ESPECTáCULOS › AIDA Y JORGE LUZ, HOMENAJEADOS EN EL CERVANTES

Historias de gente grande

Será esta tarde, en el Salón Dorado, que se les rendirá tributo a los grandes comediantes. Aída y Jorge Luz se quejan de la expulsión de los viejos de los guiones, critican el cine y la TV actuales, y pasan revista a su edad de oro. “Eramos estrellas, pero íbamos a trabajar en colectivo.”

 Por Julián Gorodischer

Antes del saludo de rigor, los hermanos Luz presentan su impresionante jardín como “el bosque de Jorge”. Se les pregunta por la mano virtuosa que riega y poda la hiedra, y comienza ese juego entre los dos que deja al resto del mundo afuera. Y tal vez sea el clímax de la breve charla, hoy que el Teatro Cervantes les rinde homenaje (a las 18, en el Salón Dorado) a una trayectoria de más de 70 años de actuación. El tono es como un cotilleo cariñoso que repite el mismo ritual: Aída hace como que no escucha amparada en una suave sordera; Jorge levanta la voz... Ella, entonces, ya no puede hacerse la desentendida y contraataca:
Aída Luz: –Ese es el bosque de Jorge: ni un yuyo. Son todas plantas que cuida él; y a mí me saca a patadas.
Jorge Luz: –Callate, mentirosa, va a pensar que sos la esclava...
A.L.: –Pero miralo vos a éste... Si toco una planta me dice que así no se hace. ¿Es así o no?
J.L.: –No.
Es como un pequeño sketch teatral, o una ofrenda. Y luego llega la alegría por el homenaje, que sólo se empaña por el frío. Aída llega a imaginar una sala vacía; después se arrepiente y fantasea con el Salón Dorado repleto de las glorias de los ’50, las que todavía están vivas (porque a sus más queridas, Zully Moreno y Delia Garcés, las perdieron hace rato). Delia los visitaba como una madre, los llamaba a su casa todos los días... Cuando se murió, ascendieron a Olguita. “Le dijimos a Olga Zubarry –cuenta Jorge–, que a partir de entonces ocupó el lugar que Delia dejó vacante.” Ahora Olga, casi retirada de las tablas y entregada a los nietos, los llama todos los días, les pregunta cómo están, como una tercera hermana sustituta. “¡Y la queremos tanto!”, dicen a dúo, cariñosos como son con las estrellas que los visitan en su casa. A su mesa se sientan las Legrand, en un pintoresco juego de pares de hermanos, y les tienden una mesa bien servida... “Pero nada de té con masitas –sigue Jorge–. Comemos pizza con cerveza.”
A.L.: –Mirtha muere por la pizza. Pizza y cerveza es el sueño de su vida.
J.L.: –A mí me das pizza con Coca-Cola y me da asco. Es como esa gente que va a comer paella y pide gaseosa.
A.L.: –La ilusión de Mirtha es la pizza con cerveza.
J.L.: –Cuando hicimos Secretísimo en teatro con Mirtha, nos escapábamos a tomar una cerveza, no borrachos, pero sí una cerveza. A Mirtha lo que más le gusta es el salame con manteca.
¿Melancólicos? Y cómo no... si vivieron la época de oro del cine y filmaron una película tras otra. El se hizo famoso gracias a Los Cinco Grandes del Buen Humor; ella fue “catapultada a la fama” –como dice– por los papeles junto a Hugo del Carril. Nunca fueron ricos, y siguieron viajando en colectivo hasta los estudios de Martínez. El relato de la gloria pasada se interrumpe siempre con un pase de factura al presente, un reclamo flotante que los afirma en ese registro bribón que debería respetar todo aquel que se precie de gloria del espectáculo. Si se trata de hacer un paneo por la tele y el cine de hoy, saltará una leve incomodidad, como si las cosas hubieran cambiado demasiado rápido. Empiezan:
A.L.: –Los chicos de ahora no son los que éramos nosotros. No piensan, no sienten, no hacen las mismas cosas. Nosotros no íbamos a los boliches a bailar. Nos juntábamos en las casas, llevábamos cada uno algo, y la fiesta se hacía en lo de los padres de alguien. Ahora están muy desaforados...
J.L.: –¡El te pregunta sobre el teatro!
A.L.: –Me hiciste olvidar lo que iba a decir...
J.L.: –Que los chicos de ahora no son como los de antes...
A.L.: –No iba a decir eso... Nosotros nos divertíamos de otra manera. Hay películas del cine de antes que me parecen estupendas, como La guerra gaucha o Así es la vida.
J.L.: –Se perdió ese cine para la familia. Y ahora los nuevos hacen que todo sea dramático, y a veces no se entiende. Yo me pregunto: ¿qué quisieron decir con esto? Me gustó Nueve reinas, pero el resto es un drama...
A.L.: –¿Y viste que los chicos de ahora, en las películas, no tienen ni madre, ni padre, ni abuelos?
¿Dónde van a parar los viejos? Así se definen: viejos. Gente grande que desaparece de pronto de la pantalla, que sale de circulación y fomenta la añoranza. ¿Cómo no extrañar? ¿Y por qué no decir lo que piensan, ahora que los días vacíos se llenan con tele y más tele, con sobremesas clavadas en lo de Susana y lo de Tinelli, y más ahora que no quedó ni Mirtha en la pantalla? Aída dice que ya está cansada de ver culos y tetas, que ya no tienen vergüenza, que todas las rubias son iguales, con el pelo hasta la cintura. Ella, en cambio, jamás hizo un desnudo total, y todavía le guarda un cariñoso rencor a Daniel Tinayre por haberla cazado en topless en la lejana El rufián.
“Me saqué el corpiño –recuerda–, pero fue una treta de Tinayre, que me dijo que me tomaba de atrás, que estuviera tranquila, y movió la cámara para que se me viera. ‘Qué hablan de la Sarli –me dijo en el estreno–; vos hiciste el primer desnudo argentino’.” A veces, las costumbres pasadas suenan como balsámicas y reparadoras, y pueden continuarse hasta el presente. “Ya ni existe el médico de cabecera –sigue Jorge–, pero nosotros tenemos al doctor Quintana, que nos conoce y sabe qué especialista nos puede atender, sabe quién nos tiene que operar.” Aída agrega que si los tiene que operar otro médico, “él igual va a estar pendiente”.
–¿Qué tipo de humor se extraña?
J.L.: –Con Los Cinco Grandes teníamos un humor dislocado, pero con un argumento: siempre nos metíamos en una aventura para defender a una chica, o en una casa en la que había fantasmas. Hacíamos unas películas para todo público, los chicos iban con el abuelo, y nadie se aburría. No era Cachuflín, cachuflán juegan al tintán...
–Con la Porota (en Las gatitas y los ratones de Porcel) fue pionero en hacer transformismo en la TV...
J.L.: –Gasalla lo hacía en el Café Concert con Perciavalle. Y hacer de mujer es de la época del gas. No había mujeres en los tiempos de Shakespeare, y los hombres hacían los roles femeninos.
A.L.: –Yo seré antigua, pero a mí me gusta mucho la familia, y gracias a Dios tenemos un nombre limpio, en los Luz no hay ningún escándalo, y me acostumbré, ¡gracias a Dios!, a esa forma de ser. Por eso, cuando a una amiga mía le toca al hijo, yo sufro, me callo la boca, pero sufro... Hay montones de casos...
J.L.: –No los vamos a nombrar. Si me quieren es porque yo nunca jodí a nadie, y si he hecho un mal lo hice no a sabiendas.
A.L.: –Yo digo una cosa: si existió un Muiño, un Politti, ¿por qué no salen más de esos hombres? Eran protagonistas viejos, y los cines se llenaban...
J.L.: –Muiño terminó su carrera haciendo tatarabuelos, pero ahora no se escribe para la gente grande.
Dicen que no trabajan porque plantaron. Así lo dicen: se cansaron. ¿Fueron los grandes cómicos argentinos? Nunca lo reconocerían, amparados en una modestia que enternece. Ella dice: “Tanta carrera para ganarme un Martín Fierro por Matrimonios y algo más”. Cuenta que lo hacía así nomás, que improvisaba una tana o una gallega, que era una pavada. ¡Implacable! Pero nunca suena a modestia impostada, a registro de diva, para nada. A ella nada la conforma, ni ese último papel como madre que le reservaron en la película Gallito ciego. “Una pavada –sigue–; era decir la letra.” Así todo el tiempo, recordando su última gran aparición allá lejos y hace tiempo en los ‘50, reclamando el fin de una tiranía.
A.L.: –Yo le decía a Tita Merello, que vivió su vida protestando: “¿De qué te quejás, si sos la única mujer a la que le han escrito para su edad?”. Niní se escribía ella misma: películas para gente grande no hay. Yo no quiero ser la protagonista, pero... que haya una escena a la que le pueda sacar jugo. No necesitás estar aburriendo toda la película con la cara. Con una sola escena bien hecha ya estás satisfecha vos y el público.
Los buenos viejos tiempos siempre aparecen desmitificados, sin esa pátina que encumbra y dignifica, en los antípodas de los divos de Hollywood, poniendo dudas sobre ese dorado cine argentino que ni pagaba remises, haciendo caer de un patadón el estatuto estelar. Aquí no se está frente a dos estrellas: ajenos a los flashes, remisos a las fiestas, de la casa al trabajo, y del trabajo a la casa durante 70 años de laburantes –dirán–, en alusión constante a la faena. “Ni salía –dice Jorge–, no tenía tiempo. Me levantaba a las cuatro de la mañana para filmar en Martínez, y no te venían a buscar. Pagábamos a medias con Laura Hidalgo un remise para llegar al estudio. No te creas que se ganaba tanto: había que comprarse la casa...”
–Y... ¡esto nunca fue Hollywood!
A.L.: –Cuando empezás a ganar unos pesitos, los ponés en la casa, vas gastando para poner tu vida mejor.... Sólo una estrellísima podía darse el lujo de tener chofer...
J.L.: –Yo siempre preferí tener mi casa e ir en colectivo. Hoy, en cambio, muchos tienen auto, pero van a trabajar sin calzoncillo.

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Aída y Jorge comparten casa, pero no el cuidado del jardín. “Me saca a patadas”, dice ella.
 
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