ESPECTáCULOS

“El humor sencillo de la obra puede ayudar”

Juan Palomino y Soledad Villamil explican la versión de “La Venganza de Don Mendo”, que estrenan hoy.

 Por Hilda Cabrera

“Cuando me convocaron en febrero, el país era un polvorín. Me pregunté por qué hacer La venganza de Don Mendo. En ese momento, hubiera preferido otra obra, alguna de Bertolt Brecht... Pero después, pensé: la gente está muy angustiada y Don Mendo puede ayudar por su humor sencillo.” Esto lo dice Juan Palomino a raíz de su protagónico en esa pieza de 1919, catalogada de “caricatura de tragedia en cuatro actos”. Escrita por el monárquico Pedro Muñoz Seca, prolífico y exitoso autor nacido en 1881 en el Puerto de Santa María (Cádiz) y ejecutado en 1936, durante la Guerra Civil Española, por las fuerzas republicanas en Paracuellos del Jarama, La venganza... se estrena hoy en el Teatro de la Ribera (Av. Pedro de Mendoza 1821), con dirección de Villanueva Cosse. En opinión del actor, en diálogo con Página/12, junto a Soledad Villamil (la Magdalena de esta historia), es imprescindible para un artista mantener viva la sensibilidad social. Palomino participa de las asambleas populares de Palermo Viejo (zona en la cual los próximos sábado 25 y domingo 26 se desarrollarán diversas actividades y espectáculos de teatro y danza) y compone al Mendo de esta farsa que retrata con humor otro universo, “alejado y ajeno a esta realidad que nos golpea”. La comicidad, semejante al astracán (forma teatral disparatada en la que abunda el retruécano), surge incluso en las circunstancias más dramáticas. Ridiculizando las “nuevas manifestaciones de viejas parodias” (nuevas para la época del autor), Muñoz Seca muestra a un Mendo dispuesto a burlarse de sí mismo. Prisionero en una torre, exclama al recibir una daga para su defensa de manos de su ex camarada, el marqués de Moncada: “No os asombre/ que este dolor sobrehumano/ en niño convierta a un hombre./ Gracias mil por el puñal;/ gracias mil porque mi mal/ será por él menos cruel,/ pues muy pronto, amigo fiel,/ habré de hundírmelo en el/ quinto espacio intercostal.” A diferencia de este personaje, cuidadoso de su honor, a Magdalena sólo la conmueve el dinero: “Ella pone su ambición por delante del amor –apunta Villamil–. Su maldad es casi melodramática.”
“Este es un teatro primario. Nosotros estamos acostumbrados a un teatro psicologista, al grotesco de Armando Discépolo y a obras teñidas por lo siniestro –señala el actor–. El humor tiene entre nosotros características muy diferentes.” Sostiene que la “misión” del teatro es responder a la realidad, y que en su caso los últimos diez años de trabajo en la televisión le brindaron bienestar económico, pero en un marco de empobrecimiento general que lo hace sentir responsable por no haber hecho valer su voto. Su trabajo en Amanda y Eduardo (que estuvo en cartel en el Teatro Regio) le recuerda otro tiempo, cuando, como hoy, “nuestro fundamento de vida es el dinero”. “Nuevamente el tango ‘Cambalache’, de Enrique Santos Discépolo, se convierte –dice– en lacerante verdad.” Por su lado, Villamil cree que “los argentinos tenemos hoy un grado de tolerancia bajo y los artistas no deben evadirse de esta triste realidad”. Trabajar en La venganza... es, a su entender, darse un respiro. Esta obra fue calficada de “broma literaria” por el dramaturgo madrileño Jacinto Benavente (1866-1954), quien en el prólogo a la edición de 1943, de Afrodisio Aguado (Madrid), cuenta haber visto a Muñoz Seca por última vez en la Jefatura de Policía de Barcelona, donde se hallaban detenidos: “No perdonaron a Muñoz Seca sus burlas, como todas las suyas sin saña y sin odios, más bien compasivas de saludable advertencia; pero la barbarie no sabe reír. A Muñoz Seca lo asesinó la barbarie en complicidad con la envidia”.
“La puesta de Villanueva no redime a Magdalena –puntualiza la actriz–. Al contrario, el director potencia su ambición. En ese sentido, ella es un personaje radical, a pesar de que en algunas escenas la atraviesen sentimientos amorosos verdaderos, de pasión inmanente, como la que siente por el trovador.” Ese andariego es, en realidad, Don Mendo, al queMagdalena cree muerto. Convertido en poeta, canta “al son del mago danzón de cinco bayaderas” (tres judías y dos moras). En concordancia con los versos, la escenografía de Héctor Calmet es también primaria: “Se parece a los telones pintados del teatro escolar”, observan el actor y la actriz, sobre cuyos trabajos y el de sus compañeros de elenco, integrado entre otros por Roberto Mosca, Ana María Casó, Alejandro Awada y Francisco Nápoli, se afirma la historia.
Cada acto abre con una canción, escrita por Villanueva Cosse, con música de Federico Mizrahi. “La obra está encaminada hacia lo popular. Trabajamos cuidando todos los detalles, pero de manera que no se note, para que llegue directa a todos. La intención es fundir el verso y la acción para que fluyan como en un juego que se disfruta y no es frívolo”, aclara la actriz, que días atrás necesitó hacer un planteo laboral para que le cumplan con los pagos. La situación en el gremio es compleja. Como apunta Palomino, hoy más del 90 por ciento de los actores no tiene trabajo, y en televisión la cantidad de contratos disminuyó abruptamente: de 200 quedaron en las últimas semanas sólo 60. “La emigración es la consecuencia lógica de este estado de cosas –resume Villamil–. El mercado laboral se achicó y la sociedad nos expulsa.”

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Juan Palomino y Soledad Villamil le dan vida a una puesta “encaminada hacia lo popular”.
 
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