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La lengua clandestina

Por guillermo saccomanno

La historia que Briante pone en acción siempre pivotea sobre el método de la audición: alguien cuenta y lo que cuenta fue escuchado. Para tener boliche, escribe Briante, hay que ser traductor. Si hay un dato que importa, se lo señala. Con el dedo. La operación narrativa de Briante, entonces, complementa dos intenciones: la traducción y el señalamiento como indicio plástico (a la manera del Vivo-Dito de Greco, cuando decía que en la plástica contemporánea lo que quedaba por hacer era señalar el arte allí donde no se lo veía). Un ejemplo: la intervención del narrador en el boliche, refiriéndose a Arispe: “Podía tener razón con las palabras, pero con el dedo estuvo más cerca”.
De lo que se trata entonces no es tanto leer a Briante sino cómo leerlo. Recién ahora, terminando con el ninguneo y el olvido, empieza a analizarse su escritura y se van publicando ensayos sobre su obra. Briante tiene fama de escritor de escritores. Lo cual es cierto en un aspecto si se tiene en cuenta esa prosa de orfebre que lo distingue. Pero en otro aspecto, esa misma fama elitista oblitera su acercamiento. La literatura de Briante no es fácil. Ninguna literatura verdadera, cabe acotar, lo es. Briante exige del lector, como se dijo, un pacto tácito. Al igual que en el boliche, hay que prestar atención no sólo a lo que se cuenta, esa atención particular, sino a cómo se cuenta, porque en el tono hay otra historia, subterránea, no menos reveladora y definitiva en cuanto arrojará luz sobre el sentido. Cuando el bolichero se propone como traductor, lo que hay que traducir en Briante es un pedido al lector: el aprendizaje sosegado de una lengua que rehuye a un tiempo el guiño para avisados y el populismo.
No es, como la lengua borgeana, una lengua con prestigio de rotograbado. Clandestina, la lengua de Briante se habla en los márgenes literarios, que son los geográficos, donde se anclan sus relatos, en las afueras del pueblo, en la orilla del río. Es la lengua de los desposeídos apartados de la moral y las buenas costumbres burguesas. Y es una lengua que, al propiciar una poética, define también una posición política. Aquello que Briante encuentra en esta lengua de lo criollo marginal –es decir, no sellado por una aceptación canónica como el malevaje borgeano, folklórico, cliché oficial– parece coincidir con la cuestión de la lengua en Gramsci: ruptura con el mandarinismo intelectual y búsqueda en lo vulgar, donde se rastrea una manifestación artística renovadora.

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