ESPECTáCULOS › “CORONACION” Y LA ALTA BURGUESIA TRASANDINA

La prisión de los recuerdos

 Por Luciano Monteagudo

“Hay que firmar un cheque, abuela”, escucha como entre sombras doña Elisa, la nonagenaria matriarca de la familia Abalos. Recluida en su cuarto, postrada en su cama o sostenida precariamente en su mecedora, doña Elisa vive apenas de recuerdos, de cuando vestía algún garboso mantón de manila y se animaba a cantar un alegre cuplé o recitar unos versos de Rafael de León. De esa ensoñación la saca su nieto Andrés, un solterón gris y desabrido, que maneja a discreción las cuentas familiares, mientras se ocupa de que a su abuela no le falte nada. No por eso ella lo trata mejor. “Todos los hombres son iguales, andan detrás de la pura cochinada”, lo acicatea doña Elisa, que a pesar del velo de su edad no puede dejar de advertir las miradas lascivas que Andrés le dedica a la nueva mucama, Estela, una chica de 17 años traída de un pueblo del sur a esa prisión plagada de objetos y recuerdos, a ese caserón lúgubre, que sin duda gozó de una época de esplendor y ahora sólo parece tener olor a moho, a muerto.
El director chileno Silvio Caiozzi ya había abordado el claustrofóbico mundo de José Donoso en La luna en el espejo, filmada en Valparaíso y premiada en la Mostra de Venecia 1990. Diez años después, Caiozzi volvió a abrevar en la obra de Donoso y adaptó Coronación, la primera novela del autor de El obsceno pájaro de la noche, escrita en 1958, cuando todavía nadie había inventado eso del “boom latinoamericano”. El resultado es un film irregular, trabajoso, en el que se siente por demás el peso de la literatura, a pesar de los esfuerzos del cineasta por cargar de sentido la imagen. En todo caso, es ese énfasis, ese permanente subrayado o reiteración (que delatan una subestimación por el espectador o una desconfianza en los medios del cine) lo que finalmente más conspira contra Coronación.
A las ruindades de la alta burguesía chilena con veleidades de abolengo, encerrada en las cuatro paredes de su impostura, Coronación agrega un par de apuntes sobre los nuevos ricos del pinochetismo, encarnados en la figura del médico amigo de la familia Abalos, orgulloso de su auto sport último modelo y de la ostentosa modernidad de su departamento, que contrasta con los viejos valores de la mansión de doña Elisa. En medio de ambos grupos asoma el proletariado lumpen, que entra literalmente por la ventana de la casa a través de la mucama, deseada en secreto por don Andrés. Todo este cuadro social peca no tanto de esquematismo sino, más bien, de una evidente rigidez dramática, que le impide a los personajes evolucionar y cobrar una vida propia al margen del lugar que a cada uno de ellos les asigna previamente el guión.

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