ESPECTáCULOS

Un arca en la que viajan textos y sonidos infinitos

César Lerner y Marcelo Moguilevsky tocan música klezmer. Santiago Kovadloff es escritor y hace de la lectura un culto. Juntos presentan un espectáculo donde la esencia está en la mezcla de culturas.

 Por Diego Fischerman

Si la cultura es impura por naturaleza y las mezclas y malentendidos son los grandes motores de las novedades estéticas, la música klezmer es uno de los mejores ejemplos que podrían encontrarse. En parte porque la extranjeridad está en su propio origen, tan judío como centroeuropeo. En parte porque su composición molecular es de esas que admiten agregados, combinaciones y hasta rupturas. Algo no muy diferente al judaísmo mismo, si se piensa en ese viejo chiste en el que Moshe le dice al rabino del pueblo que duda de su judaísmo y obtiene como respuesta la frase: “Eso es típicamente judío”.
Marcelo Moguilevsky y César Lerner hacen, justamente, música klezmer, extienden los límites del género todo lo que pueden y, al mismo tiempo, sienten que lo que hacen es profundamente auténtico. “Es que una ley que incluye la posibilidad de su transgresión no puede no ser cumplida”, dice Santiago Kovadloff, volviendo al chiste del rabino. El es ensayista, poeta y, además, un gran seleccionador de textos y un notable lector en voz alta. Los tres juntos hacen un espectáculo en el que la música klezmer se entrelaza con esos textos. Hoy y los próximos viernes de agosto y setiembre, a las 22 y en la Librería Clásica y Moderna (Callao 892), El arca de Noé. Música y poesía para un tiempo de diluvio produce una serie de cruces en que, como no podría ser de otra manera, lo que termina sonando es Buenos Aires. O, por lo menos, una de las tantas Buenos Aires posibles.
“Como se trata de una música en la que el contacto de lo judío con lo universal es tan grande, me pareció que podía moverme con un repertorio muy abierto”, explica Kovadloff. “Un repertorio tanto de poesía como de prosa, lo que me permite introducir fragmentos de narradores y ensayistas. Hay, incluso, momentos en que cuento cosas, en que no leo nada. Cuento desde una anécdota personal hasta un relato como el de Aristófanes sobre el amor, en El Banquete de Platón. Y el enlace con la música se produce más como continuidad que como alternancia. Son dos modalidades de enunciación que van complementándose.” Moguilevsky cuenta: “César y yo vimos a Santiago trabajar junto al grupo de cámara de Diana Schneider, haciendo algo similar, donde había música y él leía, y nos encantó. Más allá de los textos, nos fascinó su manera de leer. Entonces lo invitamos a participar de este encuentro. Y, por otra parte, él nos conocía a nosotros como músicos. Cuando hicimos el primer encuentro, que se llamó Babel, fue absolutamente natural. El trajo una parva gigantesca de textos y fuimos decidiendo entre todos qué iba y qué no, y, también, él pedía músicas con determinadas características para ciertos momentos. Todo salió sin ningún esfuerzo y eso se mantiene. Podría resultar forzado. Uno podría preguntarse por qué si venimos tocando tan bien con César, para qué agregarle un tipo que cuente cosas. Y eso se respondió sólo porque hay en Santiago una musicalidad muy fuerte. El, para nosotros, es una especie de músico. Y nosotros, a la vez, somos también un poco como relatores”.
El “nosotros” se refiere, en este caso, a dos músicos que compartieron, alguna vez, uno de los grupos más originales de la música popular argentina, Comedia, y que vienen tocando juntos desde que tienen memoria. Ambos comparten, por otra parte, este proyecto con otros. Lerner compone para el teatro y dirige grupos de tambores. Moguilevsky es parte del excelente grupo Puente Celeste. Y lo que aquí cuentan en escena empieza con un fondo de acordeón y Kovadloff dando la bienvenida al arca de Noé. “Le digo al público que la navegación va a ser larga e incierta, pero decidida”, comenta el escritor. “Adentro del arca hay lugar; es cuestión de escuchar a los que ayudan en la navegación. Les digo que está lleno de sonidos y que no se trata de esperar que lleguemos sino de ir. De navegar. Les hablo de cómo se puede resistir a un diluvio y de cuál es la finalidad de esta resistencia. Empiezo con un texto de Absolutamente, en el que él cuenta qué le ha ocurrido a su generación. Que nació en la Primera Guerra Mundial, que se educó inicialmente con la Guerra Civil Española y despuéscon la Segunda Guerra Mundial y que tiene que criar a sus hijos bajo la amenaza atómica. Dice: `Nadie puede pedirle a mi generación que sea optimista. Todas las generaciones se creen llamadas a refundar el mundo. La nuestra tal vez tenga una tarea mayor, evitar que se deshaga’. Y a partir de allí empiezan a aparecer los textos que van dando la idea de ese esfuerzo por impedir que la desesperación nos consuma.”
Kovadloff señala, además, que le gusta mucho leer. “Me gusta que se vea a un hombre que lee”, dice, y Moguilevsky completa: “Es una decisión. Los textos podrían memorizarse pero hay algo muy bello en alguien que lee. Es una tradición muy bonita y a la vez muy judaica. En Basavilvaso, el viejo Samuel Moguilevsky, mi abuelo, todas las noches les leía a sus nueve hijos. Leía Sholem Aleijem y el diario en idisch. Hay que imaginarse esa escena en un lugar en el que no había luz eléctrica y donde no había casi para comer”. Para Lerner el judaísmo no sólo aparece en el rito de la lectura y la obvia implicancia del género klezmer. También, a su manera, habla del rabino del principio: “En la eterna búsqueda que tenemos con Moguilevsky, de entender la relación entre la singularidad del mundo y lo universal, el llamado a Santiago nos ayuda. Durante el espectáculo, cuando escucho a un poeta español contemporáneo hablar de sus cosas o a Albert Camus, hablando de la función social del arte, o a Vinicius de Moraes diciendo su pasión por el amor, cada segundo me siento más judío haciendo lo que estoy haciendo. En mí, ser judío es una bolsa que se llena profundamente de mi no ser judío. Por otra parte, se trata de una asociación de supervivencia. Para mí resulta vital juntarme con Moguilevsky y Santiago, todos los viernes, para recordar cuáles son las cosas importantes”.

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Marcelo Moguilevsky, Santiago Kovadloff y César Lerner entrelazan música, poesía y narraciones.
 
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