ESPECTáCULOS › “CRUZADA”, DE RIDLEY SCOTT

Un período oscuro de gran actualidad

El film protagonizado por Orlando Bloom es más una parábola política sobre el mundo contemporáneo que un relato histórico.

 Por Horacio Bernades

Desde hace un tiempo, las superproducciones históricas de Hollywood cada vez se hacen menos épicas y más políticas. Dentro de esta tendencia, los dos hitos de signo contrario son el héroe providencial de Gladiador (2000), salvador del imperio, y la inesperada toma de partido por el pueblo invadido (y consecuente condena de los invasores) que planteaba Troya (2004). Cruzada es, de modo aún más visible que las anteriores, casi más una parábola política sobre el mundo contemporáneo que un relato histórico, si se entiende como tal una narración que respete los hechos de la historia. Lo que no deja de sorprender es que la nueva película de Ridley Scott –que después de Gladiador había suscripto la aún más imperial La caída del Halcón Negro– represente una visión del mundo que, como sucedía con Troya, bien podría calificarse de progresista. Si la palabra suena desfasada en referencia a la Edad Media, debe recordarse que el período oscuro del que Cruzada parece hablar es más el actual que aquél de hace casi mil años.
Con fuertes elementos de los relatos de iniciación, el guión de William Monahan describe el pasaje del protagonista, de hombre común a héroe de masas. Pero un héroe cuyo destino apunta a la derrota y deposición de las armas, contrario exacto de lo que el canon hollywoodense prescribe. En la Francia del siglo XII, tras perder trágicamente a su esposa e hijo, el herrero Balian (el ascendente Orlando Bloom, madurando junto con su personaje) recibe la visita de un caballero. El noble Godofredo de Ibelin (Liam Neeson, recién salido de Kinsey) viene de Jerusalén y se vuelve para allí, cien años después de la toma de la ciudad por parte de los primeros cruzados europeos. Quiere llevarse consigo a Balian, que tal vez sea su hijo natural y a quien desea legar su apellido. En un derrotero que remeda en gran medida al de Gladiador, tiempo más tarde el herrero terminará liderando los ejércitos cristianos frente al asedio del sultán Saladino. Antes de ello, Balian se habrá convertido en protegido del rey de Jerusalén, que lleva su rostro cubierto para ocultar la lepra (Edward Norton, un susurro detrás de una máscara). Además, el ex plebeyo se alía con el noble Tiberias, gobernante de la ciudad (Jeremy Irons), lo cual hace de él el enemigo jurado del caballero templario Reynald de Chatillon (Brendan Gleeson) y del conspirador Guy de Lusignan, que aspira a suceder al rey a su muerte (Marton Csokas). Como se trata de una película de Hollywood, no podía faltar el motivo amoroso, representado en esta ocasión por Sibila, hermana del rey (Eva Green, la chica de Los soñadores), a quien su condición de esposa de Lusignan no le impide convertirse en amante de Balian. Y las cartas ya están echadas para que esta suerte de culebrón político haga crecer sus intrigas, hasta que todo converja durante el sitio de la Ciudad Santa.
Como corresponde a ambos géneros (el culebrón y el cine de conspiraciones políticas), Cruzada pone más el acento en las batallas dialécticas que en las de los ejércitos enfrentados. No faltan, obviamente, ni los combates cuerpo a cuerpo, ni las flechas incendiarias cayendo sobre Ciudad Santa, ni las torres de ataque sarracenas cayendo una a una, ni las masas de soldados convenientemente digitalizadas (recuérdese que Gladiador fue todoun hito en este sentido). Pero nada de eso importa tanto como las referencias al mundo contemporáneo, que pululan más que cualquier espada. Los señores de la guerra son aquí ultras, convencidos de que “matar a un infiel es ganar el camino al cielo”. Saladino, líder de esos mismos “infieles” (magnífico Ghassan Massoud) es un dirigente noble y justo. Profetizando tal vez el resultado de la reciente fumata blanca, se alude al Papa como aquel que guía a los caballeros Templarios al exterminio del Otro. Ni qué hablar de la línea de diálogo en la cual se enjuicia a esos fanáticos que quieren hacer pasar su voluntad como “expresión de la voluntad de Dios”. Línea que mañana, cuando la película se estrene en Estados Unidos, despertará de seguro la furia presidencial.
No hay duda de que para poder hacer pasar esta serie de trasposiciones (que se consuman en el discurso donde Balian sostiene que “Jerusalén no es de nadie, sino de todos”), Cruzada necesita tomarse todas las licencias históricas posibles. Pero al fin y al cabo, ningún héroe de Hollywood es real. Y en tren de elegir la leyenda, siempre será preferible imprimir una que resulte inspiradora, antes que aquella que no haga más que reproducir la ideología dominante.

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Los ejércitos cristianos enfrentan al sultán Saladino.
 
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