólatras. En primer lugar, el aullido ante cada aparición del fetiche a seguir está controlado, quizá porque la protagonista es mujer y en los clubes de fans siempre son mayoría las mujeres. No es en el desborde hormonal donde radica el nexo convocante. Son chicos –adolescentes, en su mayoría– que admiran a alguien en quien se ven reflejados. No parece haber pose en la chica de Arequito. Ella es una más entre tanto chico del interior, y se mueve con comodidad en ese ambiente de guitarreada y sano esparcimiento. Es, como se dice, auténtica.
Los músicos y el novio de Soledad son los encargados de los choripanes. La asistente de Soledad en Arequito, María del Valle, va haciendo pasar a los chicos de a cinco, como puede, para el momento personal con la Sole, que incluye beso, firma, foto y filmación, si hay cámara. María del Valle reconoce que no puede entender el fanatismo, que ella nunca podría invertir horas y horas vendiendo empanadas para juntar plata para una entrada, pero se percibe cierta relación de cariño con esos chicos a quienes ya conoce hace años. A la encargada de prensa en Buenos Aires, en cambio, se le cuela la mueca de incomodidad a medida que pasan las horas en ese ambiente que le es ajeno.
Aquí no hay nada improvisado. María del Valle es también la coordinadora de los clubes de fans, que hasta organizaron tres congresos provinciales para encontrar la mejor forma de llevar adelante su trabajo de admiradoras. Cuenta que cuando se reúnen en Arequito para el cumpleaños de la Sole tiene mucho trabajo. Unos 7000 chicos llegan hasta el pueblo (que tiene la misma cantidad de habitantes) y se acomodan como pueden en plazas, clubes y casas de familia.
Entre toda la iconografía que exhiben los chicos en sus cuerpos hay una que llama la atención. Diego Di Pillia, un porteño de 29 años, tiene tatuada en el brazo la cara de Natalia, aquella a quien la vida guardó el lugar de “la hermana”. El fanatismo del chico hace foco en el segundo plano, destaca lo que pocos ven, lo vuelve un conocedor capaz de tomar distancia y quedarse con aquello que no estaba pautado y, mediante una complicada maniobra de imagen, lo coloca en un lugar superior al delsimple fan. Soledad también tiene su grupo de seguidoras mayores, señoras que el sentido común ubicaría en un fan club de Sandro. Entre ellas, Norma es “la fan Nª 1”. Tiene 65 años y buena jubilación y pensión con las que puede seguir a la Sole hasta lugares como España, Inglaterra o Miami. “Nunca pedí una entrada –se enorgullece Norma–. Puedo estar en la fila 1 o en la última, y adonde no puedo ir no voy.” Sobre el final, los padres de una chica que falleció el año pasado le entregan a la Sole una carta que le dejó escrita, y todos lloran. La reunión termina con una guitarra que pasa de mano en mano y con Soledad cantando para esos chicos sin escenario de por medio, como una invitada más a la fiesta.

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Soledad establece un vínculo de gran camaradería con su público.
 
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