ESPECTáCULOS › BERIOZKA REALIZA HOY SU ULTIMA FUNCION EN EL LUNA PARK

El gran baile en la Arcadia rusa

La compañía de danza más famosa de Rusia mostró aquí un show impecable, con una batería de vestuario, luces y música.

Por Analia Melgar

Rusia queda lejos. En la distancia y en la imaginación, su inmensa geografía, entre Europa y Asia, toca los límites remotos del planisferio. La visita de Beriozka, la compañía de danza fol-
klórica rusa más renombrada del mundo, viene inundada de exotismo. Sus tres presentaciones en el Luna Park fueron un éxito: el público se agolpó para ver esta rareza. Buenos Aires puede disfrutar de un show impecable y encantador, concebido para ser bien recepcionado en cualquier país. El espectáculo for export ofrece un repertorio coreográfico acotado en estilos, enriquecido con una batería de vestuario, luces y música. Casi cincuenta bailarines transmiten durante dos horas una supuesta esencia del pueblo ruso.
Además del vodka, los varenikes de papa, los cosacos y las matriushkas, pocos datos más circulan en la Argentina para armar la fisonomía de Rusia, ex Comunidad de Estados Independientes, ex Unión de Repúblicas Soviéticas, ex Imperio Ruso. Resuena un collage desordenado de nombres: Iván el Terrible, Lenin, Trotski, Stalin, Nikita Kruschev, Gorbachov. Si hay algo seguro es que Rusia es una sociedad con una historia rica y compleja tanto en eventos como en etnias, nacionalidades, lenguas y costumbres. De esa pluralidad, Beriozka se circunscribe a la imagen única de unos felices habitantes. Ya alegres campesinos, ya amables cortesanos viven una paz intemporal, una bella concordia. Convierten el estadio de box de la esquina de Corrientes y Bouchard en una Arcadia rusa.
En 1948, la coreógrafa Nadezhda Nadezhdina fundó en Moscú una agrupación de danza femenina para la que creó el número que la identifica hasta hoy. Lo llamó Beriozka, palabra que significa “abedul”, árbol símbolo de Rusia. Desde entonces, esta pieza abre todas las actuaciones del ballet homónimo. El icono se materializa en unas ramas verdes, irremediablemente de plástico, que veinte bailarinas portan en sus manos. Ellas desafían la percepción del ojo: ¿caminan o patinan? Escondidos sus pies bajo vestidos largos hasta el piso, producen la magia. La idea original de Nadezhdina explota la técnica para producir un efecto. Los pasos mínimos de estas mujeres, controlados desde la cadera, les permiten un desplazamiento etéreo. La ilusión consiste en exhibir un cuerpo estático que avanza escondiendo su motor. Suspiros y exclamaciones despierta la propuesta que, con justicia, hace famoso al ballet, dirigido desde 1979 por Mira Koltsova, discípula de Nadezhdina.
La danza académica rusa lanzó al mundo nombres de la talla de Natalia Makarova, Maia Plisetskaia y Mijail Baryshnikov y una larga lista de coreógrafos y ballets de proyección internacional. La danza popular sobrevive con su estilo tradicional y Beriozka lo rescata, pero, a la vez, lo fusiona con la técnica clásica. Lo que esta compañía muestra sólo existe como resultado del esfuerzo y la disciplina. El amor a la tierra patria necesita de mucho entrenamiento para lograr la plasticidad sólo en apariencia sobrenatural de los brazos de las bailarinas, o los saltos de metro y medio con que los bailarines sorprenden. El grupo moscovita toma un material anónimo y le coloca el sello particular de su megaproducción, apoyada económicamente por las sucesivas formas de gobiernos rusos: horas de ensayo y mucho dinero invertido que se reconoce en los vestuarios fastuosos. Vestidos, blusas, moños, pantalones, sombreros, chaquetas varían en cuidado composé, para cada una de las quince partes.
Beriozka combina en igual dosis bailes y música. Utiliza canciones con instrumentos típicos: la balalaika y el domra, dos derivados del laúd con cuerpo triangular, la mandolina y el bayán. En particular, el bayán es un gran bandoneón de origen ruso que, en lugar de ejecutarse con un teclado de piano, tiene una botonera de cinco filas. El programa que brinda el conjunto de Koltsova alterna cuadros de mujeres y de hombres por separado.Incluso en los momentos de dúos mixtos, cada sexo desarrolla movimientos con cualidades específicas. Las muchachas usan objetos. Por ejemplo, en Señorita, mantones coloridos sostienen la pieza. Con manos como de prestidigitadoras, pliegan sus pañoletas mostrando cuatro diseños brillantes: fucsia, azul, amarillo, verde. La máscara con que abren el show no se modifica ni un músculo: perfectas, cada una es una matriushka: piel blanca, cachetes rosados, ojos delineados, mirada plácida. Igualmente repetido, las bailarinas, conservan su habitual andar etéreo, organizan figuras de círculos, ondas o hileras, rigurosamente simétricas.
Los cuadros a cargo de los hombres presentan su carácter propio: abundan el jorobod y los pliaski. Se ejecutan giros y también zapateos, único movimiento compartido por la totalidad del ballet. Luego llegan los saltos, los más esperados: cabriole, manège y un repertorio de proezas casi circenses. El famoso kasachok, esos saltos en cuchillas con los brazos cruzados sobre el pecho, recibe aclamaciones. También hay medialunas con el apoyo de una sola mano y algún flic-flac de la gimnasia artística. Pero el aplauso se desata cuando uno de los más atléticos traza un círculo saltando con su cuerpo extendido, paralelo al piso. Después, el más atrevido se eleva, se abre de piernas con casi 180 grados en el aire, y se toca la punta de las botas con las manos. Renovada ovación en el Luna. Hacia el final, a nadie se le oculta que el espectáculo se vuelve excesivamente largo y repetitivo pero los intérpretes redoblan la apuesta y complejizan los desafíos físicos para que la noche no decaiga. A la salida de Beriozka el público sale contento, llevándose un poco de esa energía festiva rusa que, aunque fabricada, es contagiosa.

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Casi cincuenta bailarines transmitieron durante dos horas una supuesta esencia del pueblo ruso.
 
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