ESPECTáCULOS › “HERMANAS”, OPERA PRIMA DE JULIA SOLOMONOFF

Melodrama político-familiar

Por H. B.

“No me acuerdo”, dice Elena mientras observa una foto vieja, a poco de reencontrarse con su hermana Natalia, a quien no veía desde hacía ocho años. Más exactamente desde 1976, cuando la represión desencadenada por la dictadura militar cayó sobre los Levin como sobre toda la Argentina: como una granada de fragmentación. Corre el año 1984. Elena se radicó con su marido e hijo en Estados Unidos; Natalia, en Barcelona; el padre murió y la mamá sigue en Buenos Aires, desde donde le ruega su regreso a la hija menor, con ganas de verla después de tanto tiempo. El “No me acuerdo” de Elena es en verdad mucho más amplio, más profundo y sistemático que la simple referencia a un detalle en una foto. Pero entre el reencuentro con la hermana y la reaparición de unos viejos escritos del padre, los recuerdos se abrirán paso, tan hondos e implacables como un arado, en medio del desolado campo de la memoria.
Film político que adopta la forma de un melodrama familiar, Hermanas –opera prima de Julia Solomonoff, conocida por sus cortos y con amplia experiencia como asistente de dirección– recuerda por su formato no sólo a La historia oficial, sino también a buena parte del cine argentino de los ’80, generando al verla un curioso efecto de retroceso en el tiempo. No es sólo que la historia se ubica en esa época, sino también que parecería vista y narrada durante la Argentina de la posdictadura, como si no le hubieran pasado 20 años al país y al cine. Producida por la empresa cinematográfica más poderosa del país (Patagonik Films), junto a la compañía del español Gerardo Herrero y Videofilmes, del brasileño Walter Salles (realizador de Diarios de motocicleta), la lógica de las coproducciones produjo que a la española Ingrid Rubio le tocara aquí el papel de Natalia –la hermana militante, con un novio combatiente desaparecido–, mientras que al mismísimo Eusebio Poncela le cupo hacer del rector de un colegio católico de la zona norte del Gran Buenos Aires, posible entregador del muchacho.
“No me gusta la gente educada”, dice Natalia en un momento, y sin embargo la película misma parece presidida por una voluntad de corrección absoluta. Corrección en lo formal, con una estética vecina a la de la televisión y, en lo político, con una visión del progresismo y la militancia de los ’70 que no deja lugar a ninguna grieta, contradicción o desprolijidad. El padre escritor (y columnista del diario La Opinión) quema su ejemplar de Las venas abiertas de América latina cuando la represión avanza; el militante (Nicolás Pauls) es buen mozo y felicita a alguien porque lee a Rodolfo Walsh; el relato se retrotrae en base a previsibles raccontos y describe una parábola dramática que lleva del reencuentro entre las hermanas hasta su pelea y reconciliación, con un clásico saldo de deudas, culpas y catarsis. Nada está mal (de hecho, Valeria Bertuccelli está notable en el coprotagónico) si se entiende que una película es la simple y lineal transcripción de un guión de hierro. Si se pide, en cambio, algún grado de sorpresa y disrupción, algo que se salga de lo correcto y esperable, el balance de Hermanas es menos estimulante.

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