ESPECTáCULOS › UN FANATICO DEL TANGO EN BUENOS AIRES

Takafumi Sugiura, el cantor japonés que se llama Roberto

Grabó un CD con Color Tango, y en sus respuestas se mezcla el fatalismo del 2X4 con la filosofía: todo un personaje.

 Por Karina Micheletto

Un día, Takafumi Sugiura decidió que se llamaría Roberto. Fue en honor a su maestro, el primero que lo invitó a cantar tangos sobre un escenario, Roberto Rufino. Y también a Goyeneche, otro de sus ídolos, a quien conoció en Japón y empezó a imitar casi como diversión. A primera vista, Roberto Sugiura es un personaje gracioso. Eso si uno se apresura a juzgar por detalles como el moñazo atado a su garganta o la camisa a pintitas turquesas que luce bajo su saco. O por la forma en que pega el grito desde la mesa del bar: “¡Che, moza, otro cortado!”, o se larga a cantar de viva voz un tango distinto a manera de respuesta a cada pregunta. Puede que todo eso sea parte del personaje. Puesto a hablar sobre su pasión, la historia es otra. Además de ser cantante de tangos, Sugiura estudió filosofía. Tamaño cóctel lo habilita a sentencias tales como: “Yo cuando canto quiero morir, sufrir, matar”. “Muchas veces pensé en suicidarme. Por eso mi voz no es alegre. Tiene gusto de muerte.” “Elijo el tango porque tiene dos virtudes: es masoquista y sádico. Las dos cosas a la vez.”
Para explicar por qué estudió filosofía, Sugiura se pone a cantar: “Yo aprendí filosofía, dados, timba, y la poesía cruel...”. A su lado, Amílcar Tolosa apunta que lo hizo con final puglieseano. Algo de bueno tendrá Sugiura para que Tolosa, director de la Orquesta Color Tango, formado en las filas de la de Pugliese, afirme sin dudar: “Los cantantes japoneses de los últimos 45 años fueron tres: Ranko Fujisawa, Ako Ikwo y Roberto”. Sugiura dice que Tolosa es su “padre de Buenos Aires”. Junto con Color Tango grabó aquí un CD y un DVD que presentará en su próximo viaje, en unos meses.
Sugiura vino por primera vez en 1993, con un solo objetivo: escuchar a Rufino en vivo. Gracias a un amigo violinista consiguió su teléfono, habló con su ídolo y hasta cantó con él un tema suyo, Quién lo habría de pensar. En ese encuentro, Rufino lo llamó “tocayo Roberto”, y así le dejó asignado el nombre artístico. Sugiura jura que aprendió español escuchando letras de tango y cuenta que su primer encuentro con la Argentina fue un tanto decepcionante. “Cuando vine en el ’93 el tango aquí estaba muerto. Preguntaba por Caño 14 y no estaba más. Preguntaba por la gente que admiraba en los discos y se había ido afuera. Era muy triste”, recuerda.
Sugiura dice que prefiere armar su repertorio con temas que no se cantan mucho, Eras como la flor de Rufino, El tigre Millán de Canaro. Y con los que no son amables en sus letras. Nada de El día que me quieras: los suyos son los tangos trágicos, de amores desencontrados, habitados por historias como la suya. “Una vez amé de verdad. A una violinista japonesa. Casada. Sigue casada. Nos queremos. Una historia muy triste”, cuenta Sugiura y canta el tango Soñemos: “Yo sé que es imposible quererte y adorarte, que es un pecado amarte y darte el corazón...”
–Desde lo filosófico, ¿qué es lo que lo atrae del tango?
–No hay explicación. Pero el tango guarda sentimientos especiales. Le canta a la pasión más negra, no al amor rosa, que no existe. En el tango está toda la vida, con sus verdades más profundas: verdad, ilusión, mentira, amor, celos, odio, rencor, suicidar, matar, morir, hambre, pobreza. Plácido Domingo dijo que la ópera cuenta en cuatro o cinco horas lo que el tango dice en tres minutos. Y tiene razón.
–¿Y por qué fascina tanto a los japoneses? Uno los imagina bastante diferentes al porteño que habla en las letras de tango.
–No sé. Yo puedo hablar por mí, no por todos los japoneses. Mi carácter es muy fuerte. Cantando soy un torero (se para y escenifica. “Desde que te fuiste estoy lloraando todos los días...”, canta). Yo canto fuerte, trágico, porque para mí el tango tiene sadismo y masoquismo. Me gusta porque están los dos juntos. Hoy tengo muchas ganas de cantar. Antes estuve muy mal. Tengo un problema: sufro depresión. Muchas veces pensé en suicidarme. Y como el tango es pasión negativa, angustia, lo siento cercano. Por eso mi voz no es alegre. Es fuerte. Y tiene gusto de muerte.
–También hay tangos que cuentan historias felices.
–El tango feliz no me llama la atención. El día que me quieras no es para mí. Yo cuando canto quiero morir, sufrir, matar. Quiero contar historias como la mía.
–¿Qué lo acerca y qué lo aleja del ser argentino del que hablan las letras de tango?
–Me gusta la manera de pensar del argentino. Muy nihilista. Eso de: “Oye mi amigo, ¿por qué pones tanta azúcar en el café? Porque, Roberto, la vida es amarga”. No me gusta que los argentinos sean tan cerrados. Yo viví dos años en Miami, conozco Puerto Rico, Cuba, allí es diferente, te conocen dos minutos y ya te dicen hermano. Los argentinos son más fríos, más desconfiados. Tendrán sus razones.
Ahora Sugiura tiene una novia argentina, Laura, que está tramitando el pasaporte para acompañarlo a su próxima gira por México. La conoció hace dos meses en un bar, intercambiando historias de vida parecidas a las del tango. El cantor dice que Laura lo está ayudando a olvidarse de esa violinista japonesa. Y que está preparado para lograr lo que se propuso. “Tengo sangre de tango. Recuerda lo que te digo: el año que viene voy a ser muy famoso. Estoy trabajando mucho por este sueño. Mira”, dice, y muestra un anillo de oro que tiene grabadas dos palabras: “La Victoria”.

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“Mi voz no es alegre, tiene gusto de muerte”, dice Sugiura.
 
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